25 noviembre 2012

Entre el bermellón y el azul cobalto

Descansa el mozo en una silla destartalada mientras yo recorro la vereda por enésima ocasión. Así descubro que me ha estado observando, que me ha estado estudiando de arriba para abajo. Cuando hacemos contacto visual se anima a preguntarme que de dónde soy. Respondo con una sola palabra y le menciono que del Ecuador. Entonces se queda impávido, como si no me hubiese alcanzado a escuchar; como si no hubiese terminado de contestarle, o como si lo que dije lo hubiese pronunciado mal. Así advierto que ese nombre singular no consta en su precaria geografía; que bien pude haberle dicho cualquier otro nombre, aun uno falso o inventado, y que a él de todos modos le hubiese resultado igual…

Entonces trato de completar una pieza adicional de su rompecabezas y añado un elemento más a ese inesperado juego de “la parte por el todo” en el que él parece dispuesto a querer participar. Digo “South America”, a manera de complemento, y enseguida puedo darme cuenta que no he logrado aportar con un mejor dato para responder a su insatisfecha curiosidad. Empiezo a dibujarle con mis manos el Nuevo Continente; ubico a América del Norte, a México, al Caribe; y realizo un lento recorrido por los países de la región. Es evidente que no se logra ubicar. Es como si le hubiese hablado de un territorio localizado en la cara escondida de la luna o, quién sabe, en un planeta lejano y desconocido, perteneciente a una estrella de color encarnado y recién descubierta en Sirio o en algún otro extraño sistema estelar. Me rindo; es inútil seguir aportando con más buena voluntad!

Decido entonces devolverle su pregunta y me contesta en su inglés chapuceado que es de Bangladesh; lo dice con una cierta actitud, como si esperase que me ponga a adivinar. “Ah, de Dhaka” le respondo y me contesta que el suyo es un país pequeño, como queriéndose justificar. “No, la tierra de los Banglas, es un país enorme” -le corrijo-; y el rubrica su coloquio con una sonrisa que no esconde su nostalgia, por sobre el orgullo que ahora está tratando de ensayar.

“What’s your name” continúa en su inglés incipiente; y, tratando de tomarle el pelo, opto por responderle que Abdul Azís. Se queda como intrigado, parece confundirle que yo no sea ni árabe, ni asiático, ni europeo y que pueda ser propietario de un nombre tan identificado con esta tierra peninsular. Le sonrío como disculpándome y así, dándole mi nombre genuino, interrumpo mi fingida intención. Luego, me arrepiento de mi fanfarronería; no ha sido mi intención burlarme de su curiosidad. Solo ahí advierto que es el conductor que ha venido para transportarme al hotel donde más tarde me han de alojar…

Ya en su descuidado taxi, va tratando de confiarme su deseo de volver, de pronto regresar a su hogar. “Here, no life!”, me confiesa. “Money ok, but too much work. No life!”. Entonces medito en la realidad de toda esta gente que viene de tan lejos para ganarse un mendrugo un poco más grande de pan; en todos esos sacrificios y renunciamientos para poder llevar a una esperanzada familia algo quizá mejor, aun al precio que tienen la incertidumbre, la distancia, la soledad…

“Arabia, ok?”, insiste en preguntarme. Y yo, no queriendo contrastar su inquieto desasosiego, solo atino a contestarle que sí, que no está mal. Procuro entonces mirar hacia otro lado, como que me estoy interesando en algo ubicado lejos y más allá... Mientras tanto, el cielo exhibe el desahucio de sus postreros fulgores, los últimos rezagos del ocre y del cinabrio, del almagre y del bermellón. Pronto llegamos a mi destino asignado. Le agradezco y me despido con un gesto de afabilidad. Entonces sonríe y repite, como si recién cayese en cuenta, el indígena nombre falso que le había dado en nuestra charla inicial. Su sonrisa es una mueca difuminada, a medio camino entre la indulgencia y la complicidad.

“Abdul Azís, Abdul Azís”, sonríe y se va repitiendo, mientras la penumbra se somete al imperio del azul cobalto y el cielo parece subyugarse a los tonos del habano y del castaño que decretan su jerarquía en el paisaje de aquel lugar…

Riyadh, noviembre 25 de 2012 
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