02 octubre 2011

Eso de “abortar”…

Es siempre probable que haya sido otra de las palabras prohibidas de mi niñez. De hecho, fue parte de esa especie de “índice” de términos que, de algún modo, aprendimos que nunca debíamos pronunciarlos. “Abortar” implicaba algo sangriento y clandestino; que, a más de ilegal, era impúdico e indigno; sugería la presencia furtiva y encubridora de la comadrona; o quizá, incluso, la del médico inexperto, inescrupuloso y desaprensivo. Intuyo que también fue por eso, que algo interno y subyacente nos sugería no pronunciar aquellas palabras que podían ser reemplazadas por otras. Así aprendimos a utilizar términos de sonido menos drástico y estridente, que salvarían el juicio de nuestros mayores y de esos, sus oídos sensibilizados por el pudor, el qué dirán y el prejuicio. Supongo que por idéntico motivo aprendimos que era preferible no mencionar algunos sustantivos como aquel de “hemorragia” y ciertos verbos como ese de “arrojar”…

Por eso, grande debe haber sido mi sorpresa, de proyecto de piloto y de aviador adolescente, cuando descubrí que en mi nuevo oficio, ésa era una palabra común, utilizada para expresar con mejor certeza y exactitud, aquellos despegues que se frustraban o aquellos aterrizajes que había que interrumpirlos, porque habría surgido la súbita necesidad, como dicen los pasajeros, de “volverse a elevar”; o, como nosotros lo expresamos: cuando tenemos que “volvernos al aire”… Nótese que, a pesar de competir a nuestra especialidad, también pecamos de imprecisos, porque tampoco caemos en cuenta de algo perogrullesco y elemental, aquello de que, para empezar, ya estábamos suspendidos en el aire. Por esto debe ser, que se les hace a los pilotos uno como nudo en la lengua, cuando luego de atender esas ocasionales tareas en su actividad, deben explicar a sus pasajeros, con esfuerzo de no usar la palabra “abortar”, que han suspendido el despegue o que se han visto obligados a “volverse a elevar”, que han tenido que “volver al aire”…

Lo cierto es que, sobre todo cuando de aterrizajes se trata (ya hablaremos a su turno de los despegues), abortar es más bien una maniobra sencilla; pero, como parece suceder con los abortos de la vida real (pues la vida de los pilotos no siempre es tan real… es más bien un tanto mágica), nadie está preparado debidamente para que los “abortos” ocurran; y me temo que, muchas veces y en muchos casos, tampoco los pilotos estamos preparados para realizarlos. Son arduos los esfuerzos que los centros de entrenamiento y los departamentos encargados realizan en las aerolíneas, y en general en las instituciones aéreas, para remarcar en el concepto de que los aviones no se aproximan a una pista para aterrizar, sino para efectuar un aterrizaje frustrado; y que, si todo esta bien, sus pilotos han de aceptar y realizar el propuesto aterrizaje.

Sucede además que, en esta parte de “la vida real” de la aviación, esta circunstancia sucede casi siempre justo cuando menos lo esperábamos, o cuando no estábamos preparados para realizarla; y lo que tiene que suceder, entonces sucede; y es que, como no estábamos anticipados, casi siempre terminamos realizándola de improviso y un tanto atolondrados. Por ello es que he aprendido, en mi corta y humilde experiencia, que lo importante no es solo reaccionar con oportunidad, sino sobre todo acompañar a dicha muestra de eficiencia, con calma y con tranquilidad. Es ésta quizás la misma calma que quisiéramos observar en un quirófano, donde el médico reacciona ante una impensada emergencia y a lo imprevisto en sus delicadas tareas. Allí, él hace acopio de sus conocimientos, y actúa sin atropellos, tratando de contagiar con su naturalidad y experiencia.

Supongo que es éste factor de lo imprevisto, sumado al súbito aumento de potencia, lo que hace aparecer a esta maniobra como crítica y la convierte en un tanto traumática. Con el tiempo fui aprendiendo que tenía que realizarla en forma metódica; y poniendo énfasis en la ausencia de apuro, y con una actitud de confianza y de tranquilidad. Comprendí que casi nunca es necesario el atropello y que nada se gana con la brusquedad. Traté de poner parte de mi esfuerzo en que nadie más cayera en cuenta que habíamos tenido que optar por este procedimiento. Lamentablemente los aviones modernos tienen un reconocido exceso de potencia y se hace inevitable, por efecto del ruido y de la sensación que produce la gravedad, poder disimular este mecánico, como aerodinámico, esfuerzo. A esto se suma que en la mayoría de los casos, la maniobra depende del tránsito aéreo y obedece más bien a las instrucciones de la torre de control, lo cual torna esta decisión en menos dependiente de nuestra voluntad y criterio.

Pero nada hay más imprevisto, asimismo, que tener que “volver a retacar”. Y esto, en especial, cuando no habíamos realizado esta maniobra por culpa del mal tiempo; es decir, cuando ya habíamos realizado previamente un primer procedimiento de “missed approach” o “go-around”, como lo llamamos en inglés, y nos habíamos visto obligados a realizar una nueva e imprevista “ida al aire”. Esta nos coge literalmente con los pantalones abajo; y además, cuando habíamos descubierto que los cordones se nos habían enredado; y justo en el día que habíamos optado por calzar esas viejas y olvidadas botas de caña alta…!

“Retacar” no siempre es lo que el piloto prefiere realizar, y no siempre es aquello con lo que se esperaba. Muchas veces intervienen en su gestión otras importantes consideraciones, especialmente cuando no puede contar con ese lujo en que, por efectos de la eficiencia operacional, se ha convertido el combustible remanente. Justo ayer, mientras cumplía lo que podría ser mi último vuelo intercontinental, tuve que realizar un nuevo “abortaje”. Lo hice a sabiendas de que no debo usar la palabra “abortar” para significar dicha interrupción; muy a sabiendas también que “aborto” significa monstruo, trasgo o engendro; y muy consciente de que esto del “abortaje,” constituye todavía un término que no ha sido aceptado en los diccionarios académicos… Y ésto, yo no sé por qué será, si por rezago de algún escrúpulo, recelo o temor; o si por puro y simple sabotaje…

Chicago, 3 de octubre de 2011
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