30 junio 2011

De sapos vivos y ranas muertas

Es increíble lo que puede aprenderse hoy en día a través del Internet. En algunos casos, podría aprenderse tanto como si se asistiera a una universidad o a un instituto académico. Además, ahí está la ventaja de su versatilidad, que se puede investigar y consultar al ritmo que a uno más le convenga. Se pueden explorar nuevos temas relativos; y quizás, lo que es más importante, que uno va como tropezando con una serie de nuevos asuntos e información inesperada que lo llevan a adentrarse en el sinuoso laberinto de variados temas, en los meandros caprichosos de nuevos e imprevistos conceptos… En cierto modo, es como si se asistiera a una clase con múltiples profesores, los mismos que estarían siempre disponibles y dedicados a responder nuestras preguntas, a darnos información adicional, a absolver nuestras dudas e inquietudes con sus sabias respuestas.

Hago estas reflexiones mientras espero en el aeropuerto de Denver para la salida de mi vuelo de regreso a Chicago. De pronto se me ha ocurrido matar un poco de tiempo consultando la diferencia técnica entre sapo y rana; o, como manda la cortesía, entre rana y sapo (con el femenino adelante). Noto – de paso – que si se aplicaría la nueva moda impuesta por la “revolución ciudadana”, se debería decir: sapas y sapos (que sí suena), o ranas y “ranos” (que, en cambio, no). Porque, aunque al ver a uno de estos batracios casi siempre decimos “el sapo”, conocido es que en ocasiones utilizamos también el sustantivo adjetivado en forma femenina, como cuando decimos “sapa viva” para referirnos a una mujer caracterizada por su cuestionable condición de ingeniosa o perspicaz. De paso, no estoy muy seguro de cuál sea el atributo que tenga el sapo, que haya merecido que se le identifique con la sagacidad motivada por la malicia…

Lo cierto es que siempre se habla de “sapos vivos” y nadie habla de “ranas vivas” (ni tampoco, claro, de ranitas muertas). Lo único importante de saber es que, aunque las ranas y los sapos sean anfibios y batracios, constituyen dos especies diferentes, que tienen en común su no muy atractiva apariencia y la múltiple utilización que se da a la misma, para tomarlos en cuenta en fabulas y moralejas, sea para darles la nobleza de un arrogante rey o simplemente para que conquisten con su supuesta seducción a una enamorada princesa. Porque, aunque no intentemos hacer inútiles discriminaciones, en una cosa sí vamos a coincidir, y es que los sapos, verdes o de cualquier color, son ante todo unos animalitos muy feos, que debido a la consistencia resbalosa de su epidermis, nos producirían un muy intenso recelo si tratamos de tomarlos con las manos.

Ahora que ya consulté el Internet, he descubierto que a más de lo que ya sabía (o sea, que la rana no era la hembra del sapo), que hay unas pocas diferencias que permiten diferenciar a los dos tipos de batracios: las ranas son más pequeñas, tienen los ojos saltones y pronunciados, sus miembros posteriores son más largos (lo que sirven en ciertas mesas son “ancas de rana”, y es comprensible que no sean “ancas de sapo”). Las ranas tienen la piel brillante y resbalosa; y eso de tener la piel rugosa es una de las características con que generalmente se puede identificar a los sapos. Esto sería, en cuanto a su apariencia, lo principal, si se los quiere diferenciar; pero no exime del riesgo de confundir con una rana lo que era realmente un sapo.

El calificativo de “pendejo” (con perdón) es utilizado en ciertos lugares de Sudamérica con una connotación distinta a la usada en el Ecuador; no se lo usa para designar a una persona carente de sagacidad o perspicacia; sino por el contrario, para identificar a quien hace uso de sus recursos y abusa con malicia de la confianza o ingenuidad ajena. Por eso, cuando en el Perú se quiere decir que un individuo es un “sapo vivo”, se dice simplemente que es un pendejo. Es por eso que allá, a nuestros pendejos los llaman “cojudos”, y (sospecho yo) que a nuestros “cojudos” ni siquiera se dignan en tomarlos en cuenta…

Si algo me resultaba apasionante, mientras fui niño, fue justamente el curioso proceso de crecimiento que tienen los batracios, la llamada “metamorfosis”, que consiste en una continua transformación hasta que consiguen su apariencia definitiva. Recuerdo que, en lo que por muchos años fueron unos terrenos irregulares y abandonados, ubicados frente a la antigua Escuela de Ingenieros, donde hoy hay una calle llamada Santa Prisca, había un pequeño estanque en donde pululaban una infinidad de inquietos renacuajos (“guilli-guillis” se los llamaba, con un término que intuyo que viene del quichua), que podían ser fácilmente confundidos con diminutos pececitos. Y, prontos ya a convertirse en ranas adultas, empezaban a exhibir unos incipientes miembros y un color más oscuro, justo antes de optar por desaparecerse por completo. Porque vimos por ahí muchísimos renacuajos, pero nunca los vimos ya convertidos en ranas o sapos, como si ahí se hubiese terminado de golpe el proceso de su crecimiento.

Pienso en sapos, ranas y renacuajos mientras realizo mis ajetreos itinerantes, mientras cumplo con la rutina de mis actividades peripatéticas. Entonces pienso en las peripatéticas caminatas de mis profesores después del almuerzo y en el filósofo de la antigüedad que dio origen a este término que también consulto en la red. Porque el Internet puede abrirnos paso a callejones inesperados; y con solo consultar acerca de los sapos, uno puede caer en las escuelas clásicas de la filosofía, como la de los llamados “peripatéticos”. Y éste era justamente el apodo con el que se conocía al más genial de los sabios griegos; quien nunca había sido considerado uno de “los siete sabios de la Grecia”; él había inventado un sistema filosófico independiente, había sido discípulo de otro filósofo llamado Aristocles, a quien por tener los hombros anchos, se lo conocía como Platón. Su nombre era Aristóteles. Su influencia sigue vigente, a pesar de que han pasado más de veinte siglos. El enseñó conceptos que siguen siendo fundamentales. Estaba empeñado en que los ciudadanos sean hombres de bien y no sean ni unos “sapos vivos”, ni unos pobres pe... ripatéticos!

Denver, 30 de Junio de 2011
Share/Bookmark

1 comentario:

  1. El renacuajo tiene en el Ecuador diferentes nombres depende de la region o ciudad
    Quito: guilli guilli
    Riobamba: Timbul
    Cuenca: Shucshi
    Loja:Jimbirico

    ResponderBorrar