04 septiembre 2012

Ah, cabeza muerta!

Estoy en el terminal de Riyadh, haciendo tiempo para que procedan a efectuar el embarque de pasajeros; de pronto, y sin saber porqué empiezo a tararear la letra de la canción de Serrat, letra que nunca sé si es del mismo Serrat o de Antonio Machado: aquella cancioncita tristona titulada Pueblo Blanco…

El sacristán ha visto

hacerse viejo al cura.

El cura ha visto al cabo

y el cabo al sacristán.

Y mi pueblo después

vio morir a los tres...

Y me pregunto por qué nace la gente

si nacer o morir es indiferente.

Si yo pudiera unirme

a un vuelo de palomas,

y atravesando lomas

dejar mi pueblo atrás,

juro por lo que fui

que me iría de aquí...



Pero los muertos están en cautiverio,

y no nos dejan salir del cementerio…

No voy de piloto esta mañana, voy de supernumerario (es una palabrita que no está entre mis preferidas); o sea que voy de pasajero en un asiento que todavía no me ha sido asignado. Esta es una designación que alrededor del mundo se conoce con un nombre, si no derogatorio, por lo menos curioso: “dead head”; o, lo que es lo mismo, “cabeza muerta”. Se abrevia DH, que en aviación no solo quiere decir “Decision Height” sino eso: cabeza muerta! Y hoy viajo otra vez como DH y me pregunto de dónde es que salió, o se originó, la extraña costumbre de identificar con ese nombre a los empleados de una determinada empresa, que deben trasladarse a otra estación asignada por su compañía, sin pagar pasaje.

Empiezo a investigar -disculpen por mi inveterado oficio- y descubro que hubo una época que en los trenes se transportaba o acarreaba ganado; el pago se hacía solamente por las cabezas que llegaban vivas; y ningún cargo se reclamaba por aquellas cabezas que hubiesen llegado muertas. Luego el terminajo empezó a ser utilizado para designar a los pasajeros que pertenecían a la transportadora y que, obviamente, como eran parte de sus mismos quehaceres logísticos, iban en asientos que no se vendían y que no producían réditos o utilidades.

A veces, en su necesidad de “posicionarnos”, es decir de ubicarnos donde quiera, y a como de lugar, las empresas nos otorgan asientos que no siempre gozan de las mejores comodidades; en casos así pudiera decirse que volamos en condición de cabeza muerta, pero que llegamos en calidad de ganado y con todo el cuerpo en calidad de cadáver… no solo la cabeza! Además, casi siempre es un requisito, para desplazarse en estas condiciones, el de viajar uniformado, con lo que -claro- los demás pasajeros no dejan de preguntarse que quién está en los controles, si se supone que éramos nosotros los que debíamos estar “manejando”…

En ocasiones consigo un asiento privilegiado. Muchas otras veces, sin embargo, me siento como en la canción de Machado-Serrat, como que estoy en cautiverio, y a sabiendas de que no me dejan salir del cementerio…

Riyadh, 4 de septiembre de 2012
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