17 agosto 2013

La encrucijada del lenguaje

Si usted es uno de mis visitantes asiduos, amigo lector; y si posee además esa rara virtud que yo tanto aprecio y admiro -y de la cual yo mismo he sido muchas veces su paradójica víctima - y que se llama prolijidad; habrá tenido oportunidad de comprobar que lo que he traducido en mi anterior entrada (“La sabiduría de la masa”. Itinerario Náutico. 16 de agosto), no necesariamente es verdadero y tampoco correcto como postulado; o, que puede serlo, siempre que se presenten otras condiciones culturales y unos entornos más avanzados de sociedad.

En suma: aquello de que los individuos sean más susceptibles a la influencia positiva -que no a la negativa- de la multitud, sólo es cierto en función del nivel cultural del entorno y, sobre todo, de la propia formación y personalidad. No de otra forma puede entenderse que en nuestras sociedades se haya afincado un esquema tan perjudicial de realidad política -y donde hasta la democracia ha sufrido un embate- por culpa de la influencia negativa que representa, en si misma, un cierto tipo de actitud. Resulta evidente que la gente se ha dejado influenciar en mayor medida por métodos de proselitismo y de discurso que están animados por la acrimonia, el denuesto, el insulto y la burla corrosiva.

No puedo por menos que interpretar que esto es justamente lo que sucede con los llamados “trolls” cibernéticos, verdadero ejército burocrático cuya incierta misión no parece compadecerse con la defensa de unas políticas, estrategias y procedimientos o con las virtudes y aciertos de un determinado líder. Están allí para cumplir con otra suerte de intención: contradecir, insultar, descalificar y ultrajar. Estos oscuros y anónimos individuos -que se esconden en el misterio y la nocturnidad- saben muy bien de los efectos que un ánimo negativo e insolente conlleva. Están persuadidos que el dicterio y la infamia siempre compran a muy bajo precio; que el escarnio, el agravio y la mofa venden rápido y mucho más!

Ahora bien, ¿a qué es atribuible todo esto? Es muy probable que se deba a que vivimos en una sociedad hondamente estratificada, donde como consecuencia existe una profunda competividad personal. El resultado es que tenemos la tendencia a ver primero los defectos y no las virtudes de nuestros vecinos -vemos primero el lunar o el punto negro en la pared blanca- y cedemos a la negativa tentación de hacer caso a quienes para conmover y disuadir creen que la mejor estrategia es la de ofender y provocar. Esto lo han entendido así los gárrulos y falsos profetas; y, desde luego, sus discípulos y reciclados epígonos.

Es muy malo cuando como individuos nos dejamos influenciar por sentimientos de rencor y ojeriza, división y odio; no sólo que tales pasiones revanchistas son contraproducentes sino también estériles e improductivas. Lo más grave de todo es que tales animadversiones y sentimientos negativos nada aportan a una de las mayores exigencias que tienen el desarrollo y el progreso: un indispensable sentido de colectividad. Es evidente que todo propósito y empresa logra en forma más fácil sus caros objetivos si es que se apoya y fundamenta en un sólido sentido comunitario. El odio sólo escinde, no aporta en nada a que crezcamos como individuos y a que seamos más vigorosos como grupo, como comunidad.

Es por ello perentorio que los hombres públicos se comprometan a devolverle la dignidad que debe tener el lenguaje que les sirve de instrumento para su diálogo y comunicación con la multitud. Lo otro, no sólo es irresponsable e inelegante, sino que conlleva un ingrediente que hace más difícil y menos ágil el aporte de elementos de respeto que sustentan a una sociedad. Esta es la nueva encrucijada. Pobre del pueblo que vive animado sólo por la torpe inquina y por la acritud!

Lagos, Nigeria, 17 de agosto de 3013
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