13 agosto 2011

Espacio médico contratado

Hola, me llamo Benjamín. En la casa me dicen Benja (o Benjas, en plural, cuando me pongo “majadero” y me sale mi doble personalidad). Soy el primer nieto de mi abuelo; o, lo que es lo mismo, el hijo mayor de mis papás. Le pedí al abuelo que me deje escribir en su “blog” para contarles de las operaciones que me hicieron esta semana en el hospital. Esta nota estoy escribiendo en un papel; pero el abuelo me dijo que iba a copiarla en el computador, porque él es medio complicado y quisquilloso (obsesivo-compulsivo, dice él), y me dijo que primero tenía que revisarme las faltas y que primero la tenía que “editar”…

Ya tengo cinco años. Voy a una escuelita que queda aquí cerca. Este es mi primer año en el preescolar. En la escuela nos hacen jugar todo el día y esto es quizás lo que me tiene un poco confundido, porque cuando dizque hay que ponerse serio, yo no sé si se trata de otro juego o es que ha empezado una clase “seria” más. La cosa es que eso que llaman “cosas serias” son asuntos que yo ya sabía, porque ya me había conversado el abuelo o ya me habían enseñado antes mis propios papás. A mí me parece que las chismosas de las profesoras les fueron a decir a mis papás que ahora ando muy inquieto, porque casi no hay semana que no les pidan que vengan a la escuela porque “quieren conversar”.

La última vez que mis papás vinieron a la escuela, me estuvieron reclamando todo el viaje de regreso a la casa y me estuvieron diciendo que ya me vaya dejando de tonterías y que ponga atención a mis maestros, sobre todo cuando nos dicen que hay que sentarse a jugar a las lecturas o cuando aprendemos a contar. Estos son otros juegos que, a diferencia de los que jugamos en el patio, hay que hacerlos en la clase, mientras tenemos que sentarnos y estar calladitos, jugando al que más se aguanta sin moverse, hasta que nos dejan salir al patio otra vez a corretear. Lo cierto es que eso de estar de estatua, y como mudo, a mí se me ha ido haciendo muy difícil. Parte es por culpa del William que es un inquieto y parte también por culpa de la Natalie que es una pecosita colorada que siempre me anda molestando, se coge mis crayolas y me dice cosas chistosas desde atrás.

Cuando vinieron mis papás a la escuela les pidieron que me lleven al médico, para que les diga si mi falta de atención no es por alguna otra razón adicional. Y, lo que tenía que pasar pasó; el médico dijo que si yo era tan inquieto no era porque era un genio precoz, tampoco porque ya sabía lo que me quieren enseñar, y ni siquiera porque soy un “irreverente y empecinado majadero” (como dice mi papá), sino porque mis amígdalas tenían el tamaño de un huevo y que otros como huevos que quedan detrás de la nariz, y que creo que se llaman adenoides, también me tenían que operar. Así que no me dieron tiempo ni para guardar mis transformers, ni mis carritos de carreras, ni mis legos; y el viernes a primera hora me llevaron a la clínica para hacerme operar.

Lo de la operación no fue mayor problema. Me llevaron a un cuarto donde no había juguetes y donde la cama era tan alta que si hubiera querido bajarme me hubiera roto la columna vertebral. Vino una enfermera a ponerme una de esas inyecciones que yo odio y sin que yo me diera ni cuenta, ya me había quedado profundamente dormido y cuando me desperté me dijeron mis papis que ya me habían terminado de operar. He estado desde ese día un poco como preocupado porque estoy convencido que cuando a uno le cortan algo, uno corre el riesgo de hacerse débil y se puede como debilitar. Es como en un cuento que vi una vez en la tele, que a un señor muy fuerte, que se llamaba Sansón, le cortaron el pelo solo para poderle atrapar. Pero mi caso es más grave, porque creo que mis amígdalas ya no me van a volver a crecer nunca, nunca más!

Mis papás le contaron al médico que me enfermo con frecuencia de la garganta, pero sobre todo que ronco demasiado, que duermo con la boca abierta y el médico les dijo que cuando se duerme con la boca abierta uno se pasa al otro día molestando en la escuela, porque no ha dormido bien y entonces da lo que ellos llaman “hiperactividad”. Esta es una de las últimas palabras largas que he tenido que aprender estos días; palabras largas y extrañas que no había escuchado ni siquiera en los programas nocturnos de la tele. Porque yo nunca había oído ni otorrinolaringólogo, ni adenoides, ni amígdalas, ni todas esas palabras difíciles de los rótulos que tienen todas las aulas que hay en el hospital. Lo que en cambio me alegra es que el doctor nos dijo que con la operación ya no se me iban a obstruir los “pasajes aéreos”; y yo creo que esto a lo mejor es bueno, porque yo me quisiera ir a visitarles a mis abuelos por un par de meses y no podría irme si los pasajes no me pueden primero comprar…

Al día siguiente, de que me dijeron que ya me habían operado, ya me dejaron volver a la casa de mis papás. Yo “creiba” que me iba a doler algo en la garganta o en la boca, pero hasta aquí no he sentido ningún dolor o dificultad. Ya puedo comer de todo y no tengo ningún problema para hablar o respirar. He pasado un fin de semana muy entretenido y hasta mimado. Pero, en medio de todo, he pasado también un poco contrariado y preocupado, porque si sigo soñando con la boca abierta, o si sigo roncando demasiado o, lo que es más grave, si persisto en seguir molestando en la clase, tengo miedo que les vuelvan a llamar a mis viejos a la escuela y con esto de que me andan cortando ciertas glándulas, para que dizque ya no moleste, vaya a ser que siga molestando como un verdadero majadero y entonces el doctor vaya a querer que me corten algo más…!

Bueno ya no quiero cansarles con mis historias. Además, tampoco quiero abusar del espacio que me concedió el abuelo, que es el único que está convencido que si a veces molesto un poco (aunque a cada rato) no es porque sea un majadero, sino solo porque todavía soy un niño. Un niño chiquito, eso y nada más!

Willoughby, Sydney - Australia, este último fin de semana.
Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario