19 febrero 2014

¡Todo se derrumbó!

En el fútbol, como tal vez en todo mismo en la vida, eso que se ha planificado en un largo año de esfuerzos y minuciosos preparativos, el “proyecto” como lo llama el técnico Manuel Pellegrini, puede irse al garete y tirarse por la borda en cuestión de segundos. Esto es lo que le acaba de suceder a su equipo -el Manchester City-, en el más tempranero de los partidos de la fase final de la “Champions League”.

Cierto es que el City, que jugaba como local, no había logrado imponer su juego por casi una hora de partido; pero lo que vino después fue un compendio de decisiones injustas que pueden servir de ejemplo de cómo asuntos ajenos al juego suceden en seguidilla; y aun incluirse en la antología de lo que ya debería corregirse en el “más popular de los deportes”, en “el deporte de multitudes”, como aquello que, si se utilizaría la moderna tecnología para asistir en las decisiones, ya no debería nunca pasar. Lo irónico es que todo ello sucedió en menos de diez segundos. Así, el “proyecto” se esfumó en un segundo (es un decir), como si fuese un castillo de naipes, como una pompa de jabón. ¡Todo se derrumbó!, como en la canción. Esa que hizo famoso a Emmanuel.

¿Qué puede haber más inesperado e injusto que lo que le ha sucedido al City? ¿Cómo entender que una falta en contra de su equipo -que no fue sancionada-, una subsecuente situación en “fuera de juego” -no advertida con oportunidad- y una pena máxima -apresurada y erróneamente sancionada por el facultativo-, dieron paso al gol con el que el Barcelona, en forma por demás graciosa, liquidó el partido. Esto porque, para añadir sal a la herida, o insulto a la lastimadura -como dicen en inglés-, el penal otorgado al Barcelona vino de la mano de otra sanción: la expulsión automática del defensa central inglés! ¡Cuatro decisiones equivocadas, o por lo menos cuestionables, en menos de diez segundos!

¿Cómo pueden ir de la mano el error, la injusticia, la frustración y la ironía?, en especial en un mundo bendecido por toda esa parafernalia tecnológica que hoy acompaña a nuestra modernidad… La respuesta no puede sino encontrarse en otra característica humana más popular que el mismo fútbol: se llama tontería, la misma que nunca anda sola, siempre va acompañada de la testarudez. Entre las dos pueden más que la maldad, y producen más daños que un desastre natural!

¡Es que eso es lo lindo del fútbol!, me dirán los conformistas. O que: "asimismo es" y que, “al final del partido”, alguien tiene que ganar… Pero no! Yo les digo que si el fútbol, como todo deporte, no refleja los valores que queremos ver triunfar en la vida, si siempre han de estar presentes el ánimo antojadizo, la subjetividad, la injusticia… pues, entonces ¿para qué jugar?

Si algo no entiendo es por qué no se ha empezado a utilizar (como ya se lo hace en la mayoría de los demás deportes) los adelantos de la tecnología. Así pudiera, por ejemplo, revisarse las faltas que no se sancionan debidamente; se pudiera utilizar un diminuto adminículo electrónico que convalide, o que cuestione, las decisiones que se refieran a las acciones realizadas en fuera de juego. Con la misma tecnología –cámaras monitoreadas por árbitros adicionales, por ejemplo- pudiese refrendarse si el penal concedido sucedió realmente dentro del área y si efectivamente se lo cometió en realidad.

Pero… quizá me estoy tomando yo mismo muy en serio! Me estoy olvidando que el fútbol es justa y solamente eso: un simple juego. Una entretención lúdica y una actividad humana que no puede sustraerse a lo que nos sucede todos los días de nuestra vida: la casualidad, la fortuna, las propias limitaciones, la subjetividad ajena, la arbitrariedad. Tal vez por eso mismo, y sólo por eso, ¡todo se derrumbó!

Jeddah, Arabia
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