22 agosto 2013

La caja de sorpresas

Por muchas pesquisas que intento no logro encontrar otro oficio que, como el de los pilotos -el de “los avionistas” como llamaría uno de mis buenos amigos-, esté sujeto a tal cantidad de chequeos, pruebas y comprobaciones; y en el cual, en forma insistente y harto periódica, se nos someta a entrenamientos de todo tipo, con intención de asegurar que nos encontramos en condición de reaccionar de manera óptima en caso de que se presente una situación inesperada; llámese a esta como “no rutinaria”, como “anormal” o simplemente como “emergencia”.

En mi caso personal, ha sido desde que tengo “uso de razón” -en estos trasiegos de la aviación (es decir, desde cuando ya tenía siete años volando)- que he estado sometido en forma recurrente a unos chequeos que, a diferencia de los que me efectuaron cuando era todavía un piloto cándido e inocente, me los efectúan en unas cajas que, vistas desde afuera por quien no sabe de qué se tratan, bien podría pensarse que son máquinas que se han desquiciado y que se mueven y corcovean sin obedecer a un plan o concierto determinado. Son los “simuladores de vuelo”. En ellos no se simula el vuelo, propiamente dicho; lo que se simulan son los desperfectos que podrían presentarse en la actividad de las aeronaves.

No siempre vamos relajados a estos períodos de entrenamiento. Se supone –en términos ideales- que nos hemos preparado para demostrar nuestra idoneidad y competencia (“proficiency” se dice en inglés, pero el ordenador me advierte que no debo traducirlo como “proeficiencia”, que es la palabra que en cambio sí usamos en nuestra actividad y en nuestra jerigonza). Esta ansiedad quizá se deba a que de estos chequeos depende nuestra relación y estabilidad profesional, e inclusive laboral; de ellos dependen nuestras promociones -y aun las eventuales cancelaciones-. Son ellos los que demuestran nuestro nivel de desempeño. Esta ansiedad es probablemente normal: a nadie le gusta sentirse evaluado…

Sin embargo, estas cajas que, como dejo indicado, para quien no está enterado dejan la fantasmal impresión de que saltan, se estremecen y agitan por su propia cuenta, son unos fascinantes artilugios que ha inventado la moderna tecnología para entrenar y preparar de mejor manera a los aviadores, a objeto de que estén en condición de enfrentarse con eficiencia a los imponderables que pueden presentarse de manera inesperada en el desempeño de su oficio. Ahí se simulan incendios imprevistos, fallas múltiples y complejas de los diferentes sistemas (conjuntos hidráulicos, eléctricos o neumáticos), se fingen descompresiones de cabina o se imitan vientos huracanados; ahí se simulan condiciones muy críticas como fallas en los equipos propulsores o daños en el tren de aterrizaje.

Ya con la perspectiva de los propósitos que tiene el entrenamiento aeronáutico, es justo comentar que la aviación no hubiese podido desarrollarse como lo ha hecho, particularmente en los últimos cincuenta años, si no hubiera contado con esta tecnología formidable: los maravillosos simuladores de vuelo. Quien tiene la suerte de acceder a estas cabinas electrónicas no puede menos que sorprenderse por la casi perfecta simulación que ha logrado la increíble ciencia aeronáutica, no solo en cuanto respecta a la imitación del aparato en sí, sino a la reproducción de todas las eventualidades, en forma tan fidedigna que resulta dramática. En medio de todo ello, la simulación de la impresión visual se torna sorprendente. Tanto que los mismos pilotos a menudo olvidan que “no están volando” en la realidad.

Para quienes tienen que entrenar o comprobar la competencia de sus colegas, esto de ir a “la caja” puede ser que llegue a convertirse en una tarea no solo rutinaria sino cansada e irritante (muchas veces los entrenamientos suceden a horas nocturnas, que para nadie son las más agradables). Mas, por lo general, se ha escogido para estas delicadas y trascendentales tareas a personal idóneo, con una gran mística por el progreso profesional y por la seguridad aérea, y que está imbuido de una actitud especial, que sabe que dar entrenamiento no es una oportunidad para administrar ningún tipo de poder; sino tan solo una ocasión para transmitir a los demás su conocimiento y para compartir lo que sabe.

Jeddah, agosto 22 de 2013
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