13 noviembre 2012

Las piedras contra Petraeus

Sí, ha sido indiscreto… y qué? El gran vocerío y los consecuentes comentarios que ha despertado el episodio del general Petraeus, en los días precedentes, me lleva a la delicada reflexión de por qué la gente es infiel, de por qué es que somos indiscretos y ponemos -muchas veces- en riesgo la tranquilidad y hasta la misma felicidad de nuestras familias; en por qué no somos leales y podemos poner en innecesario peligro nuestras carreras e, inclusive, nuestra propia felicidad.

Nótese que, hasta aquí, no he mencionado las palabras traición o engaño -y esto, lo he hecho con intencionalidad-. En inglés el verbo “to cheat” significa algo más que ser desleal, quiere decir engañar, embaucar o traicionar, siempre con el ánimo de causar daño o de perjudicar con alevosía. Es importante, por lo mismo, meditar si es esa la verdadera intención de quienes no son -o no somos- fieles a un código de conducta y a una reciprocidad, como la que la sociedad y, sobre todo, los principales afectados esperan de quienes se involucran; y son sorprendidos como protagonistas de estos incómodos asuntos…

Tiene la gente el afán intencional de provocar un daño con perfidia cuando pasa a formar parte de estas embarazosas situaciones? Me atrevo a contestar que no. Entonces, por qué nos arriesgamos a ser parte de estos escenarios, a sabiendas de las consecuencias, las implicaciones y los desenlaces que pueden provocar? Imagino que la respuesta está en la propia naturaleza humana. Muchos dirán que quienes conducen sus asuntos personales bajo una recta y diáfana regla de conducta no se exponen a todas las vicisitudes y secuelas que pudiese engendrar cualquier caso o “affaire” de infidelidad. Pero, quienes así critican y advierten, o dan sus sentencias con voz admonitoria, han enfrentado alguna vez una de esas situaciones que llevan a ser infiel o, si se prefiere, que nos tientan con traicionar?

Porque, si el riesgo es demasiado elevado-, al igual que el precio que al final terminamos pagando-, por qué es entonces que cedemos ante el instinto y no caemos en cuenta de la sanción moral que pueden tener estas relaciones, luego de que se develan -y, eventualmente, se hacen públicas- estas indiscreciones?

Como lo hemos dejado establecido en un párrafo anterior, quizás sea parte de la naturaleza humana. Quién puede decir que no ha enfrentado, alguna vez, esta sutil y cautivadora forma de provocación? Aún a riesgo de caer en el cinismo, podríamos inferir que la tentación, no es sino una consecuencia de un juego de oportunidades. En otras palabras, sujetos a la supuesta condición onírica de un inesperado encuentro en una isla desierta, todos reaccionaríamos con idéntica moralidad? De nuevo, creo que no; porque “cada uno es cada uno”, como ahora dicen en mi tierra, porque cada cual tiene su propia e íntima individualidad.

Por qué, entonces, Petraeus y todos los demás, no avizoran con anticipación las inevitables secuelas y desastrosas consecuencias? En pocas palabras: ¿qué hace que los hombres sucumbamos con tan sorprendente facilidad a esta forma de traición? Me animo a pensar que hay en los seres humanos algo intrínseco que nos empuja hacia la inconsciente travesura, hacia una aventura de la que no siempre estamos conscientes que puede llegar a tener una dolorosa implicación. En algunos casos, puede que juegue un factor decisorio la propia inseguridad o, por lo menos, la respuesta a los llamados sibilinos que puede tener la lisonja de quienes no nos esperamos, o el súbito interés que podamos despertar… Podría tratarse, en este caso, de una cuestión de ego personal o de no saciada vanidad.

Claro que también pueden intervenir otros factores, como pueden ser auténticos o confundidos sentimientos; o situaciones personales en las que se mezclen las sensaciones de hastío, insatisfacción, o falta de reconocimiento o reciprocidad. Es posible que, debido principalmente a la rutina, uno termine por considerar la primera relación como algo consumado y definitivo, que no tiene porqué llegar a terminar. Es decir que lo damos por hecho -“take it for granted”, se dice en el inglés-; lo cierto es que llegamos a convencernos que la fidelidad es un asunto obligatorio; y no la natural consecuencia del afecto continuo y la reciprocidad.

No deja de ser curioso que Petraeus parece venir del griego “petros” y del latín “petra” que quieren decir roca o piedra. El general se ha convertido así en la “piedra de toque”, pienso yo. Y, ello implicaría además una doble advertencia: primero, que los hombres no estamos ajenos a la tentación y que no somos “de piedra”; y segundo, como dice la sentencia bíblica: “que aquel que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”… En fin, creo que se trata de la vida íntima y personal de cada uno; y que no nos corresponde -no nos puede corresponder- que, a pretexto de condenar los protocolos de conducta ajenos, o el honor y la ética que se ha acordado como norma social, nos tomemos la libertad de juzgar las decisiones -equivocadas como puedan parecernos- que tomen los demás.

Sí, ha sido infiel y qué…? Qué nos otorga autoridad para poderlo juzgar?

Casablanca, Marruecos, 13 de noviembre de 2012
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