10 febrero 2014

Un réquiem para el corazón

No sé si voy a enunciar un novedoso teorema, o si simplemente una verdad de Perogrullo, pero últimamente he venido cayendo en cuenta que el guarismo de la edad que uno tiene, es directamente proporcional a la frecuencia con que las personas que hemos ido conociendo en la vida se despiden de nosotros. Lo triste no está solamente en reconocer esta absurda como incordiante condición, sino en que, en la práctica y en la realidad, aquellas personas no pudieron ni siquiera satisfacer la última voluntad que tienen los reos: la de “despedirse” de nosotros.

Como digo, no sé si se trata de un nuevo postulado, o de un axioma, como lo son el teorema de Pitágoras, el principio de Arquímedes o la secuencia de Fibonaccci, lo cierto es que su cumplimiento, y consecuente demostración, tienen un acaecer cuya ocurrencia en el tiempo es cada vez más corta, cada vez más frecuente. Es como si se tratase de una matemática e incontrastable premisa: hemos de acudir a más y más duelos y entierros en la medida que nos vayamos haciendo viejos… Por eso, mucha verdad había en el dicho del Julito: “¡Ya están disparando cerca!”.

Y más triste aún es no estar cerca cuando suceden estos luctuosos acaecimientos. Cuando no se nos da la posibilidad de acompañar con nuestra humilde presencia, con nuestro inseguro balbuceo, con unas pocas palabras de solidaridad para sus seres queridos, a los que -quizá- no habríamos tenido la oportunidad de conocer y ni siquiera de relacionarlos con el occiso, con el ahora desaparecido. En inglés existe un circunloquio que resulta un poco más comedido; no se dice que murió o que falleció. Se dice “he passed away”, que vendría a ser lo mismo que “se alejó”.

Estos inesperados sepelios, a los que quizá nuestra inicial formación religiosa y, sobre todo, nuestro instinto gregario, nos impulsan a asistir, han de estar menos inspirados -creo yo- en el deseo de expresar nuestra condolencia que en el de decir nuestra callada, nuestra tácita, despedida. Réquiem es justamente eso: un anhelo íntimo por el descanso del difunto; y eso es lo que significa literalmente: música de descanso. Expresión eufemística de lo que debe representar la muerte para los cristianos: un reposo, un hecho pasajero, una puerta hacia la otra vida…

En estas recientes semanas se han alejado unas pocas personas que he conocido -unas muy apreciadas, otras muy queridas-; la irónica coincidencia es que todos esos aciagos sucesos fueron provocados por sendos infartos al corazón. Nunca -como todos sabemos- la muerte es más insidiosa y causa tanto dolor como cuando sucede de manera súbita, cuando es inesperada, cuando su noticia sabe recordarnos de la fragilidad de la vida y de que nosotros mismos nunca estamos exentos de idéntica contingencia: un rápido e inapelable sobresalto del corazón!

Así, he “despedido” en este reciente lapso de tiempo a personas a quienes he apreciado, a quienes me ha unido el afecto. El primero, un favorecido artista, un arquitecto pionero en ciertas obras relacionadas con los proyectos de distensión y esparcimiento; el postrero de ellos, un comerciante amigable y estentóreo, proclive al gesto alegre y expresivo, a entregar la simpatía de su abrazo y la alegría contagiosa de su ruidosa voz. Su sueño, en cierta medida, era también de carácter arquitectónico: quería convertir su quinta de descanso, en un lugar de asilo y de retiro, para no estar nunca solo, para siempre estar con los amigos.

Y hubo otro que, a pesar de la brecha en nuestras edades, siempre lo consideré como a uno de mis queridos amigos. También fue piloto, aunque me llevaba con una generación, estuvimos relacionados familiarmente, aunque también con esa insinuación tan ambigua que es la del “pariente político”. Fue él -y con la misma sencillez- tanto mi vecino como mi jefe administrativo. Me “palanqueó” una tarea temporal y perentoria en la única cláusula de inactividad que enfrenté en mi vida como aviador. Le decían cariñosamente “Ñato” y usaba términos del hablar de la tierra, como “ser de pipí cogido” o “hincha” de alguna persona. No me dio chance para irle a visitar por última vez. Hubiese sido esa mi reverente despedida…

Jeddah, Arabia
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