29 noviembre 2012

La cordillera invisible

Siempre es bueno -y muchas veces enormemente grato- volver a aquellos lugares a los que se recuerda con afecto. Entre ellos están los que se identifican por la actitud amigable o la riqueza afectiva de su gente; o están aquellos que representan un hito en nuestra historia personal; pero están también los que nos maravillan por su estructura y tienen el don de acicatear y renovar nuestra capacidad de asombro…

Este último es el caso de esa urbe sorprendente que para los ojos y el espíritu, resulta Hong Kong; constituida en el centro urbano de Asia que probablemente cause más admiración a quienes tenemos como referente solo lo que hemos estado en capacidad de observar en Occidente. No hay nada en el mundo que propicie más nuestra modestia que aquellos lugares que se caracterizan por sus construcciones monumentales. Cuando uno observa desde abajo lo que ha realizado el hombre con esas estructuras portentosas, no hace sino maravillarse frente a los logros de ese esfuerzo comunitario al que llamamos civilización.

Ello constituye una sensación contradictoria y paradojal: la de sentirse grande, por un lado, por ser parte del proceso en el que desde siempre se ha embarcado la humanidad; y diminuto, al mismo tiempo, por la desproporción entre nuestra dimensión y la comprobación del tamaño colosal de lo que ha sabido construir y alcanzar el hombre…

Se dice que observada desde el espacio y durante la noche, la región que bordea al delta del río Perla (Cantón, Shenzhen, Macao y Hong Kong entre las principales ciudades) representa el área de más amplia y sorprendente luminosidad que pueda exhibir nuestro planeta. Al fin de cuentas, allí vive una población que ya bordea el medio centenar de millones de personas.

Llegué por primera vez a Hong Kong hace casi veinte años. Lo hice utilizando el viejo aeropuerto de Kai Tak, una especie de portaviones ubicado en la bahía de Victoria, junto a Kowloon, mientras trabajaba como comandante para la Korean Air. Si algo llamaba la atención entonces, era la tardía autorización para empezar el rápido descenso que había que efectuar en un sector de espacios restringidos (Hong Kong era entonces un enclave británico). Además, el sistema de aterrizaje no estaba enfrentado con la pista, sino con una suerte de tablero de ajedrez que se había dibujado en uno de los cerros ubicado hacia el norte. Una vez que se tenía esa referencia a la vista y se cumplía con una altura específica, se iniciaba una maniobra continua que concluía prácticamente sobre el umbral mismo de la pista…

Sin embargo, para el primerizo, la experiencia más fascinante, la que le quedaba en la retina, no era la de aquel último y dificultoso viraje. La sensación que habría de convertirse en inolvidable se experimentaba cuando, ya desacelerando en la pista de aterrizaje, asomaba todo el luminoso paisaje del perfil de los edificios de la ciudad al otro lado de la bahía… Daba la extraña impresión de haber colocado el avión en una gran avenida, en medio de ese enjambre de edificios donde las luces publicitarias de neón habían conseguido un efecto travieso y formidable!

Hoy, algunos años después, he vuelto al nuevo aeropuerto de Chek Lap Kok, ubicado junto a la isla de Lantau, y construido en tierra reclamada. Para mi sorpresa, y a pesar de haber pasado Hong Kong al control chino, el descenso vertiginoso persiste; y debo realizar un descenso brusco y escarpado, apurado por vientos contradictorios e inestables, y por esos recortes de la ruta planificada que, a manera de tratamiento obsequioso, quiere ocasionalmente ofrecernos en la madrugada el control de radar… Es como desprenderse de golpe desde el borde mismo de un desfiladero espeluznante -pienso yo-. Como si se tratase de una cordillera invisible y como si habría que bajar a la base de un profundo valle desde el filo mismo de un sorpresivo y escalofriante farallón…

Hong Kong, 28 de noviembre de 2012
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25 noviembre 2012

Entre el bermellón y el azul cobalto

Descansa el mozo en una silla destartalada mientras yo recorro la vereda por enésima ocasión. Así descubro que me ha estado observando, que me ha estado estudiando de arriba para abajo. Cuando hacemos contacto visual se anima a preguntarme que de dónde soy. Respondo con una sola palabra y le menciono que del Ecuador. Entonces se queda impávido, como si no me hubiese alcanzado a escuchar; como si no hubiese terminado de contestarle, o como si lo que dije lo hubiese pronunciado mal. Así advierto que ese nombre singular no consta en su precaria geografía; que bien pude haberle dicho cualquier otro nombre, aun uno falso o inventado, y que a él de todos modos le hubiese resultado igual…

Entonces trato de completar una pieza adicional de su rompecabezas y añado un elemento más a ese inesperado juego de “la parte por el todo” en el que él parece dispuesto a querer participar. Digo “South America”, a manera de complemento, y enseguida puedo darme cuenta que no he logrado aportar con un mejor dato para responder a su insatisfecha curiosidad. Empiezo a dibujarle con mis manos el Nuevo Continente; ubico a América del Norte, a México, al Caribe; y realizo un lento recorrido por los países de la región. Es evidente que no se logra ubicar. Es como si le hubiese hablado de un territorio localizado en la cara escondida de la luna o, quién sabe, en un planeta lejano y desconocido, perteneciente a una estrella de color encarnado y recién descubierta en Sirio o en algún otro extraño sistema estelar. Me rindo; es inútil seguir aportando con más buena voluntad!

Decido entonces devolverle su pregunta y me contesta en su inglés chapuceado que es de Bangladesh; lo dice con una cierta actitud, como si esperase que me ponga a adivinar. “Ah, de Dhaka” le respondo y me contesta que el suyo es un país pequeño, como queriéndose justificar. “No, la tierra de los Banglas, es un país enorme” -le corrijo-; y el rubrica su coloquio con una sonrisa que no esconde su nostalgia, por sobre el orgullo que ahora está tratando de ensayar.

“What’s your name” continúa en su inglés incipiente; y, tratando de tomarle el pelo, opto por responderle que Abdul Azís. Se queda como intrigado, parece confundirle que yo no sea ni árabe, ni asiático, ni europeo y que pueda ser propietario de un nombre tan identificado con esta tierra peninsular. Le sonrío como disculpándome y así, dándole mi nombre genuino, interrumpo mi fingida intención. Luego, me arrepiento de mi fanfarronería; no ha sido mi intención burlarme de su curiosidad. Solo ahí advierto que es el conductor que ha venido para transportarme al hotel donde más tarde me han de alojar…

Ya en su descuidado taxi, va tratando de confiarme su deseo de volver, de pronto regresar a su hogar. “Here, no life!”, me confiesa. “Money ok, but too much work. No life!”. Entonces medito en la realidad de toda esta gente que viene de tan lejos para ganarse un mendrugo un poco más grande de pan; en todos esos sacrificios y renunciamientos para poder llevar a una esperanzada familia algo quizá mejor, aun al precio que tienen la incertidumbre, la distancia, la soledad…

“Arabia, ok?”, insiste en preguntarme. Y yo, no queriendo contrastar su inquieto desasosiego, solo atino a contestarle que sí, que no está mal. Procuro entonces mirar hacia otro lado, como que me estoy interesando en algo ubicado lejos y más allá... Mientras tanto, el cielo exhibe el desahucio de sus postreros fulgores, los últimos rezagos del ocre y del cinabrio, del almagre y del bermellón. Pronto llegamos a mi destino asignado. Le agradezco y me despido con un gesto de afabilidad. Entonces sonríe y repite, como si recién cayese en cuenta, el indígena nombre falso que le había dado en nuestra charla inicial. Su sonrisa es una mueca difuminada, a medio camino entre la indulgencia y la complicidad.

“Abdul Azís, Abdul Azís”, sonríe y se va repitiendo, mientras la penumbra se somete al imperio del azul cobalto y el cielo parece subyugarse a los tonos del habano y del castaño que decretan su jerarquía en el paisaje de aquel lugar…

Riyadh, noviembre 25 de 2012 
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24 noviembre 2012

Europa al instante

“Fui a volver” de Europa. Luego de escribir la frasecita caigo en cuenta de dos realidades: la primera, que con esa forma de expresión damos a entender que hemos realizado un viaje corto, y probablemente inesperado; y segundo, que cuando nos encontramos en el llamado Medio Oriente el viaje es tan corto como cuando estamos en Ecuador y damos una vuelta por Miami. De esta reflexión, casi sin quererlo, caigo en otra; la de por qué llamamos “Medio” a un Oriente que no está precisamente en el medio -ni de Asia ni de nada-, por lo que otros quizá prefieran nombrarlo como Cercano Oriente u Oriente Próximo.

Es oportuno también caer en cuenta que cuando nos referimos al Medio Oriente, no solo hablamos de la parte más occidental de Asia -la que está situado hacia el sur del Mar Negro-, sino que en ese concepto geopolítico también se engloba a un país africano como Egipto. Tal parece que toda esa inmensa y mayormente árida zona -que va desde el Mediterráneo hasta la llamada “Medialuna Fértil”- ha sido escenario, a lo largo de la historia, de continuas y sangrientas confrontaciones entre pueblos que, por sus razas similares y por su ubicación estratégica en el mundo, estuvieron llamados a compartir unos mismos objetivos y a apoyarse mutuamente. Es difícil no reconocer el daño que habría causado el extremismo en la práctica de las religiones y la inutilidad de la diplomacia internacional para asegurar que los hombres logren habitar en un país al que puedan llamar propio.

Pero estoy haciendo una digresión innecesaria. Lo que realmente quiero contar es que lo que en el papel (es decir en mi programa de vuelos) solo consistía en un viaje a Alemania, terminó -por esas circunstancias que nunca están exentas de ironía-, en un prolongado recorrido que me llevó por cuatro países diferentes en igual número de días (o de noches… si he de considerar que tuve que utilizar sendas camas en cuatro hoteles distintos). Por eso utilizo un título similar al que solíamos escuchar en los tráilers de las vermuts de domingo, que es cuando se presentaba algún asunto interesante mientras esperábamos la proyección de una determinada película (El mundo al instante).

Lo que debía consistir en un corto viaje para transportar unos caballos muy finos y delicados, hubo de terminar en un recorrido que me llevó de Frankfurt a Gran Bretaña; y del Reino Unido de vuelta al continente -con un corto traslado hacia Bruselas-; y desde allí, de vuelta a Arabia, luego de una breve parada en Milán… Una avería en el sistema de aprovisionamiento de combustible obstaculizó la transportación de los equinos; y la parada en Italia se hizo indispensable para el solícito embarque de una asombrosa colección de autos deportivos, reservados para un mismo propietario, pero todos empujados por muchísimos caballos…

Es sorprendente comprobar como el trámite de viajar dentro de Europa se ha hecho tan sencillo en estos tiempos; casi no existen ya procesos de inmigración ni de aduana. Esto, a pesar de la evidente afluencia masiva de ciudadanos de Europa Oriental y de África que se han incorporado en forma considerable al sistema laboral europeo. No cabe duda que la integración económica y la presencia de una moneda común han venido a proporcionar una nueva realidad racial y cultural que hace solo una generación hubiese resultado inimaginable.

Percibo así -y en un corto viaje- como, por ejemplo, los británicos se han incorporado a un concepto continental que antes les resultaba ajeno; aprecio una nueva actitud social, más distendida y alegre, distinta de la que en el pasado y en forma tradicional nos habíamos acostumbrado a observar en los alemanes. La misma Bruselas, convertida en verdadera capital de la Unión Europea, es ahora una ciudad vibrante y multilingüe, donde el viajero descubre que la urbe se ha transformado en un centro político, diplomático, financiero e industrial; donde moran y conviven gentes de un enorme número de razas, culturas y nacionalidades.

En cuanto al clima en el viaje… Europa ya se está poniendo fría; y es un frío que ya no merece el nombre de fresco! Sin embargo de ello, la meteorología estuvo de nuestra parte y los cielos en los vuelos siempre estuvieron espléndidos. Como alguna vez escuché decir a alguien: “Qué sabios son los que diseñan las aerovías, que las trazan justo fuera de donde se encuentran los cumulonimbos”. O, era al revés?... “Qué sabia es la naturaleza que pone los cúmulos justo fuera de donde han trazado las aerovías!”...

Jeddah, noviembre 24 de 2012
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20 noviembre 2012

Una visión distinta (2)

Por Abu Tariq Hijazi (continuación)

“Conocemos que astronómicamente la luna gira alrededor de la tierra en 29 días, 12 horas, 44 minutos y 2.78 segundos. Completa 59 días en dos lunaciones. La fracción restante representa 11 días en 30 años. Para un calendario de la Hégira uniforme, se considera un primer mes de 30 días y un segundo de 29, totalizando 59 días en dos meses y 354 en un año. Los 11 días adicionales son añadidos como el trigésimo del Dhul-Hijja en los años 2, 5, 7, 10, 13, 16, 18, 21, 24, 26 y 29 de un ciclo de 30 años, creando por lo mismo un perfecto calendario de la Hégira. Este sistema ya ha sido aceptado por astrónomos musulmanes y no musulmanes, por eruditos, historiadores del pasado y del presente.”

“Es interesante comentar que el calendario gregoriano que está basado en el romano, fue lunar en un principio, cubriendo 304 días en 10 meses que empezaban en marzo. Más tarde Numa, el segundo rey de Roma (716-673 AC) aumentó los meses de enero y febrero, luego de diciembre, con un año que consistía de 355 días. Pero para el año 46 AC estaba ya desfasado con las estaciones en casi tres meses. En el año 45 AC Julio César, siguiendo el consejo del astrónomo egipcio Sosígenes, instauró un nuevo calendario, en el año 709 de la fundación de Roma, que en honor a su nombre se denominó calendario juliano.”

“Con el objeto de ajustar el calendario, el César introdujo 67 días entre noviembre y diciembre, convirtiendo de este modo a ese año en uno de 445 días. Julio abolió el calendario lunar y decretó la regulación sobre la base del calendario solar. El año habría de empezar el primero de enero y no el primero de marzo. Además, cada cuarto año se decretó que se convertiría en uno bisiesto de 366 días, incluyéndose un día entre el 23 y el 24 de febrero. En el año 44 AC, el mes Qintilis fue rebautizado julio como homenaje a Julio César. En el año 7 AC, Octavio, que habría de tomar el título de César Augusto y que reinó en Roma desde el 27 AC hasta el 14 EC, en el deseo de reajustar el desbarajuste de los años bisiestos en los pasados 38 años, decidió alargar el mes Sixtilis y lo rebautizó en su honor como agosto.”

“De nuevo en el siglo XVI, el Papa Gregorio XIII se contactó con los gobiernos de los principales estados del Imperio Romano y luego de acordar con ellos, decretó una bula en marzo de 1582, promulgando el calendario gregoriano y ordenando que el día siguiente a la festividad de San Francisco, el 5 de octubre, sería registrado como 15 de octubre y que ningún año secular sería considerado año bisiesto, a menos que fuera divisible para 400. Así, Francia, Suiza, Italia, Portugal, Polonia, Holanda y las regiones católicas de Alemania adoptaron el calendario gregoriano en 1582. Los protestantes no lo aceptaron hasta el 1700. Suecia lo hizo en 1753, Japón en 1873, China y Albania en 1912, la Rusia Soviética en 1918, Rumania en 1919, Gracia en 1923 y Turquía en 1927.”

“Inglaterra aprobó el calendario gregoriano en 1752 y añadió 11 días en septiembre de ese año. Se decretó que el día siguiente al 2 sería considerado como 14 de septiembre de 1752 y que, de ahí en adelante, el año habría de empezar el primero de enero y no el 25 de marzo, como lo era antes. Ese mismo año, Inglaterra impuso el calendario gregoriano en todas sus colonias, incluyendo las de América. Todas las fechas precedentes al 2 de septiembre fueron marcadas con un OS (Old Style) para establecer una diferencia con el viejo sistema. George Washington nació realmente el 11 de febrero de 1732 OS y después de 1752 la fecha de su nacimiento se celebró el 22 de febrero bajo la era gregoriana.”

“El calendario islámico de la Hégira no ha tenido intercalación o extrapolación durante los últimos 1400 años. Más que eso, no ha sufrido la laguna de estar subordinado a los equinoccios estacionales. Subsecuentemente, las festividades musulmanas rotan a través de las estaciones del año – un hecho que les otorga un encanto para todas las gentes del mundo, sea que habiten en el hemisferio norte o en el sur. No es como las Navidades heladas en el norte que se fijan todos los años el 25 de Diciembre, mientras que hierve en Sudáfrica y en Australia. El acontecimiento de la Hégira se ubica como un hecho germinal en la historia del Islam, que constituye algo muy importante de la historia del mundo.” Fin.

Bruselas, 20 de noviembre de 2012
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Una visión distinta (1)

* Hay quienes se aferran todavía en el mundo a un sistema de medición del tiempo que es distinto al que utilizamos en Occidente. No estoy seguro si así lo hacen por intransigencia, tradición, orgullo excluyente o, simplemente, por un motivo que es más allá de válido: la certeza de que ese método es realmente más adecuado, preciso y conveniente que el que hoy en día es utilizado con carácter casi universal. Nada mejor que ilustrar dicha postura con mi traducción de una exposición que con el título de El calendario de la Hégira, un hito en la historia, he leído en forma reciente. Su autor es el erudito árabe Abu Tariq Hijazi:

“La palabra hégira, que significa migración, es un completo mensaje del Islam en sí mismo. Sacude la mente con varios interrogantes como, quién migró; y cuándo, dónde y porqué la migración ocurrió. En breve, el Profeta Mahoma (que la paz le acompañe) migró en el año 622 de la EC de la Meca a Medina para rescatar y promover la Verdad. Alá Todopoderoso lo protegió de los peligros y lo trajo en una era de grandes realizaciones. Esta fue la razón para que Umar ibn al Khattab, el segundo gran Califa, considerara este evento como el punto de partida para el calendario de la Hégira. Habían existido otros calendarios que llevaban etiquetas personales, con nombres como el de Cristo Jesús o de Judá; la coronación de un rey, o la fundación de una ciudad. Pero el calendario de la Héjira es único en su creación porque motiva a la humanidad a averiguar acerca del Islam”.

“Fue solo seis años después del Santo Profeta (QPA), que el Califa Umar en el 17 AH consultó a los sabios y canonizó el Año de la Héjira, como había sido sugerido por Ali ibn Abi Talib, para el comienzo de la era islámica. Uthman bin Affan recomendó que el año podría empezar luego del mes de Muharram, luego de la peregrinación o Hajj, lo que fue aprobado. De este modo el primer año de la Héjira (1 AH) empezó en Muharram I, correspondiente al 16 de julio de 622 EC, un viernes. La migración efectiva del Profeta (QPA) se había producido en el 12 de Rabi Al-Awal, 1 AH, correspondiente al 24 de septiembre de 622 EC.”

“Siendo el Islam la religión que más trata de adecuarse a la forma natural de la vida humana, prescribió el ciclo de los fenómenos naturales que se repiten y son familiares al hombre común durante todos los días de su vida para observar el Salat, el Saum, el Zakat y el Hajj; lo cual es lo más adecuado para la gente de todo color, clima y continente. El más obvio y preciso de estos fenómenos es la alternancia del día y de la noche, y las fases cambiantes de la luna.”

“De hecho, todas las tres religiones -Judaísmo, Cristianismo e Islam- fueron prescritas con calendarios lunares. El calendario judío es todavía lunar y, como el islámico, el día empieza con la precedente caída del sol. El calendario cristiano fue lunar en sus comienzos, pero luego fue reemplazado por uno solar. Sin embargo, algunas festividades como la Pascua y el Viernes Santo todavía se celebran con fechas lunares. El fenómeno natural del día y de la noche es más aceptable al hombre que eso de a.m. y p.m. Como la luna aparece en la noche, la fecha en el calendario islámico (y también en el judío) empieza en esa noche y sigue durante el día. No como el calendario Gregoriano que divide la noche en dos mitades.”

“Puede alguien creer que bajo el generalmente aceptado calendario solar, el año 45 BC tuvo 455 días de duración? O, que en octubre de 1582, la gente se fue a la cama el 4 y despertó el 15? Esto y mucho más sucedió en los siglos pasados con objeto de reajustar el calendario solar.”

“El muy publicitado calendario cristiano fue inventado por Dionisio Exiguo en el 532 EC, presumiendo que el nacimiento de Jesucristo había sucedido el año 1 EC. Pero posteriormente los eruditos bíblicos decretaron que este cálculo estaba equivocado porque Jesucristo había nacido el año 4 BC del presente calendario. Más tarde, este calendario fue revisado el año 1582 por el Papa Gregorio XIII, por lo que se le conoce como gregoriano. Francia lo aceptó en 1582 pero Gran Bretaña lo rechazó, prevaleciendo dos fechas diferentes en Europa hasta que en 1752 Gran Bretaña aceptó el calendario gregoriano y lo aplicó en todas sus colonias de Asia, África y las Américas. Fue solo hasta hace 90 años y después de la Primera Guerra Mundial que este calendario adquirió un estatus internacional. Grecia lo aceptó tan tarde como en 1923 y Turquía en 1927.”

“Sería el Islam quien introduciría por primera vez un calendario realmente natural e internacional. El calendario de la Hégira canonizado en el 17 AH (638 EC), en el primer siglo de la Hégira, cuando el Califa Umer bin Abdul Aziz gobernaba en Damasco en el 99 AH, es un calendario que ya se usaba en territorios musulmanes de Francia, España, Norte de África, el Medio Oriente, Turquía, Irán, el Turquistán Chino e India. Esta gigante región comprendía más de la mitad del mundo conocido.” Continuará…

Stansted, 20 de noviembre de 2012
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16 noviembre 2012

Gangnam Style (강남스타일)

Hay una herramienta en mi blog que me parece formidable (me veo forzado a utilizar esta horrible y mecánica palabra, pero las traducciones que encuentro para “feature”, como son característica o rasgo, no me calzan); se trata de una pequeña ventanita donde se lee: “Navegar Itinerario Náutico”. El artilugio consiste en escribir una determinada palabra y zas! Como por arte de magia o birlibirloque, aparecen todos los artículos en los que la he mencionado.

Debo confesar que, debido a mi ya popular y reconocida desmemoria, soy el más frecuente usuario y cliente de la referida “característica”. Porque, la verdad sea dicha, hay veces que me invade la presunción que ya antes había hecho referencia al mismo episodio o a la misma recurrente idea. Debe ser también por aquello de los “demonios interiores”, pienso yo; o, quién sabe, debido a esas obstinadas obsesiones que nos van marcando los derroteros en la vida…

Por eso es que, esta vez, he tenido que echar mano de ese artificio electrónico para averiguar cuántas veces me he referido ya a Corea, una experiencia de mi pasado que -en todo sentido- siempre la consideraré como la epifanía que me hacía falta en la vida, como una verdadera revelación. Así es como advierto que ya he comentado de aquella gélida mañana de febrero que llegué a la oficina de operaciones de la Korean Air para someterme a mi entrevista de trabajo. Y así, usando el mismo dispositivo, descubro que ya he comentado que la aerolínea sur-coreana nos alojaba a sus pilotos en el insuperable hotel Ritz Carlton, ubicado en un barrio acomodado de Seúl conocido como Kangnam (Kang Nam).

Hace aproximadamente una década, los lingüistas coreanos acordaron una breve alteración en la romanización del Hangul, su formidable método de escritura fonética, y determinaron una modificación para la representación del sonido que equivale a nuestra C, o al de una K suave. Optaron -para mi inconformidad y disgusto- por reemplazar la K con la G, con lo que empezaron a escribir Gimpo, en lugar de Kimpo (el antiguo aeropuerto de Seúl) y, entre muchos otros nombres, Gangnam, en lugar de Kangnam. Me pareció triste, de esta manera, que con una simple iniciativa burocrática se contribuya a clausurar de la memoria el nombre de una generosa barriada con la que había llegado a encariñarme…

Hoy recuerdo a Kangnam todavía con nostalgia; fue mi “hogar lejos del hogar” por una importante etapa de mi vida, cuando aprendí el real valor de palabras como distancia y soledad. Allí, en mis recorridos de sus sinuosas e irregulares calles, descubrí los valores de una sacrificada sociedad que había logrado unos progresos espléndidos e impresionantes; y aprendí a dejarme cautivar, sin remilgos ni intransigencias, por unos maravillosos e hirvientes potajes, como son el “sun dubu quijé”, el “ta kal bi” o el “yiu kie jang”…

Por estos mismos días se ha puesto de moda una forma de baile en el mundo que, debido a la nacionalidad del orondo personaje que la ha popularizado, se ha dado a conocer justamente como “Gangnam Style”. El video que lo publicita ha calado “urbi et orbi” (para la ciudad y para el mundo) en la retina de los espectadores, gracias al vibrante colorido y al ritmo contagioso de la melodía propiciada por su estrambótico protagonista. Lo que parece haber generado la preferencia de la inusitada audiencia, es aquella como cadencia irresistible con la que el adiposo y rollizo intérprete coreano finge la impresión de dar rienda suelta a su imaginaria cabalgata y ejercita una apócrifa acción de rodeo con un lazo simulado.

Parece que a mí también se me ha metido ya el bendito ritmo hasta los tuétanos. A veces voy por la calle, miro mi reflejo en los cristales y descubro que ya me encuentro caminando “Gangnam Style”…

Jeddah, 17 de noviembre de 2012
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15 noviembre 2012

De correcaminos a destajista

Comenta con frecuencia uno de mis compadres que yo, cuando era muchacho, había sido un delantero rapidísimo. Creo que él lo dice por magnanimidad; o, en modo probable, para no tener que referirse a lo que fueron mis escasas habilidades futboleras. Lo que sí debo reconocer es que en esos años, como ya antes me había sucedido en los recreos de la escuela, solía ubicarme con felicidad donde no había más que empujar la pelota “hacia el fondo de los piolines”; o sea que, si no supe destacarme por mi habilidad, mi sentido de predador casi siempre me hizo situar en el lugar donde mi equipo más me necesitaba…

Empero, aquello de mi supuesta velocidad, parece que no obedece solo a los generosos impulsos ocasionales de mi bondadoso amigo; algo de cierto ha de haber en el comentario, pues en los tiempos en que trabajé para Texaco, en el campamento petrolero de Lago Agrio -donde se jugaba todas las tardes, llueve, truene o relampaguee-, me endilgaron los primeros sobrenombres de que tengo noticia. Uno de ellos era precisamente “Scalise”, en referencia a un escurridizo “media punta” argentino que fuera contratado para un par de temporadas por la Liga de Quito. Pero el que más caló “en el corazón de la hinchada” fue aquel que se hizo famoso, y que hacía alusión a mi profesión: me apodaron “Che gaviota”.

Yo tengo, sin embargo, la secreta sospecha que hubo otro remoquete que me endilgaban; pero que no me lo decían para no ocasionar mi reacción enojadiza. Pues tengo el barrunto que los chuscos me habían bautizado con el nombre de un personaje de los dibujos animados y que me decían “Correcaminos”… Por eso, desde un buen día me propuse investigarle a ese ubicuo personaje y averiguar la razón para que anduviera raudo cual saeta por todos los senderos y caminos.

Este héroe de historieta tenía por razón de vivir la de importunar, con artera y aleve premeditación, a su contraparte: un jactancioso coyote de espíritu novelero que hacía frecuente alarde de contar con los más probados artilugios, con las más caras, exclusivas y efectivas herramientas; solo para comprobar que sus ingeniosos artefactos no funcionaban en el momento esperado y en la forma debida. Era, el coyote, el verdadero epítome del petimetre, del individuo que se precia de poseer las mejores marcas y que ostenta con sus pertenencias. Todos los trastos y armatostes que adquiría lucían un nombre tomado del griego y que los identificaba con el apogeo, el pináculo o la cresta: la palabra ACME.

Así era como los explosivos ACME del coyote no funcionaban cuando este se proponía, y terminaban siempre reventando en sus narices. ACME había sido por siempre una marca que, haciendo honor a su etimología, representaba el ápice y la cumbre, la culminación y el clímax. Pero, ACME también era la leyenda escrita en los letreros, que el Correcaminos colocaba en los senderos -a manera de señal de ruta-, para confundir a su obstinada víctima… Luego se habría de conocer con este nombre a las empresas que hacían “de todo y para todo”, porque justamente y de acuerdo con las siglas de su acrónimo, se encargaban de elaborar todo tipo de productos (A Company that Makes Everything).

Fue mucho más tarde que habría de enterarme que ACME se pronunciaba “acmi” y habría de llamarme la atención que existía una empresa islandesa de aviación -que luego terminaría contratándome- que se dedicaba, en forma primordial, a un tipo de actividad conocido en la industria con las siglas ACMI. Solo que, esta vez, el acrónimo significaba algo distinto a zenit o cresta, o a los productos que representaban la debilidad del incorregible coyote. Se pronunciaba “ei-si-em-ai” (por su deletreo en inglés) y quería decir una forma de alquiler aeronáutico que proporcionaba aviones, tripulaciones, mantenimiento y reaseguro (aircraft, crew, maintenace and insurance). Una modalidad conocida también como “Wet Lease”.

En función de las características de su actividad, las empresas que proporcionan ACMI no requieren de sus pilotos en forma continua y permanente; les otorgan una cierta libertad debido a la versatilidad de sus operaciones. Bien pudiera decirse que sus aviadores trabajan “a destajo” o por tarea. Ellos, a diferencia del testarudo coyote, no se topan con sorpresas, ni se les revientan los explosivos cuando menos se lo esperan. Disponen de bastante tiempo libre, en el que literalmente tienen que “aprender a hacer de todo”; o deben, simplemente, disfrutar y tratar de sentirse “en la cima”… Verdaderamente, la cresta!

Jeddah, noviembre 16 de 2012
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El “bisht” o smoking árabe

Hay una prenda árabe que constituye el emblema mismo de la elegancia; me cautivó desde que la vi por primera vez y por un tiempo pensé que estaba reservada solo a los monarcas y a las altas autoridades. Se trata del llamado “bisht” saudita, que no está precisamente reservado a la realeza, aunque su uso sirva para exaltar eventos especiales e importantes  celebraciones. La siguiente es una traducción mía de un artículo perteneciente a Rima Al-Mukhtar, que fuera publicado en días pasados en el matutino Arab News:

“El ‘bisht’ es una larga capa árabe tradicional que los hombres visten sobre sus túnicas. La capa está usualmente hecha de lana y sus colores pueden ir desde el blanco, el beige y el crema hasta los tonos oscuros del marrón, el gris y el negro. La palabra ‘bisht’ viene del persa, quiere decir ‘para llevarlo sobre la espalda’. Originalmente el ‘bisht’ fue usado en el invierno por los beduinos. Actualmente solo se lo utiliza en ocasiones especiales como en bodas, festivales, graduaciones y durante los ‘Eid’ (festividades religiosas).

La prenda ha constituido la opción de uso formal escogida por estadistas, autoridades religiosas e individuos de alto rango en las naciones del Golfo Pérsico, Irak y los países ubicados al norte de Arabia Saudita. Esta capa suelta tradicional está destinada a distinguir a quienes la usan. La gente comenta que ningún ropaje puede proveer la distinción que otorga un ‘bisht’ elaborado a mano. Es por ello que el arte de su confección es una destreza que pasa de generación en generación. Abu Salem, un sastre saudita de Al-Ahsa comenta: ‘Los ‘bishts’ fueron primero elaborados en Persia. Los sauditas se familiarizaron con ellos cuando los vendedores vinieron a Arabia para sus peregrinaciones’.

Al-Ahsa, en la provincia Oriental, ha sido cuna de los más destacados sastres de ‘bishts’ por más de doscientos años y es la principal productora en las naciones del Golfo desde 1940. Algunas familias de Al-Ahsa heredan las habilidades de sus antepasados y continúan elaborando con el nombre que distingue a sus familias. Hay tres tipos de bordado que se utiliza para la confección del ‘bisht’; y estos son: puntada de oro, de plata y de seda. El borde es llamado ‘zari’ y los bordes de oro y plata son los más utilizados. ‘La capa negra con costura de oro es la preferida; le siguen la crema y la blanca’, comenta Salem.

‘A principios de los noventa, nuevos colores se introdujeron en el mercado. El azul, el gris y el marrón son ahora preferidos por las generaciones jóvenes. En tanto que los mayores siguen apegados a los negros, los marrones y los cremas tradicionales’.

Los precios varían desde veinte dólares para arriba, hasta llegar a los cinco mil, dependiendo del material, el tipo de pespunte, el color y el estilo. El más costoso, el ‘bisht’ Real, es fabricado especialmente para los príncipes, los magistrados importantes y la gente acaudalada. ‘Esta gente generalmente escoge el negro, el  color miel, el beige y el crema para sus capas’, dice Abu Salem, que es también uno de los diseñadores más destacados. ‘Siempre se los hace a mano y se utilizan hilos de oro o de plata, y a veces una combinación de ambos’, añade.

El diseñador comenta: ‘Hay dos clases de zari: la genuina que es hecha de hebra de seda o de algodón y la imitación, en la que el hilo se recubre con alambre de cobre electro-plateado’. Cada sastre tiene su estilo particular de diseño de zari. Existen tres tipos de diseño de ‘bisht’: el primero es hecho a mano con bordado de zari genuino, patrones tradicionales y el estilo es recto y flojo. Un segundo tiene un bordado de seda en el borde de la tela. El tercero es una variación del primero, aunque es más ajustado y tiene bordado de zari dorado en tela especial.

Hasta la invención de la máquina de coser, el ‘bisht’ original se hacía solo a mano. ‘En estos días la mayoría se cose a máquina, pero algunas personas prefieren el hecho a mano por sus mejores acabados’. Dice Salem que confeccionar un ‘bisht’ tipo ‘Hasawi’ es un arte que requiere destreza y precisión. El bordado dorado requiere paciencia pues toma muchas horas. La duración de tiempo depende del estilo y del diseño. Esta confección puede tomar de ochenta a ciento veinte horas y exige hasta cuatro sastres, cada cual con una tarea específica’.

La capa ‘Hasawi’, un ‘bisht’ especial de Al-Ahsa, es la más costosa; utiliza pelo de camello o de llama, o también lana de chivo con un bordado de oro en el cuello y en las mangas. La capa tiene dos mangas, pero cuando se la utiliza, siguiendo la tradición, se introduce solo un brazo en una de las mangas, con el otro lado de la capa envolviendo el hombro del otro costado y cubriéndolo en forma suelta”.

Jeddah, 15 de noviembre de 2012
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13 noviembre 2012

Las piedras contra Petraeus

Sí, ha sido indiscreto… y qué? El gran vocerío y los consecuentes comentarios que ha despertado el episodio del general Petraeus, en los días precedentes, me lleva a la delicada reflexión de por qué la gente es infiel, de por qué es que somos indiscretos y ponemos -muchas veces- en riesgo la tranquilidad y hasta la misma felicidad de nuestras familias; en por qué no somos leales y podemos poner en innecesario peligro nuestras carreras e, inclusive, nuestra propia felicidad.

Nótese que, hasta aquí, no he mencionado las palabras traición o engaño -y esto, lo he hecho con intencionalidad-. En inglés el verbo “to cheat” significa algo más que ser desleal, quiere decir engañar, embaucar o traicionar, siempre con el ánimo de causar daño o de perjudicar con alevosía. Es importante, por lo mismo, meditar si es esa la verdadera intención de quienes no son -o no somos- fieles a un código de conducta y a una reciprocidad, como la que la sociedad y, sobre todo, los principales afectados esperan de quienes se involucran; y son sorprendidos como protagonistas de estos incómodos asuntos…

Tiene la gente el afán intencional de provocar un daño con perfidia cuando pasa a formar parte de estas embarazosas situaciones? Me atrevo a contestar que no. Entonces, por qué nos arriesgamos a ser parte de estos escenarios, a sabiendas de las consecuencias, las implicaciones y los desenlaces que pueden provocar? Imagino que la respuesta está en la propia naturaleza humana. Muchos dirán que quienes conducen sus asuntos personales bajo una recta y diáfana regla de conducta no se exponen a todas las vicisitudes y secuelas que pudiese engendrar cualquier caso o “affaire” de infidelidad. Pero, quienes así critican y advierten, o dan sus sentencias con voz admonitoria, han enfrentado alguna vez una de esas situaciones que llevan a ser infiel o, si se prefiere, que nos tientan con traicionar?

Porque, si el riesgo es demasiado elevado-, al igual que el precio que al final terminamos pagando-, por qué es entonces que cedemos ante el instinto y no caemos en cuenta de la sanción moral que pueden tener estas relaciones, luego de que se develan -y, eventualmente, se hacen públicas- estas indiscreciones?

Como lo hemos dejado establecido en un párrafo anterior, quizás sea parte de la naturaleza humana. Quién puede decir que no ha enfrentado, alguna vez, esta sutil y cautivadora forma de provocación? Aún a riesgo de caer en el cinismo, podríamos inferir que la tentación, no es sino una consecuencia de un juego de oportunidades. En otras palabras, sujetos a la supuesta condición onírica de un inesperado encuentro en una isla desierta, todos reaccionaríamos con idéntica moralidad? De nuevo, creo que no; porque “cada uno es cada uno”, como ahora dicen en mi tierra, porque cada cual tiene su propia e íntima individualidad.

Por qué, entonces, Petraeus y todos los demás, no avizoran con anticipación las inevitables secuelas y desastrosas consecuencias? En pocas palabras: ¿qué hace que los hombres sucumbamos con tan sorprendente facilidad a esta forma de traición? Me animo a pensar que hay en los seres humanos algo intrínseco que nos empuja hacia la inconsciente travesura, hacia una aventura de la que no siempre estamos conscientes que puede llegar a tener una dolorosa implicación. En algunos casos, puede que juegue un factor decisorio la propia inseguridad o, por lo menos, la respuesta a los llamados sibilinos que puede tener la lisonja de quienes no nos esperamos, o el súbito interés que podamos despertar… Podría tratarse, en este caso, de una cuestión de ego personal o de no saciada vanidad.

Claro que también pueden intervenir otros factores, como pueden ser auténticos o confundidos sentimientos; o situaciones personales en las que se mezclen las sensaciones de hastío, insatisfacción, o falta de reconocimiento o reciprocidad. Es posible que, debido principalmente a la rutina, uno termine por considerar la primera relación como algo consumado y definitivo, que no tiene porqué llegar a terminar. Es decir que lo damos por hecho -“take it for granted”, se dice en el inglés-; lo cierto es que llegamos a convencernos que la fidelidad es un asunto obligatorio; y no la natural consecuencia del afecto continuo y la reciprocidad.

No deja de ser curioso que Petraeus parece venir del griego “petros” y del latín “petra” que quieren decir roca o piedra. El general se ha convertido así en la “piedra de toque”, pienso yo. Y, ello implicaría además una doble advertencia: primero, que los hombres no estamos ajenos a la tentación y que no somos “de piedra”; y segundo, como dice la sentencia bíblica: “que aquel que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”… En fin, creo que se trata de la vida íntima y personal de cada uno; y que no nos corresponde -no nos puede corresponder- que, a pretexto de condenar los protocolos de conducta ajenos, o el honor y la ética que se ha acordado como norma social, nos tomemos la libertad de juzgar las decisiones -equivocadas como puedan parecernos- que tomen los demás.

Sí, ha sido infiel y qué…? Qué nos otorga autoridad para poderlo juzgar?

Casablanca, Marruecos, 13 de noviembre de 2012
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12 noviembre 2012

La politiquería, una “poquería”…

En eso es lo que ha quedado nuestro nuevo aeropuerto; en politiquería, en nada más que pura politiquería. Y luego han de venir a decir que “palo porque bogas, y palo porque no”; que antes nos habíamos opuesto a su construcción; que luego habíamos dicho que no había que movilizarlo todavía a Tababela, hasta que estuviese lista la nueva vía; y, finalmente -cuando decían que ya estaba listo- que por qué mismo no lo inauguraban… Pero todo ha ido aclarándose: todo fue pura y simple politiquería. Esa es la triste historia del aeropuerto de Quito!

Y eso es lo que va quedando como verdad desnuda. Primero se opusieron a lo que ya estaba negociado -por politiquería-, con lo que, a la larga, lo que dizque se iba a ahorrar resultó menos que lo que se terminó pagando por la postergación del proyecto. Después se trató de inaugurarlo “a trochemoche”, a sabiendas que no estaba lista la vía de acceso y que, en esas condiciones los más afectados iban a ser los pasajeros que más utilizarían ese terminal (los que vuelan entre Quito y Guayaquil); de nuevo, pura politiquería, porque se trató de utilizar el estreno del nuevo aeropuerto como impúdica muletilla electoral. Finalmente, como cayeron en cuenta del impacto negativo que iba a tener esa prematura inauguración, se optó por postergar dicho estreno; total: pura politiquería, una vez más!

En un artículo escrito por Fernando Carrión, y publicado en días pasados en el diario Hoy, se hace una referencia al nuevo terminal del aeropuerto de Bogotá. Cierto es que dicha construcción también sufrió serios cuestionamientos en su tiempo y que inclusive llegó a reconsiderarse el proyecto en medio de su propio cumplimiento; lo importante es que la capital colombiana está a punto ya de estrenar una terminal aérea -esa sí- a la altura de las más modernas en el mundo. Y, para eso, no tuvo que estar alardeando que tenía la pista más larga de América Latina o que tenía un terminal con la más avanzada tecnología de punta de toda Sudamérica -y de gran parte de Tababela-; sino que, simplemente, ejecutó lo planeado y ahora ya está a punto de ponerlo en funcionamiento.

Porque dijeron, en su momento, tanto los portavoces del nuevo proyecto, como también las autoridades municipales, que la nueva pista iba a ser la más larga de Sudamérica… lo cual, no era cierto; y, si lo era, esa era solo una verdad a medias. Es que nunca podría compararse a la pista de Quito con la de Ezeiza; si, para el ejemplo, la pista bonaerense está ubicada a nivel del mar! No hace falta, por lo mismo, que Ezeiza tenga una extensión exagerada, si con una longitud menor, las naves pueden conseguir un desempeño óptimo sin detrimento de su máxima eficiencia (esto, en cuanto al número de pasajeros y carga útil transportada).

Para que aquella comparación tenga sentido, deberían utilizarse dos conceptos técnicos fundamentales, a saber: la altura o elevación de la pista en referencia y la distancia que pueda establecerse entre ese aeródromo y el destino comercial que se tiene previsto (lo que se llama autonomía). En ese sentido, era necesario considerar a Quito como aeropuerto de altura (8.000 metros sobre el nivel del mar); y, segundo, cuál iba a ser la “real” capacidad de carga pagada (“payload”) de una pista de 4.100 metros para una aeronave que quería volar directo hacia Europa. Claro que, ya que hablamos de este punto, lo ideal hubiese sido que, una vez considerado el desempeño óptimo programado, entonces sí, se calcule la longitud mínima de pista que hubiera hecho factible ese ambicioso aspecto…

Por todo esto, creo que hacer una comparación con el aeropuerto de El Dorado o Eldorado (respecto al nombre, los colombianos no terminan por ponerse de acuerdo), era una premisa indispensable a la hora de acordar algunas de las características técnicas del nuevo aeropuerto quiteño. Esto, sin contar con el hecho geográfico que representa el que Bogotá se encuentre a una distancia, en términos de horas de vuelo, de alrededor de una hora menos con relación a Europa. Sería justo advertir que el tráfico aéreo que maneja Bogotá es casi cuatro veces mayor; pero es indudable que Quito, en su momento, podría competir por un segmento de pasajeros parecido y hasta por mercados de carga similares.

No es fácil operar desde una pista de altura, en especial en términos de rédito y rentabilidad. Estoy persuadido que quienes operan el Boeing 747 desde Bogotá a Europa lo hacen con serias restricciones. Estoy convencido que para operar con pesos que sean rentables, están obligados a realizar una continua operación que en aviación denominamos “re-despecho”, que consiste en restringir al máximo el aprovisionamiento de combustible. No de otra forma podría entenderse que, solo por esos “insignificantes” ocho mil pies de altitud, el peso máximo de despegue se penalice en casi setenta y cinco toneladas! Por ello, para estas rutas, este dócil avioncito está en capacidad de utilizar solo la mitad de sus asientos…

Pero ya es un poco tarde… Ya optamos por una pista de solo cuatro kilómetros y por un terminal de tipo regional, sin aparcamientos cubiertos, con solo siete mangas de embarque (la de Bogotá tendría 52, según Carrión); y todo esto, por politiquería, por pura politiquería!

Qué pena! Una verdadera “poquería” habría dicho, de niño, mi hijo Felipe…

Surabaya, 10 de noviembre de 2012
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09 noviembre 2012

A los cien, a los cien!

En ocasiones recuerdo con nostalgia al único colegio donde yo estudié. Fue el mismo donde mi madre quiso que fuera a educarme. Quiso también la fortuna que ahí, en sus acogedoras e inolvidables aulas, transcurriesen los doce años que duró toda mi vida de estudiante. Sus paredes, su estructura física, siguen todavía incólumes aunque, a ese centro de formación que ahora ahí funciona -en la calle Caldas-, ya le hayan cambiado de nombre. Cuando rememoro los episodios y las incidencias que viví allí, un sentimiento que no está exento de desconsuelo me hace lamentar que “el colegio” -como con familiaridad lo llamábamos- no supo mantener ni el prestigio ni la exclusividad intelectual y cultural que formaron parte de su sello, de su tradición, de lo que fue su compromiso formidable.

Me pregunto: ¿qué fue lo que generó tan inesperada y rápida declinación?, ¿qué lo que produjo tan dramático deterioro? Y lo único que yo mismo puedo insinuar es que todo aquello sucedió, a su vez, como consecuencia del desgaste, la mengua y el quebranto del nivel de preparación de los principales directivos de ese querido centro de enseñanza. Solo así puedo intentar un diagnóstico del súbito menoscabo que sufrieron tanto el prestigio como la reputación que La Salle había tenido por su participación en la formación de importantes generaciones.

Si en algo se destacó el colegio fue, además, en las competencias intercolegiales con carácter deportivo. Y entre esas disciplinas, ninguna nos debe haber proporcionado más satisfacción, a directivos y alumnos en general, que los exitosos resultados que de manera consecutiva obtenían aquellas, nuestras destacadas selecciones en los campeonatos de baloncesto. No dejaba de ser frecuente, en esos años, el tener que acompañar al coliseo a los conjuntos que representaban con orgullo a nuestro establecimiento, a aquellas tan destacadas delegaciones; solo para ser testigos, una vez más, de los abultados triunfos con que daban cuenta, encuentro tras encuentro, de sus esforzados rivales.

Ahí, en medio de aquel vocerío, al socaire de la bravura de esa barra que estimulaba con pasión y atrevimiento, no era infrecuente que las cifras de los puntos conseguidos, en las canastas del equipo contendor, llegasen a guarismos exagerados. La parroquia entonces se insuflaba de brío y renovada energía; y con un estribillo irreverente, la barra incordiaba a quienes apoyaban a los equipos antagónicos y así, y en forma enfervorizada, repetía: “¡A los cien, a los cien!”

Intuyo que un cierto toque de aquel impulso lúdico y avaricioso me ha quedado de rezago, como cuando en ocasiones acudo al gimnasio y trato de cumplir algún determinado objetivo; entonces un recóndito ánimo me impulsa con su aliento, y me impele hacia nuevas metas, cada vez más altas, cada vez de mayor esfuerzo…

Me pregunto, de otra parte, si esa ilusión que todavía siento al registrar en mi bitácora mis últimas y más frescas horas de vuelo; al transcribir con la mejor caligrafía y con el más cuidadoso escrúpulo esos mudos guarismos que reflejan mi actividad -y mi todavía modesta experiencia-, no tendrán que ver, a la hora de sumar, hacer auditoría y completar tales cómputos, con ese mismo espíritu del que nos contagiábamos en el viejo coliseo, con ese mismo aliento novelero que nos impulsaba con su entrañable arresto…

Y resuelvo que sí, que ese pequeño librito es como la preciada caja de caudales que encierra el testimonio de nuestros logros y frustraciones; el de nuestros itinerantes periplos y el de nuestros no siempre recompensados esfuerzos… Y que, a pesar de ello… ahí seguimos, porque sabemos que, desde el graderío, la parroquia todavía nos impulsa con su aliento y que una voz misteriosa nos sigue empujando desde muy adentro. Es una voz callada que va diciendo: “¡A los cien, a los cien!”…

Jeddah, 9 de noviembre de 2012
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08 noviembre 2012

La vieja faz de la nueva Fez

Llego a Fez con los primeros rayos de la madrugada. La torre de control nos ha autorizado a efectuar una interceptación anticipada del sistema de aterrizaje por instrumentos y a realizar una aproximación abreviada (espero que mis lectores no olviden que no soy un “escribidor” al que le gusta volar aviones, sino solo un humilde aviador quien gusta de escribir de vez en cuando). La carta aeronáutica del aeródromo de Saiss dice que se trata de una sola pista angosta, carente de una calle paralela de rodaje. Nos preparamos, pues, para efectuar un aterrizaje inédito en nuestro cuaderno de bitácora; y anticipamos que habrá que realizar, como en los viejos tiempos, una maniobra de ciento ochenta grados en la misma pista para regresar desde la cabecera contraria.

Una vez en el terminal aéreo, descubro que su incipiente tamaño no ha estado preparado para la llegada simultánea de las dos únicas naves que aquí han aterrizado; ellas transportaban de regreso a un millar de peregrinos que han ido a la Meca, la “tierra santa” de los creyentes musulmanes. Todos los pasajeros parecen preocupados de cuidar su tesoro personal: los dos galones de agua santa que les han entregado como ración, luego de su visita de peregrinaje… Hay en el terminal  una confusa congestión y una gran algarabía. Daría la impresión que nada consigue atender con prontitud y eficiencia a los recién llegados.

Cuando ya logro satisfacer los trámites de inmigración y aduana, descubro con sorpresa que la diminuta sala de espera se encuentra casi desierta; intuyo que debido a la distancia a la ciudad y la incómoda hora de llegada, no han venido los familiares a dar la bienvenida a los peregrinos que han estado ausentes. Pero, me basta con salir del edificio para reconocer mi falsa apreciación: es que se han tomado medidas de precaución y las autoridades han acordonado el aeropuerto para evitar las posibles aglomeraciones. Miles de personas esperan con impaciencia y ansiosa curiosidad la llegada de los piadosos viajantes.

Yo también trato de absorber mis primeras impresiones con ilusión. Marruecos es un reino berebere que siempre me cautivó por su identidad y por la magia de sus contrastes. Espero con ansiedad la experiencia de adentrarme en el corazón de la segunda ciudad marroquí; una que en su tiempo -entre los siglos XII y XIII- estuvo considerada como la urbe más poblada del mundo, cuando ya proclamaba la insólita condición -para su época- de contar con doscientos mil habitantes! Fez es una ciudad poseedora de un nombre milenario, en cuya amurallada y laberíntica “medina” todavía se yergue el más antiguo centro de conocimiento que existe en la humanidad: una “madrasa” (seminario y universidad) que no ha dejado de funcionar por doce siglos consecutivos!

Hoy Fez bordea el millón de habitantes; si Casablanca es reconocida como el centro económico de Marruecos y si Rabat es -de hecho- su capital política, los leales moradores de Fez consideran a su ciudad el centro de la cultura y de la religiosidad marroquíes. Ellos son orgullosos, además, de pertenecer a una ciudad declarada “Patrimonio Cultural de la Humanidad”, que puede hacer alarde de poseer una “medina”, o ciudadela carente de automotores, reconocida en la actualidad como la más grande del mundo.

La visita a esa antigua medina y la posterior exploración de la llamada “Meca del Oeste” o “Atenas del África” no satisfacen, sin embargo, la expectativa creada. Los estrechos meandros callejeros y su centenaria y artesanal actividad no reflejan, por sí mismos, una riqueza debidamente preservada; hay una pátina de penuria, una huella de abandono, un cierto olor que denuncia, un callado rumor que advierte… Es un aire que rubrica la miseria, que se cuela por las paredes, que se aferra a las estrechas callejuelas y que está presente por todas partes. Más que un santuario cultural, la medina de Fez es un lamentable memorial, un turbio y enmarañado monumento a la indigencia.

Se hace difícil entender cómo pudo esta ciudadela albergar en su tiempo la cota más alta de la tradición de una cultura que supo fusionar, en travieso maridaje, lo mejor de lo andaluz y lo almohade.

Fez, Marruecos, 6 de Noviembre de 2012
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06 noviembre 2012

Algo pasa la víspera de finados

Con un título un tanto parecido -“Algo sucede los primeros de noviembre”-, mi buen amigo y compañero de generación, el Pajarito Febres Cordero, encabezonó alguna vez una crónica en la que se refería a mi perfil personal y comentaba acerca de mi actividad como piloto profesional. Esto sucedió luego de una corta entrevista que él me hiciera hace ya veinticinco años. Le había parecido una sorprendente coincidencia que en dicha fecha, no solo celebre mi onomástico; sino además, mi aniversario de matrimonio, el estreno de lo que fue mi primera casa y mi ingreso a la difunta Ecuatoriana de Aviación. Todo en un mismo día!

Decía uno de mis hermanos que las navidades le traían recuerdos tristes; creo que yo podría decir lo mismo con respecto a la celebración de mi cumpleaños. Y es que este acaece el primer día de un feriado que dura tres; celebración que es conocida en los pueblos de herencia hispánica como “finados”. En Ecuador este feriado se complementa, en su último día, con la celebración de la fundación de Cuenca. Pero sucede, además, que esa misma fecha, el primero de noviembre, está designada como día de Todos los Santos, o de “Todos Santos”; lo que quiere decir, en cierto modo, que no me pertenece una celebración exclusiva (pues es, en realidad, fiesta de “todos los demás”).

Finados resultó, por otra parte, un feriado aciago en los días de mi niñez. Mi madre había acudido a casa de mi abuela a colaborar en la elaboración de las tradicionales “guaguas” de pan. Ella se encontraba, en esos mismos días, dando cumplimiento a las semanas finales de uno más de sus embarazos. Pudiera ser que se habría acercado demasiado al horno y dejado que su estado se viera afectado por la temperatura. Pocos días después empezaría a sentirse cada vez más mal y habría sido ya muy tarde cuando, en la intención de que salvara su gestación, fue llevada con urgencia a la maternidad. Algo insólito y trágico habría de sucederle mientras le atendían… Y desde aquel triste día, la sola mención del mes de noviembre evocaba en mí algo fatídico y siniestro, algo ominoso y trágico.

Hay niños que nunca fueron a un cementerio durante sus años infantiles. Yo me alegro por ello, porque -en un mundo ideal- así mismo debería ser. Pero existen niños a quienes les acompañó la desgracia desde cuando fueron pequeños y debieron efectuar frecuentes visitas a esos lúgubres camposantos donde habían llevado a enterrar a sus padres… Ese fue justamente mi caso; y por ello, durante mis primeros años de orfandad, debí acompañar a mi desconsolada abuela, al recoleto cementerio de San Diego, para allí, con religiosa puntualidad, mantener siempre frescas las flores que semanalmente llevábamos a mi madre.

Fue en noviembre también que quince años más tarde y por esas lamentables coincidencias con que a veces nos sorprende la fortuna -la mala fortuna, esto es-, me llamaron un sábado por la tarde para darme la dolorosa noticia de la muerte de mi padre. Por todo ello, noviembre fue siempre para mí un mes para olvidar, un mes para tratar de que el tiempo pasase raudo y abreviado. Noviembre se convirtió así en un mes de aires agoreros, sin celebraciones ni razones para la alegría; un mes para ofrecer reverencia a mis propios muertos, un mes sombrío que parecía invitar a sentirse apesadumbrado…

Nada tan triste, sin embargo, como la antigua costumbre que antes tuvimos de vestir duelo por todo un año consecutivo. Más triste, cuando a ese régimen se nos sometía a quienes todavía éramos niños pequeños. Recuerdo que siendo muy tierno todavía, tuve que vestir de luto, al igual que mis demás hermanos. Ese fue un luto estricto, magra costumbre que la debimos sobrellevar por casi todo un año. Pero si aquello se habría de convertir en un triste e incomprensible recuerdo, nada me pareció más inapropiado, en esos tiempos de escuela, que el conformar aquellas contradictorias comisiones de condolencia que tuvimos que integrar cada vez que fallecía uno de los padres de nuestros propios compañeros.

Solo en los años de primaria tuve que conformar una media docena de aquellas infames comisiones. Debe haber sido solo un capricho del destino; pero, si por algo se destacó mi promoción, fue precisamente por esa inusitada cantidad de huérfanos que tuvimos en nuestra clase. A fe mía que en ello nos destacábamos con un récord lamentable. Muchas veces, tales gestiones para acompañar a nuestros condiscípulos, las efectuábamos a horas inadecuadas y tardías. En medio de esos dramas, comprobábamos con sorpresa cómo estas ocasiones para la congoja se transformaban en sesiones destinadas a contar chistes absurdos, mientras la parentela tomaba el canelazo de rigor y “ayudaba a pasar la noche”…

La orfandad es algo brutal y paradójico. Lo que nunca pude comprender es porqué, si orfandad es una voz que viene de huérfano, ha de ser una palabra que tenemos que escribirla -a su vez- huérfana de hache… Mi querido hermano Adrián solía repetir aquello de que “nadie muere la víspera”; esa era una de sus frases preferidas. Yo me he ido convenciendo que no necesariamente es así; pues estoy persuadido que, no importa cuándo la muerte nos llegue o cómo nos sorprenda, casi siempre nos morimos la víspera, ya que ella nos llega por lo general cuando no estábamos preparados, cuando menos lo esperábamos…

Fez - Marruecos, noviembre 5 de 2012
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01 noviembre 2012

Tras las huellas de Amelia

Calza unos tacones discretos que no logran disimular su tamaño. Es menuda y pequeñita. Hay algo de brioso en el ritmo de su forma de caminar que rubrica su sentido de propósito. No trasunta ansiedad, ni tampoco denuncia un fugaz e inelegante apresuramiento. En el contraste de su magro uniforme, el llamativo resplandor de sus rubios cabellos suscita una curiosidad que resulta provocativa y obscena; y contestataria, aunque carente de drama. No cubre sus hebras a la usanza árabe, como está obligada por la tradición; prefiere esconder sus trenzas dentro de la abultada gorra que identifica su ministerio y completa su apostura. Hay en ella un altivo donaire; una pincelada de misterio exenta de arrogancia.

Saluda con sus demás colegas sin afectación; hay en ella una actitud espontánea. Porta consigo el conspicuo cartapacio que contiene los documentos de su inminente viaje. Se sienta a mi costado y me averigua si conozco al comandante, al titular de aquel nombre impronunciable… Sonrío y le respondo que sí, que lo conozco y que, además, muy íntimamente; y que justo, aquella misma mañana, lo había observado con insistencia, cerca de mí, frente al espejo… Entonces se presenta con ese su nombre griego que consolida la imagen de luminosidad que sugiere su rostro juvenil e inquisitivo. Mi nombre es Alina, me dice, y se presenta con talante respetuoso. Es mi ocasional copiloto…

Ella es parte, es una más, de ese colectivo cada vez más generoso que ha querido regalarnos la modernidad: la de los pilotos femeninos, la de las mujeres aviadoras. En un mundo profesional que por hábito y raigambre estuvo siempre reservado a los varones, la fresca, inusitada -y cada vez más frecuente- presencia de la mujer, ha venido a aportar ese lozano toque de glamour que quizá se había empezado a difuminar, y que antes había caracterizado con vigor a la estirpe de los aviadores. Hoy las encontramos, cada vez con más asiduidad, en plataformas y terminales, orgullosas de sus uniformes, exhibiendo aquellas doradas barras que simbolizan su compartida autoridad, proclamando la promesa -cuando no el desafío- de que han de respaldar con bizarría sus encumbradas credenciales.

Una vez en el avión, cumple sus obligaciones con premura y eficiencia, no pide ni espera un tratamiento especial por su condición femenina. Actúa como lo que ella misma se considera: un aviador que conoce sus tareas, que sabe cumplir su rol y que está preparado para las exigencias que demandan sus procedimientos. Sabe que el oficio ya no está signado por los riesgos y el espíritu temerario que identificaron a los albores de la actividad aeronáutica; que el concepto moderno de la profesión demanda una profunda y meticulosa preparación, enorme disciplina, y el desarrollo de nuevas destrezas como la comunicación, el continuo apoyo mutuo, el mejor uso de los recursos asignados…

Se trata de aquella permanente búsqueda de la excelencia que se define con un término que talvez para ella suene discriminatorio, y que no tiene traducción: “airmanship”, una forma sobresaliente de la maestría aeronáutica. Hoy existen mujeres pilotos en las principales aerolíneas del mundo. De hecho, hoy se las encuentra por doquier; y no es extraño encontrarse con tripulaciones completas que están conformadas exclusivamente por mujeres aviadoras. En ellas, los varones están totalmente ausentes y ya no son imprescindibles, como lo fueron en el pasado, para la realización de todas aquellas delicadas actividades.

Es la herencia y el linaje de la inolvidable Amelia Earhart, la heroína americana que fuera la primera en cruzar sola el Océano Atlántico y que más tarde habría de desaparecer tratando de intentar la misma hazaña en el Pacífico. Ellas, al igual que Amelia, dejan a su paso una diáfana estela de desempeño escrupuloso, de responsabilidad y de exactitud. Están persuadidas del esfuerzo y del esmero cuidadoso que requiere su romántico quehacer. Pero saben, por sobre todo, que en sus manos no está solo la ilusión que tienen de volar como las aves; sino, ante todo, las preciosas vidas que nos han encomendado a los modernos aviadores…

Arabia, primero de noviembre de 2012
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