31 agosto 2011

Quid pro quo!

Estoy a pocas semanas de retirarme; por lo menos, de retirarme temporalmente! Miro hacia atrás y contemplo una vida profesional llena de satisfacciones. No quisiera decir “de realizaciones”. La vida ha sido buena conmigo; solamente puedo decir que tuve la suerte de tener muchas buenas oportunidades. Y esto lo digo sin falsas modestias, con la humildad que siente un hombre agradecido con la vida, que ya va para viejo (sí, aunque mis hijos todavía no logren imitar la travesura de mis pasos de baile, cuando, como a veces, insisto todavía en hacerme el payaso). Con los años uno va aprendiendo a ser más modesto, comprende que nada crea más brechas y distanciamientos que la altanería y la arrogancia. Llegar a sabio es un camino que está empedrado con la conciencia y con la reflexión que provocan las propias carencias, esas limitaciones que uno sabe que no puede disimular…

Porque retirarse quiere decir perder ciertas cosas; pero consiste sobre todo en alcanzar otras más. La Providencia es siempre buena y sabia, parece que nada nos quita, sin ofrecernos, a la vez, algo como compensación. Quid pro quo! Algo nos quita y, al mismo tiempo, algo nos entrega como reparación. Tomo, por lo mismo, este inminente retiro como una oportunidad. Lo tomo como una circunstancia en la que no pierdo algo, sino como una ocasión con la que obtengo nuevas cosas, con la que gano acceso a una serie de diferentes posibilidades. No es que ahora ya pasé “a no hacer nada”, porque “ya he perdido mi trabajo”; sino que me da la oportunidad de disponer de todo el tiempo que yo quisiera para hacer otras cosas, unas que siempre quise hacer; y que, antes, debido a ese trabajo, y a las obligaciones relacionadas, no las había podido realizar!

Que qué voy a hacer? Pues, no lo sé! Solo sé que voy a tomarme un par de meses sabáticos (sí, bien sé que “sabático” viene de sábado), cuando no he de hacer particularmente nada, igual que cuando lo hacían los hebreos cuando cada siete años, dejaban descansar sus tierras, sus viñas y sus olivares; o como cuando los hombres decidían ya no hacer nada, como siguiendo el divino precepto de no trabajar en sábado… Y yo no pienso hacer nada; aun a pesar de no disponer de tierras, viñas y olivares. Pues, solo puedo alardear que, aunque no dispongo de esas propiedades, he guardado por ahí unos pocos frutos “de la vid, del olivo y del trabajo del hombre”. Quid pro quo… Algo por algo; y, ese algo, es ya algo más!

Me iré con más frecuencia a Casablanca, a mi “pueblo blanco, colgado de un barranco”. Ahí, sentado en el puente de mando de mi humilde mascarón de proa, y experimentando esa sensación de infinito que regala el mar, me pondré a mirar el pasado y a saborear sus recuerdos, sabré que solo es el futuro el que queda realmente a nuestras espaldas… Entonces, con un trago en la mano y el corazón en la otra, cada día, a la hora del crepúsculo, le daré gracias a la vida; o, también, renovaré mi fe en el mundo, a la hora de cada nuevo amanecer. Y entonces, contrariando la letra de la canción de Serrat, me uniré a un vuelo de gaviotas y de palomas, para atravesando verdes valles y desconocidas lomas, renovar la promesa de no abandonar mi pueblo nunca más!

Si, quid pro quo… algo por algo!

Allí combinaré la soledad con la esperanza, y el silencio con la ilusión! Meditaré, como se supone que los viejos deben hacerlo, aprendiendo las lecciones que nos dio la vida; sin abandonar ni la inquietud ni la alegría, ni la curiosidad ni la juvenil ilusión… Entonces, sabré que no me he ido, que he aprendido una forma distinta de hacer, de amar, de ejercer una nueva e inventada profesión… Cambiaré las nubes por las olas, trocaré los aires por el mar… Quid pro quo!

Y ya no le preguntaré al destino que qué es lo que me va a seguir regalando la vida; sabré que la única pregunta válida será la de que qué es, en cambio, lo que puedo hacer yo por este mundo, ese mundo que fuera tan bueno conmigo. Y entonces... recordaré también otra melodía, la de la canción de Emilio José y… “sentado en una silla, junto a un libro; repasando mis cuentas atrasadas; mis logros, mis fracasos, mis proyectos, cuando todo esté en calma”… me acordaré de mis anteriores travesuras; y recordaré al mundo, a la vida y al ayer!

Ahí, admiraré los colores que regala el sol en sus caídas vespertinas, apreciaré la magia que puede ofrecer su cotidiana repetición. Así, he de saborear el valor que tiene el nuevo día, me empeñaré en insistir en el renovado propósito de seguir siendo curioso e inquieto, de vivir mi nueva juventud con pasión y dignidad; ajeno a cualquier sentimiento de culpa y resentimiento; sabiendo que la vida es como el viento, que a veces sopla fuerte, empuja y luego se va… Sabiendo que el viento solo es aire que cambia de lugar…

Entonces, sabré que ser “un hombre retirado” no quiere decir ser “un hombre alejado”; sino que significa estar en paz con la propia conciencia, con un sentido de no adeudarle nada a la vida, imbuido por la esperanza de que aquellos conceptos que llamamos civilización y cultura, serán medios para hacernos más dignos de la vida, más humanos y sensibles de ser algo mejor, de ser individuos que puedan aportar a la realización y a la felicidad de los demás… Quid pro quo!

Entonces… ya no importarán las horas, ni los calendarios. Solo sabré, como en la primera canción, en la de Serrat, que “si toca llorar, siempre será mejor frente al mar”! Sí, y ese será mi prolongado retiro! Algo a cambio de algo! Quid pro quo!!!

Shanghai, 1 de Septiembre de 2011
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