28 agosto 2011

El hombre que simulaba

Tenía muñecos en la cabeza. El hastío ajeno y la desidia circundante le habían convencido de la ubicuidad de la incuria en el raso reino de los pusilánimes. Así, sus muñecos personales no estaban construidos con trapos o aserrín, pero con la inicua y malévola persuasión de que todos los hombres pacientes y buenos que había a su rededor, no eran sino amorfos y flácidos muñecos, carentes de voluntad y de ideales. Por eso, sus alardes y pretensiones superaban su propio valer y él no cesaba de forjarse desmedidas ilusiones, cual si sus pérfidas entelequias fuesen ciertas y comprobadas realidades. Había simulado tanto y tanto, que había terminado por convencerse de la realidad de sus apariencias. Así había terminado persuadiéndose de sus fingidas habilidades!

Su closet estaba repleto de máscaras que utilizaba a conveniencia; todas ellas estaban signadas por la impronta de una equinoccial y solitaria arruga en medio de la frente. Con ellas se presentaba todos los días, como si la cubertura que usaba, para su obcecado disimulo, sería la única válida para presentarse; o como si ésa, su figura ridícula, no hubiera sido sino un pretexto para solo ser usado en el falso tablado de los polichinelas de mojiganga. Había simulado tanto y tanto, que se había olvidado por completo que ese ente que creía ser, no era el que realmente era, sino el que simulaba con sus histrionismos y antifaces…

Así, se había construido un pasado hecho a la medida, para crearse una aureola de héroe, para sustentar su pretensión mesiánica. Y había rodeado la referencia de su infancia de privaciones inexistentes, había convertido a su familia en un panteón de mitos, de personajes cuyos méritos no tenían sustancia. Por eso, su falso pasado se había convertido en un altar para hacer reverencia a la mentira, en un escabel para rendir homenaje a la historieta prefabricada. El arlequín quería que se reconociese su condición de hombre serio, como si sus máscaras hubieran pasado a convertirse en un adorno, en artificiosa virtud del hombre que decía ser el que no era; porque no era él mismo, sino solo el que simulaba!

Un día, se dio por inventarse historias de vaqueros para así mitificar la vida de sus padres y antepasados. Construido, entonces, su falso y particular Olimpo, cualquier cosa que decía, respecto a sus ancestros, pasó a convertirse en una inventada y artificiosa mitología que le ayudaba a completar su circense tapujo. Ahora en sus historias asomaban dioses, monstruos y seres fabulosos; con ellas confundía y ocultaba su turbia realidad; con sus embelecos disfrazaba sus complejos. Su mausoleo fantasioso fue sumándose a la irrealidad de su embozo.

Fue haciéndose conocida su morbosa tendencia a distorsionar. Fue cayendo en cuenta que al desfigurar lo que veía, la ingenuidad de la gente le ayudaba a mimetizarse detrás de su apariencia e hipocresía. Entonces se dio cuenta que sus ficticias actitudes rendían más réditos que la realidad. Aprendió que la gente prefería escuchar mentiras agradables que oír lo incómoda y lo dolorosa que puede sonar la verdad. Así, a su engañosa apariencia, fue añadiendo la visión inexistente de un mundo absurdo carente de veracidad. De pronto ya no se sabía qué era real, si su cara o su careta, si el mundo verdadero o su inventada realidad.

Poco a poco fueron convirtiéndose en arquetipos y valores los de la máscara y el atuendo falso, los del mito y de la realidad disimulada. Todo el mundo empezó a hacer lo mismo: a disfrazarse, a mentir y a simular. El hombre que simulaba empezó a sentir que ya no podía tampoco creer en nada, ni en el halago de los otros, ni en la realidad de sus disfraces, ni en lo que decían y hacían los que le circundaban. Ahora, todo había pasado a perder su condición efectiva. Así había pasado a institucionalizarse la careta y a perder prestigio una realidad que era cada vez más ilusoria, que ya nadie sabía si era mentira o verdad. El hombre que simulaba había pasado a crear otra nación y otra sociedad. Como en esa patria todos mentían, habían pasado a llamarla Republica Maravillosa de la Verdad Inventada. Tratábase de una versión distorsionada del Paraíso Terrenal!

Fue entonces que los hombres fueron actuando con esmerado fingimiento y con afectado disimulo. Se pusieron de moda los disfraces y nadie quería otro atuendo que no fuese el apropiado para la mascarada. Y así como lo realmente sustancioso había pasado a ser la simulación solapada, lo auténtico había pasado a ser el adefesioso pretexto que daba cobertura a una realidad desprestigiada… Ahora ya todos creían en las mentiras; la falsedad se había institucionalizado, había adquirido fuerza jurídica; hablar con la verdad era como luchar contra fantoches, nadie quería saber nada de una entelequia que había perdido ascendiente, que había sido la impronta de los ingenuos, ésa que en el pasado habían llamado verdad. Entonces crearon una nueva religión, una basada en la mentira, una constituida ya solo por los dogmas, y crearon con ella un infierno insufrible para condenar a todo aquel que cometiese el sacrilegio de decir la verdad…

Entonces ya nadie sabía si la verdad se había convertido en mentira, si lo apreciado era realmente lo execrable, si lo digno de encomio había pasado a sustituirse por el reino repugnante de la mentira verdadera o de la falsa verdad. Todos se fueron tropezando unos contra otros; de pronto, ya nadie creía en lo que oía y el hombre que simulaba, empezó también a fingir que no se daba cuenta del disimulo con que le rodeaban los demás. Una tarde todos se apuraron a quitarse sus máscaras, pero ya fue demasiado tarde! Toda la gente se había puesto a caminar desnuda, pero los demás creían que solo se trataba de otro novedoso y engañoso disfraz! Ahora, la gente quería decir lo que sentía y lo que pensaba, pero todos estaban persuadidos que solo se trataba de una “mentira de a mentira”, una mentira convertida talvez en novedosa realidad. Entonces ese pueblo fue condenado al olvido y la patria del hombre que simulaba fue arrasada de la faz de la tierra y convertida desde entonces en “el país del nunca jamás”.

Shanghai, 29 de agosto de 2011

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