15 noviembre 2012

De correcaminos a destajista

Comenta con frecuencia uno de mis compadres que yo, cuando era muchacho, había sido un delantero rapidísimo. Creo que él lo dice por magnanimidad; o, en modo probable, para no tener que referirse a lo que fueron mis escasas habilidades futboleras. Lo que sí debo reconocer es que en esos años, como ya antes me había sucedido en los recreos de la escuela, solía ubicarme con felicidad donde no había más que empujar la pelota “hacia el fondo de los piolines”; o sea que, si no supe destacarme por mi habilidad, mi sentido de predador casi siempre me hizo situar en el lugar donde mi equipo más me necesitaba…

Empero, aquello de mi supuesta velocidad, parece que no obedece solo a los generosos impulsos ocasionales de mi bondadoso amigo; algo de cierto ha de haber en el comentario, pues en los tiempos en que trabajé para Texaco, en el campamento petrolero de Lago Agrio -donde se jugaba todas las tardes, llueve, truene o relampaguee-, me endilgaron los primeros sobrenombres de que tengo noticia. Uno de ellos era precisamente “Scalise”, en referencia a un escurridizo “media punta” argentino que fuera contratado para un par de temporadas por la Liga de Quito. Pero el que más caló “en el corazón de la hinchada” fue aquel que se hizo famoso, y que hacía alusión a mi profesión: me apodaron “Che gaviota”.

Yo tengo, sin embargo, la secreta sospecha que hubo otro remoquete que me endilgaban; pero que no me lo decían para no ocasionar mi reacción enojadiza. Pues tengo el barrunto que los chuscos me habían bautizado con el nombre de un personaje de los dibujos animados y que me decían “Correcaminos”… Por eso, desde un buen día me propuse investigarle a ese ubicuo personaje y averiguar la razón para que anduviera raudo cual saeta por todos los senderos y caminos.

Este héroe de historieta tenía por razón de vivir la de importunar, con artera y aleve premeditación, a su contraparte: un jactancioso coyote de espíritu novelero que hacía frecuente alarde de contar con los más probados artilugios, con las más caras, exclusivas y efectivas herramientas; solo para comprobar que sus ingeniosos artefactos no funcionaban en el momento esperado y en la forma debida. Era, el coyote, el verdadero epítome del petimetre, del individuo que se precia de poseer las mejores marcas y que ostenta con sus pertenencias. Todos los trastos y armatostes que adquiría lucían un nombre tomado del griego y que los identificaba con el apogeo, el pináculo o la cresta: la palabra ACME.

Así era como los explosivos ACME del coyote no funcionaban cuando este se proponía, y terminaban siempre reventando en sus narices. ACME había sido por siempre una marca que, haciendo honor a su etimología, representaba el ápice y la cumbre, la culminación y el clímax. Pero, ACME también era la leyenda escrita en los letreros, que el Correcaminos colocaba en los senderos -a manera de señal de ruta-, para confundir a su obstinada víctima… Luego se habría de conocer con este nombre a las empresas que hacían “de todo y para todo”, porque justamente y de acuerdo con las siglas de su acrónimo, se encargaban de elaborar todo tipo de productos (A Company that Makes Everything).

Fue mucho más tarde que habría de enterarme que ACME se pronunciaba “acmi” y habría de llamarme la atención que existía una empresa islandesa de aviación -que luego terminaría contratándome- que se dedicaba, en forma primordial, a un tipo de actividad conocido en la industria con las siglas ACMI. Solo que, esta vez, el acrónimo significaba algo distinto a zenit o cresta, o a los productos que representaban la debilidad del incorregible coyote. Se pronunciaba “ei-si-em-ai” (por su deletreo en inglés) y quería decir una forma de alquiler aeronáutico que proporcionaba aviones, tripulaciones, mantenimiento y reaseguro (aircraft, crew, maintenace and insurance). Una modalidad conocida también como “Wet Lease”.

En función de las características de su actividad, las empresas que proporcionan ACMI no requieren de sus pilotos en forma continua y permanente; les otorgan una cierta libertad debido a la versatilidad de sus operaciones. Bien pudiera decirse que sus aviadores trabajan “a destajo” o por tarea. Ellos, a diferencia del testarudo coyote, no se topan con sorpresas, ni se les revientan los explosivos cuando menos se lo esperan. Disponen de bastante tiempo libre, en el que literalmente tienen que “aprender a hacer de todo”; o deben, simplemente, disfrutar y tratar de sentirse “en la cima”… Verdaderamente, la cresta!

Jeddah, noviembre 16 de 2012
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