01 noviembre 2012

Tras las huellas de Amelia

Calza unos tacones discretos que no logran disimular su tamaño. Es menuda y pequeñita. Hay algo de brioso en el ritmo de su forma de caminar que rubrica su sentido de propósito. No trasunta ansiedad, ni tampoco denuncia un fugaz e inelegante apresuramiento. En el contraste de su magro uniforme, el llamativo resplandor de sus rubios cabellos suscita una curiosidad que resulta provocativa y obscena; y contestataria, aunque carente de drama. No cubre sus hebras a la usanza árabe, como está obligada por la tradición; prefiere esconder sus trenzas dentro de la abultada gorra que identifica su ministerio y completa su apostura. Hay en ella un altivo donaire; una pincelada de misterio exenta de arrogancia.

Saluda con sus demás colegas sin afectación; hay en ella una actitud espontánea. Porta consigo el conspicuo cartapacio que contiene los documentos de su inminente viaje. Se sienta a mi costado y me averigua si conozco al comandante, al titular de aquel nombre impronunciable… Sonrío y le respondo que sí, que lo conozco y que, además, muy íntimamente; y que justo, aquella misma mañana, lo había observado con insistencia, cerca de mí, frente al espejo… Entonces se presenta con ese su nombre griego que consolida la imagen de luminosidad que sugiere su rostro juvenil e inquisitivo. Mi nombre es Alina, me dice, y se presenta con talante respetuoso. Es mi ocasional copiloto…

Ella es parte, es una más, de ese colectivo cada vez más generoso que ha querido regalarnos la modernidad: la de los pilotos femeninos, la de las mujeres aviadoras. En un mundo profesional que por hábito y raigambre estuvo siempre reservado a los varones, la fresca, inusitada -y cada vez más frecuente- presencia de la mujer, ha venido a aportar ese lozano toque de glamour que quizá se había empezado a difuminar, y que antes había caracterizado con vigor a la estirpe de los aviadores. Hoy las encontramos, cada vez con más asiduidad, en plataformas y terminales, orgullosas de sus uniformes, exhibiendo aquellas doradas barras que simbolizan su compartida autoridad, proclamando la promesa -cuando no el desafío- de que han de respaldar con bizarría sus encumbradas credenciales.

Una vez en el avión, cumple sus obligaciones con premura y eficiencia, no pide ni espera un tratamiento especial por su condición femenina. Actúa como lo que ella misma se considera: un aviador que conoce sus tareas, que sabe cumplir su rol y que está preparado para las exigencias que demandan sus procedimientos. Sabe que el oficio ya no está signado por los riesgos y el espíritu temerario que identificaron a los albores de la actividad aeronáutica; que el concepto moderno de la profesión demanda una profunda y meticulosa preparación, enorme disciplina, y el desarrollo de nuevas destrezas como la comunicación, el continuo apoyo mutuo, el mejor uso de los recursos asignados…

Se trata de aquella permanente búsqueda de la excelencia que se define con un término que talvez para ella suene discriminatorio, y que no tiene traducción: “airmanship”, una forma sobresaliente de la maestría aeronáutica. Hoy existen mujeres pilotos en las principales aerolíneas del mundo. De hecho, hoy se las encuentra por doquier; y no es extraño encontrarse con tripulaciones completas que están conformadas exclusivamente por mujeres aviadoras. En ellas, los varones están totalmente ausentes y ya no son imprescindibles, como lo fueron en el pasado, para la realización de todas aquellas delicadas actividades.

Es la herencia y el linaje de la inolvidable Amelia Earhart, la heroína americana que fuera la primera en cruzar sola el Océano Atlántico y que más tarde habría de desaparecer tratando de intentar la misma hazaña en el Pacífico. Ellas, al igual que Amelia, dejan a su paso una diáfana estela de desempeño escrupuloso, de responsabilidad y de exactitud. Están persuadidas del esfuerzo y del esmero cuidadoso que requiere su romántico quehacer. Pero saben, por sobre todo, que en sus manos no está solo la ilusión que tienen de volar como las aves; sino, ante todo, las preciosas vidas que nos han encomendado a los modernos aviadores…

Arabia, primero de noviembre de 2012
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