13 junio 2011

Cifras y presagios

Me lo comentaron casi en voz baja, cual si se tratase de un recado subrepticio o de una información secreta. Lo hicieron a modo de consulta, a ver si es que caía en cuenta. Me susurraron que la suma del los dos últimos dígitos del año de mi nacimiento y la edad que ya cumplí (o que estaría por cumplir) en este año que transcurre, produciría el resultado de ciento once; y que, tal guarismo, de mala u ominosa apariencia, se repetiría para todas las personas, en lo que pasaría a ser, más que un resultado lógico, una preocupante y sorprendente coincidencia. Me decían que esto guardaría relación con las tragedias ocurridas en el pasado y que la presencia de ese “triple uno” podría significar una premonitoria advertencia…

En eso, caí en cuenta que fue justo un “once” de septiembre la fecha del infame atentado a las Torres Gemelas. Comprobé que la conspiración realizada en el subterráneo de Madrid, perpetrada treinta meses después, coincidía también con la fecha del devastador maremoto y tsunami que acaba de ocurrir en el Japón, el reciente “once” de marzo. Y claro, para quien es escéptico, como yo, para buscar un significado para el raro comportamiento que a veces exhiben los números; para quien tampoco cree en los mensajes atribuidos a la cábala, lo comentado no pasaba de tener el valor que tienen las curiosidades y las simples coincidencias. Entonces advertí que la fecha de mi propio cumpleaños caía también en primero de noviembre (1-11)… Era esto, pura casualidad, augurio o inocua coincidencia?

Hace un cuarto de siglo el Pajarito Febres tuvo la bondad de hacerme una corta visita; tenía la intención de incluir mi perfil profesional en un reportaje para el diario Hoy. Su crónica habría de ocupar toda una página en la edición del sábado siguiente. Cuando se produjo la entrevista, salió a luz una curiosa referencia: el día de aniversario de mi nacimiento, coincidía con las fechas de otros tres episodios que resultaban significativos en mi vida personal: mi matrimonio, mi ingreso a Ecuatoriana, y la inauguración de mi primera casa. Por ello quizás, este apasionado como generoso amigo, habría de dar identidad a su artículo periodístico con un sugestivo título: “Algo pasa el primero de noviembre…”

Sin embargo de lo antes referido, estoy persuadido que las cifras que definen la cronología de los acontecimientos, solo tienen un carácter fortuito; y que su repetición, aunque parecería obedecer a un sino caprichoso, solo tiene que ver con nuestra propia intención o con la más simple de las coincidencias.

En cuanto a lo que usted lector, se habrá quedado pensando, si es que no lo habría ya comprobado todavía, aquello de sumar su edad con el año de su nacimiento… pues, es solo una aparente coincidencia, que no tiene que ver con el porfiado resultado que siempre exhibe la comentada operación aritmética; sino que, bien visto, solo significa que el año de su nacimiento, sumado al número que representa su edad, es equivalente al año que actualmente transcurre; o, lo que es lo mismo, que el resultado matemático, como es lógico, solo corresponde al año que nos ha tocado vivir! La aparente coincidencia se produce, porque la ecuación la estamos realizando en este año de 2011; mas, el próximo año ya no sería valedera. La respuesta pasaría a ser entonces “ciento doce”; y ya no habría motivo para encontrar, en el maléfico y repetido “triple uno”, un incierto augurio o una aparente explicación sibilina y secreta…

Lo que sucede cuando “inferimos”, es que muchas veces abusamos del sistema inductivo, aquel que nos permite ir de lo particular a lo general, y que nos invita a asumir como cierto, algo que solo ocurre en contadas ocasiones, esperando que la conclusión certera suceda como natural consecuencia. Los humanos tenemos la tendencia a encontrar “teorías conspirativas” y explicaciones escondidas; es decir, pruebas demostrativas para todo tipo de acontecimiento u ocurrencia. La inducción demanda ingenio e imaginación, pero no siempre acierta; porque no parte de la fórmula tradicional de utilizar premisas particulares -que han sido probadas y aceptadas como verdaderas- para llegar, con su aplicación, a una conclusión general que sea también confiable y valedera.

Ésa es justamente la obstinada mecánica del sofisma, un pernicioso método de pensamiento cuya utilización parecería contagiar gran parte de las discusiones modernas. Con tal sistema, parecería sugerirse que todo es objeto de definición, o susceptible de interpretarse con misteriosas cifras, oscuras claves y fórmulas secretas. O bien, que se podría comprobar lo que es falso con un argumento que es válido solo en apariencia. La reflexión me hace acuerdo del caricaturizado personaje que definía al caballo como un animal conformado por dos partes: el jinete, que va arriba, y el caballo propiamente dicho; o que explicaba el método de construcción del cañón, como un proceso en el que se tomaba un orificio largo y angosto, para luego recubrirlo con acero…

Sí, porque toda demostración parece factible cuando se conoce de antemano el desenlace, cuando el conocimiento anticipado del epílogo exime de la necesidad de comprobarlo con un método sistemático y coherente. En cuanto a lo personal, a los “unos” que se repiten en el mes de mi onomástico, concluyo que noviembre es el mes de mis felices aniversarios, pero que también es una época del año que siempre me traerá memorias tristes; un mes que me invitará a recordar otros aciagos acontecimientos que marcaron mi vida con sus infelices ocurrencias…

Pero, no podría olvidar que los guarismos son ante todo solo eso: simples números, circunstancias adjetivas sujetas al aleatorio factor de la coincidencia. Porque, lo sustantivo son los hechos. Por eso, solo resultan circunstanciales las cifras con que la fortuna quiere a veces identificar a las inofensivas fechas!

Chicago, 12 de junio de 2011
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