25 febrero 2014

Lecturas de una derrota

Resulta sintomático que en ciertos triunfos no se hable especialmente de sus inmediatos favorecidos, sino más bien de los perdedores, de los castigados por el resultado negativo que obtuvieron. Por ello es que se hace tan importante analizar la inesperada -y hasta no hace mucho, improbable- derrota del presidente Correa. Nótese que no hablo de los triunfos electorales de los ganadores, ni siquiera de la derrota del movimiento Alianza País… No utilicemos circunloquios (él prefiere llamarlos eufemismos). El fracaso esta vez tuvo nombre y apellido: Rafael Correa.

Voy a referirme de manera especial al resultado observado en la ciudad de Quito. Esto, por dos principales razones: primero, porque como todos sabemos, tarde o temprano, son las principales y más populosas ciudades ecuatorianas las que “ponen y quitan” presidentes; y, segundo, porque debido a la participación del mandatario, este convirtió a una contienda independiente en una ocasión para medir su respaldo o su rechazo políticos. Los resultados, sobre todo en este último sentido, resultaron inapelables y concluyentes: la gente recibió una feliz y gratuita oportunidad para decirle “basta” a la prepotencia y al autoritarismo.

Por todo ello, en Quito el gran ganador no es Mauricio Rodas, y ni siquiera el gran perdedor resulta el actual alcalde. El voto ciudadano no fue contra Barrera, fue un rechazo a las actitudes arbitrarias del presidente, constituyó un rechazo y una reprensión a su irrespetuoso e injurioso estilo. La ciudadanía, el pueblo, el Quito profundo -como copiando la frase de Haya de la Torre, lo dijo el propio Barrera-, comprendió eso finalmente. Y eso suele pasar factura en la política, a pesar de las obras, a pesar de la indudable fuerza que tiene el maniqueísmo: que el hombre no es otra cosa que su propia imagen, que el hombre “es” su estilo.

Desde esta óptica, creo que el alcalde Barrera cometió dos errores importantes, el uno técnico-administrativo; el otro puramente político. Creo firmemente que vamos a coincidir en que el principio del fin fue el nuevo aeropuerto, un obra que no satisfizo las expectativas, que se la inauguró sin un adecuado proceso y que, en forma especial, no contó desde el principio con las básicas e  indispensables vías de acceso, un aeropuerto -en fin- que las voces de la demagogia no se cansan de repetir, en estos mismos días, que es “el más moderno” de América… Como si los adjetivos nuevo y moderno no tuviesen un significado distinto.

Aun así, el peor error de Augusto Barrera fue de jaez político: no haberse sabido independizar a tiempo del presidente, caer -él también- en las asfixiantes redes urdidas por su espíritu arbitrario y absorbente; no haber sabido tomar distancia a tiempo y rescatado su propia campaña cuando era evidente el daño irreparable que iba a causarle la desvergonzada participación de Correa. Desde ese punto de vista, Barrera puede estar tranquilo y no contentarse con lecturas sectarias respecto a la reacción de la gente. Barrera no ha sido un mal alcalde, ni fue un mal candidato. Intentó una reelección en un momento inconveniente y tenía, simplemente, un mal compañero de ruta en esta parte final del camino…

Ese es -desgraciada o ventajosamente- el oneroso precio que siempre paga el autoritarismo. La gente se cansa de los embustes y de recibir órdenes, de que siempre le estén restringiendo sus opciones y señalándole su camino. Esa gente rechazó la impudicia, las argucias y los métodos del presidente, sus absurdos e inexplicables exhortos para que votasen en blanco (?), su obscena participación en la campaña, el uso y abuso impunes de recursos para este objetivo. Y pensar que todo comenzó con una caricatura… una que nada tenía que ver con el alcalde Barrera, pero mucho con lo que llegó a hastiar al pueblo respecto a su presidente y, sobre todo, con ese su anacrónico, enconoso y prepotente estilo…

Jakarta, Indonesia
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