03 febrero 2014

Tácito, el implícito

A veces me topaba con su imagen en la pantalla; su actitud parcializada me fue dejando esa propensión al desprecio a que nos impulsan los esbirros (adjetivo). Un día buscaron a quien encargar la gestión de una dependencia con título rimbombante, creada con un objetivo acomodaticio; encontraron que, dada su natural obsecuencia, era el candidato propicio. Así consiguió que lo designaran como su esbirro (sustantivo)… Es que “esbirro” no significa necesariamente lo que muchos se imaginan: la voz nos viene del italiano sbirro y su etimología está relacionada, probablemente, con el capote que distinguía a esos funcionarios de inconspicua categoría: los esbirros. Con el tiempo, sus actuaciones habrían dado al término una nueva acepción: la del “secuaz a sueldo o movido por el interés”…

Si algo me llamó siempre la atención, fue aquel alarde de una enjundia de la que precisamente carecía. Era solo cuestión de tiempo hasta que pudiera demostrar su cínica parcialidad y la ausencia de sus auténticos pergaminos. Hace poco se ha desembozado por propia cuenta y ha desnudado su cultural indigencia cuando ha expresado una joya de singular antología. Ha sentenciado el funcionario que cuando se menciona a otra persona, debe señalarse de manera “tácita” (sic) lo que ella ha dicho y que aquello debe ponerse entre comillas… Intuyo (sí, porque se precisa adivinar) que lo que quiso utilizar el folklórico dependiente, fue el femenino de la palabra tácito - que significa callado -, aunque con un sentido ajeno y contrario, impropio e inadecuado: el de tajante, concluyente o explícito. 

No es de mi interés hacer un alarde de erudición; ello, ni me calza ni tampoco me corresponde. Solo es cuestión de consultar el diccionario de la Academia (DRAE) para indagar los significados y sentidos. Tácito se deriva del latín tacitus, a su vez participio pasado de tacere, que quiere decir callar. Significa, por lo mismo: 1. Callado o silencioso; y, 2. Que no se dice formalmente, sino que se supone o infiere. De otra parte, su antónimo sería la voz “explícito”, adjetivo utilizado - de acuerdo con el DRAE - para señalar algo “que expresa clara y determinadamente una cosa”. Viene, a su vez, del latín explicitus, que significa “que se despliega” o que manifiesta lo que se dice; se relaciona con el verbo explicar. Tácito es, por lo mismo, lo que no exige explicación, lo que está implícito, lo sobreentendido.

Como en las demás lenguas latinas, o del romance, tácito tiene una rica variedad de sinónimos: implícito, silencioso, secreto, cabalístico, confidencial, encubierto, escondido, ignorado, incógnito, oculto, privado, silencioso, callado, taciturno, mudo, silente, subentendido, latente… Por eso es que tácito está relacionado con otras voces nuestras como taciturno y reticencia. Taciturno, en el sentido de melancólico, de quien no habla con los demás; pero también callado. Y, reticencia (que viene de “retiñere”), palabra formada por el prefijo de intensidad re y por tacere (otra vez, callar), con el sentido de “obstinarse en callar”.

Pero nuestro “tácito” no es el primero que se ha dado en las arenas del tiempo. Tuvo ya un célebre como ilustre antepasado que se aventuró en esa ciencia que llamamos Historia. De él se dice que no era ningún mudo, ni que hubiera hecho mejor en permanecer callado. A más de historiador, Cornelio Tácito se convirtió en un destacado funcionario. Se hizo famoso por su elocuente oratoria. No fue un “escondido”, ni tampoco se convirtió en un “ignorado”. Se destacó también como senador, cónsul y pretor romano. No fue, realmente, ningún tácito!

Tácito estaba persuadido que para interpretar en mejor forma la historia, había que aportar con una visión, que había que opinar. Trató de ofrecer su percepción imparcial de los hombres y comentó los acontecimientos que se propuso relatar. No, no pudo haber sido un mero comisario! Su intención fue mejorar los métodos que cinco siglos antes habían pergeñado Heródoto y Tucídides; línea en la que habrían de acompañarle otros contemporáneos suyos, como Suetonio, Plutarco y Plinio. Ellos nos entregaron su personalísima visión de lo que sería el principio del fin del Imperio Romano. A ellos llegué gracias a Toynbee, Spengler y Gibbon.

Kano, Nigeria
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