05 agosto 2011

Escozores (esquela de excusa)

Todos entran ahí con espíritu mohíno, como disimulando una nefanda culpa; tanto que se diría que nadie quiere ser identificado en ese parco recinto de luces mortecinas y pesados cortinajes. Nadie acude solo, todos prefieren entrar a esa consulta acompañados, como tratando de disimular quien mismo es el que está enfermo y quien mismo es el verdadero paciente. Se trata de la inicua sala de espera del médico proctólogo, a donde los afectados concurren en busca de paliar sus dudas, ardores y malestares. Inútil esfuerzo aquel, ese del disimulo, pues toda ajena sospecha es siempre exacerbada por la inocultable huella que se denuncia por medio del mórbido y característico caminado. Los que entran van exhibiendo esa forma premiosa de respiración que adquiere la esperanza, los que salen aquella otra más rítmica y acompasada con que se expresa el alivio…

Yo también formo parte de aquel silencioso aquelarre, donde parecen estar censurados o prohibidos los conciliábulos. Todos hablan con secretos rumores, como si lo que hubieran venido es a confesarse. Nadie quiere reconocerse como miembro de esta indigna sociedad oculta de los que tienen escozores en el ano. Han llegado a donde están por factores de herencia, por la naturaleza de su oficio, o simplemente por la íntima aspiración de que su mal no sea un achaque con carácter de permanente o que pudiese seguirse agravando. A veces su molestia no está determinada siquiera por la confirmación evaluativa, su mal puede ser un asunto tópico y sin relación que no ha sido debidamente calificado.

Y es que he acudido a una serie de citas médicas, con el propósito de asegurarme que no estoy amenazado por la forma más insidiosa y común que suele tener el cáncer. Algo de mi acostumbrada curiosidad y esa incipiente hipocondría que he ido desarrollando, me habían ido convenciendo que soy no solo el paciente ideal para esta suerte de moderna dolencia, sino que satisfago todos los subestimados síntomas con que puede presentarse el cáncer de colon. Han sido dos meses ya que ciertos ardores y comezones se habían propuesto eliminar de mi rostro toda huella de sonrisa, pues tales síntomas se habían combinado con una serie más amplia de diversas manifestaciones. He dedicado pues todo el tiempo que fuese necesario y que tenía disponible para realizar estas oportunas comprobaciones.

Por fortuna, mis sospechas pronto han logrado desvanecerse. Diez años después de un inexacto diagnóstico, se me ha confirmado que sufro en grado leve de esa irritación interna que también ha afectado la vida de muchos de mis parientes: la infamante hemorroides. Se corrobora y convalida también mi convencimiento de que mis reacciones a los alimentos picantes no es la enfermedad por la que me habían tratado por una década y que se llama “prostalgia fugax”, sino que se trata de una irritación alérgica de la piel en los sectores aledaños a lo que yo llamo “el sur del continente”. En suma, el nuevo diagnóstico produce esa sensación tan pacífica que llamamos alivio; pero también, y en forma simultánea, aquella otra que nos avergüenza y ruboriza, que constituye la experiencia del ridículo.

A pesar de estas frescas, y refrescantes, razones para gozar del optimismo, se me había recomendado, por efecto de mi edad, concluir mis averiguaciones con una nueva y complementaria visita; se trata de confirmar el estado real de mi aparato digestivo; han pasado ya casi diez años de una anterior colonoscopía y va siendo hora de tomar ciertas ocasionales y periódicas precauciones. Con el vertiginoso avance que en los últimos años ha tenido la medicina, estas exploraciones se han hecho casi tan comunes como acudir al dentista y la única molestia que se presenta sucede más bien la víspera del procedimiento, cuando se debe someter al organismo a una dieta líquida y a desacostumbradas e intensas purgaciones…

Los resultados inmediatos no son definitivos pero parecen tranquilizadores. La endoscopía alta refleja que adolezco de una hernia hiatal que es la que me ha estado produciendo un enconoso reflujo en los últimos meses. Descubren también una úlcera incipiente en el estómago y una serie de pequeñas y múltiples ulceraciones en el intestino, algo que parece que ha adquirido carnet de identidad en mi tierra, por culpa de una testaruda bacteria que ocasiona la muy común gastritis, que es una alteración digestiva que se presenta como un exceso de flatulencia que se amplifica en la altura, razón por la que no se me presenta en forma permanente. Más tarde, otras comprobaciones confirman que mi gastritis no está producida por medicamentos u otras circunstancias, sino por esa diminuta bacteria que ha colonizado mi intestino con carácter pertinaz y que se llama “Helicobacter Pylori”. Aspiro a que, con el tratamiento asignado por el amigable facultativo, pronto han de desaparecer sus perversas manifestaciones!

He dejado para el último lo de más abajo… Los resultados de la colonoscopía que habrían de corroborar o eliminar mis eventuales temores. Allí se encontraron y extirparon cuatro diminutos pólipos, uno con carácter de adenoma, el mismo que tuvo particularidades de apariencia que lo convertían en candidato a futuras complicaciones. Lo importante es saber “que no era lo que pudo haber sido”; pero no podría subestimarse la contingente posibilidad de que… “si no se lo extraía, podía llegar a convertirse en maligno”… Esta es la maravillosa condición de los chequeos previsivos, que los temores que nos puede producir una inocua hemorragia ocasional o unos escozores en el rabo, nos llevan a prevenir con oportunidad más serias, complejas e irreversibles situaciones...

Con este breve reporte médico, amables lectores, justifico mi ausencia durante las dos últimas semanas, tiempo que ha coincidido también con unas cortas y tonificantes vacaciones. Estoy de vuelta así a mis escarceos con las palabras. Pero estos obedecen ya a una forma distinta de escozores…

Quito, 5 de Agosto de 2011
Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario