17 agosto 2011

Collage entrecomillado

Imagino que esto del “cabreo” no es sino la versión moderna de lo que oíamos con frecuencia en la escuela, cuando nos “invitaban” a asistir a misa todos los santos días, de modo que nos fue quedando un balance a favor tal, en nuestros religiosos activos, que ya no nos ha ido quedando, en el deseo de asistir a esta ceremonia y cumplir así con el cristiano rito, sino uno como tibio y fatigoso entusiasmo. “En aquel tiempo”… en aquellas lecturas epistolares, en la revisión de los evangelios o en la explicación de esas repetidas homilías cotidianas, no se mencionaba la palabra “cabreo”, pero se hablaba con insistencia de la versión eterna y apocalíptica de la misma; y se la reemplazaba con la advertencia de un constante eufemismo: “el llanto y crujir de dientes”.

Reflexiono en la expresión bíblica mientras reviso una reseña del mensaje anual de nuestro presidente, cuando habría mencionado que en su llamada revolución ciudadana (que un día se la recordará como la “desilusión soberana”) “no hay espacio ni para los traidores, ni los cobardes”. Acostumbrados como ya están mis compatriotas a este tipo de lenguaje abusivo, parecen no haber caído en cuenta en sus implicaciones y en su esbozado maniqueísmo. Tampoco parecen querer advertir que quien no permite que se insinúen sus falencias, cree a su vez que solo él tiene patente de corso para endilgar insultos y vomitar sus improperios.

Haciendo de abogado del diablo y otorgándole el beneficio de la duda, quisiera pensar que lo que quiso decir fue que en esa tienda política ya no hay espacio para los arrepentidos y los pusilánimes. Sin embargo, conociendo su tendencia autoritaria y divisionista, creo que el real mensaje que se desprende de su triste expresión es el de que quienes no participamos de su entusiasmo excluyente somos solo eso: unos cobardes y unos traidores a su trasnochado idealismo. La pregunta que surge es desde luego: ¿quién le ha dado derecho y autoridad para insultarnos a quienes no comulgamos con su privativa forma de entender la sociedad, de interpretar nuestro comunitario destino?

Pienso en esta forma irresponsable del uso permanente de la diatriba, mientras reviso una serie de apuntes que he desenterrado de mis viejas lecturas de hace dos o tres décadas y descubro cuán oportunas resultan ciertas notas, que por casualidad he encontrado; y como ciertos pensamientos escritos, con referencia a otros episodios sociales y políticos, vienen a calzar con oportunidad en el momento inquietante que vive nuestro país. No me canso de reconocer la fuerza arrolladora que tienen los conceptos, así como la importancia permanente que tienen los ideales y los valores morales y éticos.

Con esas notas que he guardado, muchas de las cuales pertenecen a escritores y pensadores que por ahora no ubico con precisión, me he propuesto hacer un pequeño “collage” con las pinceladas de dichos pensamientos. Reconociendo el estilo y la época cuando las registré, intuyo que podrían pertenecer a Ortega y Gasset, a Ramiro de Maeztu y a Enrique Tierno Galván. Es sorprendente como tales expresiones pueden seguir aportando su actualidad a pesar del inevitable transcurrir que tiene el tiempo. Con parte de aquella mezcla desordenada de apuntes, he decidido entrecomillar algunos conceptos que los juzgo oportunos y relativos a nuestra actual situación institucional y política, persuadido como estoy que, como lo dijo ya uno de ellos, “la razón tiene la virtud de iluminar los hechos con la fuerza de la evidencia”:

“Pobre la institución donde sus dirigentes pierden el sentido de dignidad, el sentimiento de orgullo y el significado de libertad”.
“El hombre se mueve por ideales, cuando lo hace por conveniencias, por el bienestar económico, jamás se satisface. Hoy calla porque el deseo está lleno, mañana grita porque el deseo reaparece o nace uno nuevo”.
“Los utópicos olvidan que la historia tiene dos asignaturas: la eficacia y la razón. Por ello los medios de que se valen terminan por corromper los fines hermosos para los que nacieron”.
“No creo en los gigantes; ni me asustan, por aspas que tengan, los molinos de viento. Creo en la bondad de los hombres, en los valores morales, en la verdad, en la razón y en la justicia. Tengo fe en los principios, los ideales y los conceptos”.
“Toda ética que ordene la reclusión perpetua de nuestro albedrío es ipso facto perversa”.

En cuanto a cierto estilo que trata de imitar la chabacanería del rústico fanfarrón de feria, qué tal estas otras apostillas:
“La vulgaridad no irrita tanto como las pretensiones”. Pues… “de querer ser a creer que se es ya, va la distancia que hay entre lo trágico y lo cómico”. “No hay mayor abyección que la pretensión y la soberbia; que la presunción y la arrogancia”. Porque “podemos pretender ser cuanto queramos, pero no es lícito fingir que somos lo que no somos”. Ya lo había dicho Pascal: “El hombre es un monstruo de contradicciones; la vanidad está tan anclada en el corazón de los hombres que un payaso, un granuja, un bergante quieren tener admiradores”…

Sí, es hora de reflexionar! Porque... “desdichada la raza que no hace un alto en la encrucijada antes de proseguir en su ruta, que no se hace un problema con su propia continuidad, que no siente la heroica necesidad de justificar su destino, de volcar claridades sobre su misión en la historia!”. Sí, porque si no: luego vendrá el llanto y el crujir de dientes! Y esa suele ser la madre de todos los cabreos…!

Shanghai, 18 de agosto de 2011

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