06 enero 2014

La conquista de la felicidad

“Nunca ha estado del todo claro si el secreto de la felicidad consiste en no ser completamente imbécil o si realmente en serlo”. Fernando Savater.

La búsqueda de la felicidad puede tomar toda la vida; la conquista, sin embargo, puede sólo tomar algo menos que un día... Por lo menos eso me ha tomado a mí; y justamente a mí, que soy de los que andan alardeando que no creen en la felicidad; quizá porque esté convencido que aquello que los hombres llaman con dicho nombre, sólo consiste en un estado de serenidad que se caracteriza por una sensación de íntima satisfacción que, en todo caso, sólo está representado por fugaces momentos de plenitud o, si se prefiere, de dicha...

Fuera lo que fuera, insisto: “La conquista de la felicidad” sólo me ha tomado poco menos de veinticuatro horas, a lo sumo doce; y reconocerlo ya es bastante! Y es que ese es solo el título de un pequeño librito del filósofo inglés Bertrand Russell (docientas páginas), en donde él hace una serie de disquisiciones respecto a esa inquietud que parecería ser la más importante de la filosofía y la más destacada entre las consideraciones existenciales del hombre: la de aquella felicidad elusiva.

Dice Fernando Savater, en el prólogo a la versión castellana del libro, que "no hay nada más hortera (de mal gusto) o más vacuo que querer llegar a ser feliz, con la sola excepción de querer dar consejos sobre cómo conseguirlo". Pues si hay algo que incide en nuestra probable infelicidad no es otra cosa, justamente, que siempre estemos dándonos demasiada importancia a nosotros mismos.

Sin embargo, si hay algo que pudiera ayudarnos a conseguir aquel estado de plenitud y de satisfacción, no es otra cosa que emplear técnicas y recursos para evitar toda forma de aburrimiento. El tedio es el caldo de cultivo de los mayores disparates que ha cometido la humanidad y este realmente siempre ha existido. Aunque en palabras de Russell: "hoy nos aburrimos menos que nuestros antepasados, solo que hoy tenemos más miedo de aburrirnos"...

¿Qué parece hacer desgraciada a la gente? Básicamente tres cosas: la renuente consciencia de la propia desaprobación, el hábito de admirarse uno mismo -o el deseo de ser admirado-, y el deseo de ser poderoso antes que cautivador o, si se prefiere, el de ser temido antes que ser amado (la llamada megalomanía).

Parece que ser feliz no es necesariamente poseer todo lo que se quiere; al contrario, serlo implica carecer de alguna de esas cosas, para con el esfuerzo por obtenerla reservarnos la satisfacción que produce el conseguirla. Esto, a pesar de que con frecuencia confundimos felicidad con éxito, el mismo que, bien visto, no es sino aquella orgullosa satisfacción que experimentamos al sabernos ubicados en un andarivel superior al de nuestros vecinos...

Tan negativo resultaría confundir prosperidad económica con felicidad, como considerar que es factible ser feliz sin poseer dinero. La verdad es que, aunque sabemos que el dinero no garantiza la felicidad, siempre es más fácil conseguir la dicha si se puede contar con un poco de dinero. De otra parte, hay gente que no disfruta de lo que posee sino de la satisfacción de que no sean otros los que posean determinados objetos. Es decir, el goce no residiría en dicha posesión sino en la posibilidad de presumir de la propiedad de aquel objeto.

La felicidad tiene sus enemigos, como son la preocupación, el miedo o la envidia. Resulta curioso, pero la envidia pudiera considerarse como el verdadero motor de la democracia, consistiría en la ilusión que tienen los que no poseen de que sean los que algo tienen los que pudieran tener un poco menos… Ya lo habíamos comentado en una anterior entrada: “el mendigo no tiene envidia de los que mucho tienen, si algo le hace infeliz es el éxito que pudieran tener los demás mendigos”.

Sydney
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