09 octubre 2011

Coloquios aeronáuticos (2)

Hay por doquier huellas de un próximo e inminente trasteo. Son vestigios y testimonios de un esperado retorno, pero también son esas marcas que va dejando el desarraigo. Es curioso comprobar que en los viajes, como en los periplos a los que obliga la profesión, y como todo mismo en la vida, eso de llegar es siempre solo una suerte de espejismo. Salir es una manera de volver a llegar y ese llegar es, a su vez y de nuevo, una manera de partir … Mientras coincidimos en estas apreciaciones, volvemos a nuestra suspendida entrevista:

IN: Y… a qué se debió tu salida de TAO? Qué pasó con Pastaza?
AV: Tendría que empezar por contestar lo segundo. Si hay un pueblo en el mundo en el que se pudo haber inspirado García Márquez para inventar Macondo, ese debe haber sido Pastaza. Era una calle larga sin pavimentar, con un parterre central que servía más para proteger las luminarias que para adornar esa única avenida que aspiraba a tener. Su gran utilidad consistía en ayudar a evitar los remojones que producían los baches cuando pasaban los coches. Algo había en ese pueblo de recoleto y de pecaminoso; pero ahí todos vivían como esperando el mañana y tratando de esconder el pasado. Shell Mera, como también le llamaban, era como un pueblo fantasma donde la gente salía a las puertas a inventariar al que venía. Al pueblo salíamos solo en la noche: a jugar billar, a tomar una cerveza o al cine ubicado frente a la tienda de Goldfinger.

IN: Quién era ese individuo? Por qué lo llamaban así?
AV: Él era el potentado del pueblo, era el dueño de un almacén de abarrotes y de productos ultramarinos. De hecho, puede decirse que era la única tienda bien provista que había en el pueblo. Pero la gente no iba a comprar allá para cancelar sus requerimientos; por lo menos los que tenían que ver con sus necesidades materiales. Le decían Goldfinger (dedo de oro) porque su principal producto no siempre estaba en, sino detrás de los escaparates, y eran sus hermosas y bien proporcionadas hijas. Cada cual con unas caderas más opulentas que la otra. Allá íbamos a parar, casi todas las noches y con cualquier pretexto, tratando de contentar con la satisfacción de los ojos lo que la selva nos quería negar, en una edad en que ya íbamos para inquietos…

IN: No has contestado todavía la primera parte de mi anterior pregunta…
AV: Ah, que qué pasó con TAO? Pues, no es un secreto. Yo había finalmente accedido a firmar un contrato de siete años; pero luego de los primeros cuatro, Anglo no renovó el contrato de provisión logística que realizaba el Twin Otter. Intuyo que como el avión ya se había amortizado, Gonzalo Ruales consideró que ya no era rentable mantener ese avión en la operación regular en el Oriente. De modo que acordamos una liquidación y salí a enfrentar la única para real que he tenido en mis más de cuarenta años de aviación.

IN: Esto no produjo un distanciamiento con tu anterior padrino y protector?
AV: Sí, es un asunto delicado, pero este tipo de ajustes crean situaciones que son inevitables. Es incómodo, sobre todo cuando intervienen las relaciones familiares y los elementos afectivos; pero yo tenía responsabilidades y deudas que asumir; y lo que es peor: el futuro inmediato me hizo comprobar que, lejos de lo que yo habría querido y creído, no había trabajo disponible por ninguna parte…

IN: Cuánto tiempo estuviste desocupado? Quién quiso contratarte?
AV: Todas las aerolíneas tenían sus cuadros completos. Incluso las pequeñas compañías de taxi aéreo no estaban dispuestas a inflar su presupuesto. Opté por lo que más de una vez había prometido no hacer jamás: dedicarme a fumigar las plantaciones agrícolas. Mientras me preparaba para esto, volando en un viejo Colair que no disponía de un segundo asiento… conseguí volar por horas entre Guayaquil y Machala, operando un maltrecho Cherokee que repartía el diario El Universo. Fueron momentos duros porque nadie me pagaba, vivía solo y por mi cuenta en Guayaquil, con calor y mosquitos incluidos; y estuve muchas veces a punto de botar la toalla…

IN: Y entonces qué pasó; allí fue que entraste a Ecuatoriana?
AV: No, qué va! Eso vino casi tres años después. Estuve a punto de volver a la universidad, pero ésta se encontraba clausurada. Un día me ofrecieron trabajo en Andes, pero me pidieron que tramitase mi visa de turista por mi cuenta; no la de tripulante porque hubiera significado un compromiso laboral. Cuando fui a la embajada americana, expliqué el motivo de mi solicitud y sugerí que llamaran a confirmar mi posibilidad de trabajo. Para mi sorpresa, el personero encargado negó mi versión, haciéndome quedar no solo como un mentiroso, sino poniendo en peligro la obtención de mis futuras solicitudes. En esas estaba, a punto de realizar un nuevo “trasatlántico monomotor” a Machala, cuando recibí una llamada por teléfono. Una voz familiar me preguntó: “Zafiro, no quiere venir a volar la machaca?” Era el imponderable Cuchi Yépez. Al aceptar, estaba otra vez comiéndome mis palabras. Habiendo sido testigo de tanto horrible accidente en el Oriente, había jurado que jamás volaría un monomotor sobre la selva. Así fue como fui a volar esos avioncitos anaranjados que tenía la Texaco. Así fue como se completaron mis primeros seis años de aviación en el Oriente.

IN: Pasado el tiempo… extrañas esa vida?
AV: No creo que volvería a hacerlo; pero fue una operación que la disfruté minuto a minuto. Además, para mis años, era una relación de privilegio: se trabajaba una semana, por otra semana de descanso. Así fue como aprendí a visitar las discotecas y así es como, pasado el tiempo conocí a alguien con quien más tarde habría de casarme. Pero… eso ya es otro tipo de relación obrero-patronal; se trata de un tipo de monomotor de “ala alta” chúcaro y caprichoso, su patín de cola es arisco, resbaloso y muy inestable. Me ha tomado tres decenas de años y todavía puedo dar testimonio, no solo de que no lo conozco suficiente, sino de que no he aprendido aún a dominarle…

IN: Y… volverías a casarte?
AV: Creo que podríamos considerar de nuevo aquello de una semana adentro, por otra semana de descanso…

IN: Cómo consideras tu paso por el Oriente?
AV: Volar solo en el Oriente, fue no solo mi escuela; fue mi universidad. Me afinó la intuición que es el sentido más importante que debe tener un piloto; me dio “mano” y una formidable experiencia; afianzó mi autoconfianza y me enseño a ser ordenado y meticuloso. Aprendí a valorar los méritos ajenos y sobre todo a reconocer mis humanas y profesionales limitaciones. Le tengo mucha gratitud a esa inolvidable etapa: me dio unas bases sólidas como aviador y como hombre.

Shanghai, 6 de octubre de 2011
Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario