06 febrero 2014

¿Increíble? O, para no creer…

Esa debe haber sido la primera vez que oí el nombre, ese de Majuro. Allá tenía que trasladarse, por pocos días, el menor de mis hijos, por asuntos relacionados con las actividades pesqueras de su compañía. Es la capital de las islas Marshall, que constituyen realmente una pequeña república en el Pacífico Occidental. Las islas, o diminutas islas, no son ni siquiera islotes; son apenas atolones, que es como generalmente se conocen a las formaciones coralinas de pequeño tamaño que encierran, casi siempre, una laguna interior. Tienen, los atolones, las playas más hermosas y el paisaje más sorprendente que pudiera hallarse sobre la tierra.

Las Marshall habrían sido exploradas por los españoles hacia 1520, más de una década antes de la prodigiosa gesta de Magallanes. Luego, los británicos habrían de reconocerlas y las bautizarían con su actual nombre (en honor al explorador John Marshall). Estos las vendieron a los alemanas, quienes más tarde cedieron su soberanía al Japón, luego de la Primera Guerra. Pero, una nueva conflagración global, treinta años después, transferiría los atolones a manos de los americanos.

Pero, a decir verdad, aquel nombre, el de Majuro, jamás lo había oído. Cuando recibí el reporte de viaje de mi sorprendido hijo, pude enterarme que existe un sistema de continuas escalas -probablemente seis- que son necesarias para llegar desde el Asia a ese pequeño pueblo que funge como capital de aquella diminuta república. Y aquel comentario, fue para mí como una epifanía: un viaje ajeno que puso a la Micronesia en el mapa de mi curiosidad, el de mi incógnita geografía.

Pero ha sido un prodigioso naufragio el que ha vuelto a destacar el perfil de esos atolones en el mapa del mundo. Se trata de la milagrosa e increíble odisea del pescador centroamericano José Salvador Alvarenga, de treinta y siete años, que reclama haber estado a la deriva por nada menos que trece meses. Un periplo que habría cubierto una distancia de doce mil kilómetros! Alvarenga, si Salvador no es su primer apellido, habría insistido -en solitario- en la hazaña que otros tres mexicanos cumplieron en 2006, luego de nueve meses de similar recorrido.

El pescador y su acompañante habrían perdido el gobierno de su embarcación frente a las costas del sur de México. Luego de quedar al garete, su compañero habría sobrevivido por solo cuatro meses. Alvarenga explica su exitosa epopeya en base a su inflexible dieta: aves, carne de tortuga y pescado, mucho pescado. Respecto a la bebida, reconoce haber tenido que recurrir ocasionalmente a su propia orina. En cuanto a su camarada, se habría visto forzado a empujarlo a las aguas del océano. “¿Qué más podía hacer?”, ha declarado el afortunado marino.

Hasta ahí, la aventura marca los lindes de lo inaudito y entra en los registros de las más inexplicables empresas obtenidas mediante el heroísmo. Sin embargo, hay algo que hace que la proeza se arrime al lado oscuro de lo incógnito, por inexplicable y quizá excesivo… Nuestro héroe no llega demacrado, ni con las muestras evidentes de malnutrición con que lastiman los naufragios; no exhibe labios partidos o encías lastimadas, ni tampoco pústulas u otras lesiones en el resto del cuerpo. Al contrario, aunque barbado, su imagen es la de un individuo rechoncho que se ha sabido burlar de la muerte y que ha vencido al océano…

A lo médicos les ha resultado inexplicable, si no sospechoso, que alguien pueda mantenerse, por más de un año, a base de proteínas y ausencia de carbohidratos; menos aún prescindiendo de ácido ascórbico (vitamina C), que solo se encuentra en frutas y hortalizas. Los pescadores y navegantes saben -desde la época de los grandes descubrimientos- que es casi imposible sobrevivir tan larga travesía solo a base de frutos de mar, debido al ominoso escorbuto! Pero… las grandes hazañas invitan con frecuencia a la incredulidad y a la conjetura. ¿Hizo Alvarenga realmente el viaje? ¿Fue esa la auténtica historia de su asombrosa travesía?

Medina, Arabia
Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario