07 septiembre 2012

El monasterio infinito

Un cántico grave como trueno, solitario y gutural, interrumpe la duermevela y parece reprender con terquedad la inquietud de madrugadoras y postergadas apetencias… Alaaah akbar, Alaaah akbar! -Dios es grande, Dios es grande!- dice la proclama, con el sordo estruendo de su voz. Es el pregón matinal, el mensaje desde el minarete, para recordar la condición del mortal, la vigencia de unas cláusulas rituales que han convertido la vastedad del desierto en un monasterio sin límites. Alaaah akbar, Alaaah akbar! Es la plegaria matutina del llamado a la oración; es recordatorio e invitación, grave cual quejido, triste cual lamento!

Las prescripciones y los cánones religiosos han convertido a este contrito reino en un claustro enorme, en un lugar sin límites. Toda la actividad del hombre se define por las insoslayables horas de la oración; desde antes de la salida del sol, hasta que los fieles ya no son capaces de observar su propia sombra. Y es esa misma sombra la que define la cláusula de adoración -el “Salat”-, y que determina cuándo los hombres deben congregarse para orar y cuándo las tareas de hogares, tiendas y demás establecimientos pueden operar o deben suspenderse.

A ese rezo, que antecede a la madrugada, han de seguir otros más durante el resto del día, a una hora caprichosa que nunca sucede con horario definido; ella tiene que ver con la posición del sol en el firmamento y cambia a lo largo del año para coincidir con la real duración del día. Al llamado matutino del “Fajr”, han de seguir las horas del "Dhuhr" -cuando el sol está en el cenit-; el “Asr”-cuando la sombra del cuerpo es igual a su longitud durante la tarde-; el “Maghrib” -cuando cae el sol, hasta que las estrellas forman racimos en la noche-; y la postrera del “Isha”, cuando el crepúsculo ha desaparecido, y que concluye a la medianoche…

En un breviario o compendio islámico recojo esta información y advierto que "Hay cinco oraciones que Alah ha prescrito para los hombres. Quien las cumpla con la atención que requieren, sin faltar a ninguno de sus pilares, obtiene la promesa de Alah de hacerle entrar en su Jardín”… “porque la llave del Jardín es el Salat”. Efectivamente, la práctica de la oración es uno de los pilares primordiales del credo musulmán, que ha de respetarse, observarse y defenderse. No importa cuán principal, sustantiva o delicada sea una actividad: las horas de la plegaria han de cumplirse -si se quiere- “religiosamente”!

Mas, cosa curiosa, somos los cristianos los que más nos sorprendemos por esta forma en que nuestro hermanos musulmanes han dividido los lapsos de su diaria cronología; sin considerar que dos siglos antes de las predicaciones de Mahoma, ya se conocían y aplicaban en la cristiandad las llamadas horas benedictinas; eran hasta ocho cláusulas diarias que determinaban las horas de la oración; y, aunque se aplicaban en forma preferente en los monasterios y conventos, puede decirse que durante toda la edad media afectaron la forma como la sociedad habría de administrar las horas del día... Hoy son quizá usos olvidados; pero, quienes asistimos a establecimientos confesionales, todavía recordamos esos términos que simbolizaban la partición del día cada tres horas, como: maitines, laudes, tercia, sexta, nona, vísperas y completas… Se referían a las horas destinadas a la oración, que antes se habían realizado hasta ocho veces por día!

Hoy, me temo que, esas horas, las llamadas “horas canónicas”, ni siquiera se las observa en las comunidades monásticas; sin embargo, ya hemos olvidado que las actividades del mundo occidental siguieron por muchos siglos el mismo ritmo que sus rezos. Hace solo cincuenta años el Concilio Vaticano volvió a propiciar el retorno de todos los creyentes a esas continuas prácticas recurrentes de oración, un régimen que hasta hace poco se aplicó en la cristiandad… pero, la modernidad a menudo se empeña en archivar -con su desmemoria- el no tan lejano medioevo.

Jeddah, 6 de septiembre de 2012

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