17 febrero 2014

Carta a un amigo imaginario

Hoy es mi día libre, querido amigo Ahmed Abdulwahem. Sí, porque aunque quizá no lo sospeches, hay días que no son tan libres, en los que algunos de nosotros no podemos disponer de nuestro tiempo… es lo que otros llaman “una bendición”, amigo Ahmed, un tipo de bienaventuranza a la que algunos de ustedes, cómodos ciudadanos de esta patria rica, no están en condición de acceder… Hoy es mi día libre; y trato de distenderme y de disfrutar del clima de estos últimos días de febrero. Luego, esta tu tierra se pondrá ya muy caliente, siguiendo esa caprichosa singladura que persigue el tiempo…

El tuyo es un terruño árido pero favorecido por la plenitud de otros recursos , mi querido Ahmed. Has nacido en un tiempo próspero, porque la necesidad de petróleo que tiene el mundo, le ha colmado a tu patria -la casa de Saud- de una inagotable e insospechada afluencia de dinero. Notarás que aquí utilizo el verbo afluir con desembozada intención porque, en el caso de tu país, no parecería que ese dinero cesaría de fluir, es un hecho incesante que, cual si fuese un río, les prodiga esa abundante e inimaginable cantidad de dinero. Tu patria, lo merezca o no, es una patria rica. Esa es la ironía de la fortuna, con sus arcanos recovecos!

Gobierna tu tierra un monarca bondadoso, amigo Ahmed. Y, como todos ustedes disfrutan de comodidades y bienestar, creo que están persuadidos que en parte eso se debe a la magnanimidad de quien se proclama como “guardián de las dos sagradas mezquitas”. Imagino que cuando los ciudadanos de un país tienen satisfechas sus necesidades básicas, la educación es gratuita y tienen protección para garantizar el cuidado de su salud, es un tanto difícil estarse preocupando por complejos conceptos, como democracia o representatividad… entelequias que quienes saben un poco más, afirman que son inventos de los descontentos.

Por eso quizá, sólo quizá (como bien sabes, siempre estoy indagando las razones y motivos, querido Ahmed), intuyo que te has pagado de ti mismo. Lo has dado por hecho (“you took it for granted”, como dicen los que hablan en inglés), lo has dado por sentado; y ese envidiable convencimiento ha hecho que la gente de este árido reino se haya dado cuenta que no le hace falta tener que trabajar. ¿Para qué voy a hacerlo?, me has de preguntar; y yo ni siquiera pergeño una respuesta, pues bien sé que eso, en el fondo, entraña una enorme verdad. Puedo decirte, sin embargo, y como quien patalea, que tal vez no has tenido la suerte de descubrir que eso del trabajo es muchas veces una forma de entretención, sobre todo si la vida te da la suerte de ganarte unos reales con un oficio que lo puedas disfrutar.

No creas que quiero juzgarte; pero quiero que me permitas hacer “en voz alta” una pequeña reflexión. Noto que tú y tus conciudadanos dependen en tal medida de mano de obra foránea, que me preocupa que ustedes hayan ido perdiendo la iniciativa para depender de ustedes mismos para ejercitar oficios y tareas. ¿No se te ha ocurrido, querido Ahmed, que puede llegar un día -pues, no hay plazo que no se cumpla, como dicen por ahí- en que las circunstancias cambien, y ustedes puedan verse forzados a prescindir de esa fuerza de trabajo, dócil y extranjera?

Por eso te pido que no tires los residuos fuera de los botes de basura, que no te saltes la fila, irrespetando a los que no visten túnica o que nacieron con esa rara y poco digna condición de ser mujeres. Y, no me trates de disuadir que el respeto -aquella palabra tan linda que siempre estuvo en boca de mi abuela-, el verdadero respeto, es solo una forma de innecesario convencionalismo. Déjame seguir creyendo que el respeto a los demás es el cimiento, la argamasa y el ladrillo con el que se han construido las naciones, las civilizaciones, los grandes pueblos…

Saluda, de mi parte, a tu padre Abdulrahmán y ya nos vemos. Masalama habibi!

Bruselas, Bélgica
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