25 noviembre 2011

A punto de caramelo

Las comisuras de sus labios curvaban hacia abajo otorgándole uno como rictus perenne de melancolía; mas, cuando abría la boca su rostro adquiría una rara intensidad, como que todos aquellos músculos faciales, no solo sus restantes facciones personales, coincidirían en un concertado acuerdo para servir de bóveda a la explosión contagiosa de su sonrisa. Porque nuestro amigo Caramelo era así, un individuo alegre, ocurrido y vivaz, que no podía dejar de buscarle el humor a las cosas serias de la vida y que no concebía una vida en la que no se pudiera reír, o procurar que los demás terminaran compartiendo su alegría.

Había venido a la vida ya con esa extraña fiebre que se convierte en la vocación de los aviadores, aunque - de acuerdo a su propia confesión – él hubiera preferido convertirse en torero y tomar la alternativa. Pero, pronto había advertido que su catadura no sustentaba la esbeltez que demandaban los ajetreos a los que había que enfrentarse en el ruedo. Además, como solía repetir, haberse convertido en aviador le había otorgado una licencia para poder manejar cualquier vehículo que se desplazara por la tierra. Sacando la cartera del bolsillo trasero del pantalón, exhibía una arrugada credencial de piloto donde se leía “Mono – Multi – Tierra”. “Tierra… carro, pues cholito!” decía…

Ese sábado vino a verme en el hangar. Mis vuelos ya habían terminado y quería llevarme a tomar “una sola” cerveza en el pueblo de Shell Mera. Esa vez quería conversar de una importante decisión que habría de tomar en su vida afectiva. Como era un humorista genial, nunca se sabía si era en serio o en broma lo que decía. Aunque, él no era propiamente un embromador, era un individuo especial que tenía esa rara habilidad de encontrar el sesgo cómico que tienen las cosas serias, y aun hasta las cosas trágicas que tiene la vida. Vino, digo, a invitarme a tomar “solo una cerveza”, para bautizar con su humor la decisión que ya había tomado, la de asumir la ceremonia más seria a que los hombres pueden comprometerse en la vida.

Fuimos a esa cantina – “la mejor” que podía haber en el pueblo – y, como buena cantina que era, ofrecía una tentadora fritada y una refrescante y rica cerveza, muy fría, “demasiado” fría. En el fondo del local sonaba una Wurlitzer, repartiendo ésa su música característica, que no podía ser sino, claro… “música de cantina”! Esa única cerveza se habría de convertir en la primera de una tarde que terminó para nosotros cuando ya no quisieron vendernos una cerveza más en aquella esquina. Fue ésa, la misma tarde que nunca imaginé que sería la de nuestra última despedida…

“Desde cuándo te dicen Caramelo?”, le pregunté. “A qué te refieres?”, me contestó. “Si Caramelo es mi nombre de pila!”. “Eso de Fernando es solo mi alias” continuó. “Siempre fui Caramelo; y, como todo caramelo, cuando vine al mundo ya vine así, y solo tuvieron que quitarme la envoltura!”… Como sucede siempre que se bromea sobre las cosas serias de la vida, el coloquio siguió entre chiste y chiste; y yo me quedé con la curiosidad del origen del apodo de ese hombre ocurrido que parecía ser el epítome de la distensión, la chanza y la burla fina. “Si prefieres - me dijo - Caramelo es algo así como un seudónimo”. “Así está registrado en mi partida de nacimiento, pero no sé porqué no dice también así en mi cédula de ciudadanía…”

No pude saber entonces si el suyo era un sobrenombre de corta data. O, si el apodo fue concebido por sus amigos de barrio o de colegio; o si los autores de endilgarle el adjetivo fueron los aviadores, sus recientes compañeros; o si el remoquete le habrían asignado ya en su propia familia. “Tampoco es un seudónimo propiamente dicho”, me comentó. “Si prefieres, es una especie de acrónimo que refleja en parte mi personalidad y algo de los episodios cómicos que me han sucedido en la vida”. “Sí - me dijo - es una palabra inventada como es esa de avión, que es una palabra que no existía cuando los aviones no existían todavía”…

Hoy recuerdo mis entretenidos coloquios con ese amigo ingenioso a quien conocimos en nuestros tiempos de Oriente como Caramelo. Sobre todo aquel último encuentro que tuvo algo de premonitorio, encuentro que siempre recordaré como si hubiese sido una cita postrera de despedida. Fue ésa una época triste e incierta; los accidentes eran frecuentes y no se sabía si uno terminaría también involucrado en una de esas tragedias que parecían estar acechándonos a la vuelta de la esquina! Consecuencia? Casualidad? Destino? Nunca como entonces nos habría parecido que la vida podía ser tan fugaz, que la existencia podía ser tan relativa…

Así, recordando al querido Caramelo, encuentro que “alias” quiere decir “otro”; que viene de una frase latina: “alia nomine cognitu”, que quiere decir “conocido por otro nombre”. Similar a lo que se conoce en inglés como “aka” (“also known as”) y que se ha convertido en tan popular entre las personas más conocidas por el público (aquellas que llaman “celebridades”), que podría decirse que pocas de ellas conservan todavía su nombre de pila. El seudónimo, ha servido para que ciertas personas pudieran ocultarse detrás de un nombre ficticio; sea porque quisieron ser conocidas por un nombre diferente, por motivaciones de carácter estético o, como ha sucedido en muchos casos, sin una razón aparente. Esto ha sido frecuente también entre los escritores. Muestras al canto: Azorín, Mistral, Neruda, Voltaire, Mark Twain o Valle-Inclán.

Fue en esa conversación con el inolvidable Caramelo que descubrí que la palabra que definía al aparato que volábamos era solo un acrónimo. “Avión, es una palabra creada con las siglas de su definición o concepto”, me explicó, mientras con gesto característico se acomodaba, con el índice, los anteojos que se le resbalaban sobre el puente de la nariz. En efecto, el término “avión” solo quiere decir “aparato volador imitador del ave natural” (“appareil volante imitant l’oiseau naturel”, en francés). Avión es un término que se atribuye a un ilustre francés, precursor de la aviación, conocido como Clément Ader. Desconozco si su nombre estuvo también inspirado en un acrónimo. Eso se me olvidó de preguntarle a ese infante terrible, el incorregible Caramelo!

Blue Mountains, Australia, 25 de noviembre de 2011
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