06 junio 2011

Comezones deportivas

Anoche he vuelto a acostarme muy tarde. Esta vez no ha sido ni por mis lecturas, ni por eso de los compromisos. Tampoco fue debido al insomnio. Gracias a Dios, éste es un mal del que no padezco. En sentido filosófico, soy un sonámbulo; mas, cuando uno está al borde del abismo, es probable que sea mejor estar dormido que despierto… Pero, digo que me he acostado tarde, porque nuevamente me he quedado mirando en la televisión uno de esos partidos importantes. Jugaban Rafa Nadal y Roger Federer por el título de Roland Garros; y ese torneo, a pesar de que nunca fui tenista, es uno que se me antoja como más interesante. Para empezar, se realiza en una ciudad que en muchos sentidos creo que sigue siendo la más importante del mundo. París es una ciudad incomparable, la expresión más encumbrada de la cultura humana. Y Roland Garros es, en mi modesto parecer, el más importante torneo de Gran Slam. Por eso me intereso en seguirlo, igual que me pasa con el abierto de golf de Inglaterra, o el Masters americano.

Descubro, mientras escribo, que hay algo en mí que se apasiona por la intensidad de estos episodios deportivos. Es algo que se remite a mis días de escuela, ahí me dejaba seducir por los recreos de la mañana, cuando invariablemente se jugaba futbol en los patios inferiores del colegio. Nunca me destaqué como un gran “driblador”, pero mi oportunismo y buena ubicación, dieron lugar a muchísimos goles y probables alegrías (o envidias) de mis sorprendidos compañeros. Fue hacia tercero o cuarto de primaria, que una tarde me puse a pasarle las bolas a uno de los más destacados lanzadores que tenía la selección de básquet de esos tiempos; se llamaba Efraín López y puede decirse que desde esa tarde, empezó a crecer mi ilusión, y mas tarde mi pasión, por ese juego de tanta intensidad que es el baloncesto. Desde entonces, fue solo básquet lo que jugué casi todos los días, como que era una costumbre incentivada por tradición en todo el colegio.

No pudimos, sin embargo, jugar con la asiduidad que hubiéramos querido. En casa eran muy austeros con nuestras actividades extracurriculares; esto debido a dos principales motivos: se nos pedía siempre que estuviéramos entre los seis primeros alumnos de nuestra clase; y, segundo, porque teníamos en esos años una extraordinaria habilidad para destruir los zapatos-recién-comprados-en-las-cuatro-esquinas y porque obligábamos a poner rodilleras de refuerzo en todo pantalón en el que entraban nuestros inquietos y escurridizos miembros. La desgracia de asomar nuevamente con un flamante orificio en la exacta mitad de la manga de nuestros pantalones, obviamente era culpa de nuestras caídas; pero sobre todo, de lo que ahora me parece incomprensible: jamás se nos sugirió usar otro tipo de indumentaria para efectuar esos infantiles escarceos!

En otras palabras, nunca se nos administró el antídoto en esos días, sino que se nos dio directamente la medicina curativa. La receta era larga, angosta y sinuosa; tenía un color marrón ominoso; sonaba, zas, zas, zas y era de cuero… Por eso, aprendimos a disimular nuestras andanzas. No digo que a ocultarlas, porque llegábamos de ellas tan cansados y “azorados” que eso era imposible hacerlo!

Ya salido del colegio, dejé de jugar básquet por mucho tiempo. Cuando fui al Oriente a trabajar con Texaco, habría de volver a jugar al futbol. Allí, en Lago Agrio, se jugaba en la canchita del campamento de lunes a jueves. Me habían asignado un compañero de habitación que antes había jugado futbol en equipos profesionales; él no faltaba nunca a los mundiales, estaba relacionado con los mejores jugadores de su generación; era un excelente marcador, estaba imbuido de una gran pasión por el juego y estaba dotado de un físico de privilegio. Pronto descubrió mi rapidez, a pesar de mis otras dificultades. Al grito de “corre Che Gaviota”, me impulsaba, o reclamaba, de acuerdo a mis aleatorios aciertos.

Con él logramos establecer una muy cercana y fraternal amistad, la misma que bien auditada lleva ya como cuarenta años. Compartíamos entonces los gustos deportivos y la afición por la pintura. Nos hemos convertido en compadres por ambos lados. Mis hijos le tratan como si fuera parte de la familia y yo recibo de la suya ese mismo trato y especial afecto. Nunca habremos de olvidar la noche que Hugo había dejado a sus tiernos hijos en la habitación, un fin de semana que vinieron con su madre a visitarlo en el campamento. Habíamos ido al cine y cuando regresamos para asegurarnos que esos monstruitos dormían, lo que descubrimos nos llenó de sobrecogimiento: habían echado mano de los implementos de pintura y se habían dedicado a realizar una improvisada exposición de arte abstracto en las paredes, en las sábanas y hasta en el suelo! Hoy, mi buen amigo Hugo, sigue interesado aún en los deportes; en cuanto a sus veleidades artísticas y pictóricas… creo que el caprichoso episodio le cortó para siempre la voluntad y las ganas de seguirlo haciendo…!

Más tarde habría de volver a jugar básquet, luego de casi quince años de no hacerlo. Dicen que al buen músico el ritmo le queda y eso es lo que me pasó, que aunque había perdido movilidad, no había perdido la puntería y la certeza para los lanzamientos. Ahora jugaba en un equipo de veteranos, con esos mismos chicos de apellido Ribadeneira que fueron mis mayores y a quienes emulaba en mis tiempos de colegio… Pero, cuando me vine al Asia, se me detectaron problemas en los discos lumbares; y, como el basquetbol es un juego de impacto, me recomendaron suspender su práctica desde aquel lamentable descubrimiento.

Fue entonces que me interesé por aprender a jugar al golf; cuando tuve que suspender todos los otros juegos de equipo que antes practicaba. Ahora sólo sigo en la tele los principales campeonatos que se compiten en el mundo; y por eso es que anoche, debido a la diferencia horaria, seguía el torneo parisino. Fue cuando me di cuenta, de pronto, que algo me identificaba con el chico Nadal, y no era precisamente lo relacionado con sus juveniles atractivos… Al principio no sabía qué cosa mismo era y entonces lo empecé a investigar…

A ver… su nombre termina en “al”, de igual manera a como comienza el mío; él nunca da una bola difícil por perdida; habla el castellano igual que lo hago yo; le pone pasión a sus empeños; él es como yo, rapidísimo para el juego. Pero… advertí que hay algo, algo más… Ah, claro, ya está! Es la forma como junta el pulgar y el índice para llevarse la mano a la mitad de las dos nalgas y dar temporal alivio a la incomodidad que le producen sus calzoncillos traviesos …!

Shanghai, 6 de junio de 2011
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