14 noviembre 2011

Vientos zigzagueantes (3)

Sería necio aspirar a que la construcción del nuevo aeropuerto capitalino tuviese las características de los que se han construido en el último cuarto de siglo en otros países con mejor capacidad económica, y con mayor densidad de tránsito de pasajeros. Este es el caso de aeropuertos alrededor del mundo como los de Osaka, Seúl, Hong Kong, Shangai y Kuala Lumpur; y aun de muchos otros que se ha preferido no reubicarlos, pero que han merecido una completa remodelación y renovación de sus terminales aéreos, como es el caso de Barajas en Madrid.

El concepto del terminal aéreo moderno parece estar completamente definido, como podría estarlo el de un edificio para realizar espectáculos deportivos o -guardando las distancias- la estructura arquitectónica de una catedral. Se trata del concepto de una nave única, con amplia y generosa asignación de espacios, con un número considerable de pabellones, o islas, donde se han de ubicar los mostradores de atención a los pasajeros, con amplios espacios y áreas donde pueden esperar los familiares y amigos que han venido a acompañar a tales usuarios. Nada tan inconveniente como lo que actualmente sucede en la sala de ingreso del terminal internacional de Quito, donde los padres no pueden acompañar a sus hijos en el proceso de registro en los mostradores, porque si no tienen un boleto de viaje no pueden acceder al terminal internacional…

De lo que se observa en las informaciones de prensa y documentos de promoción del terminal del aeropuerto de Puembo, puede observarse que no se han tomado en cuenta estas características de diseño. No hay el concepto esperado de una nave única; lo que se refleja es la existencia de dos edificios adosados, como que la parte exterior sería ya una extensión de la obra original. Al recorrer y revisar los comentarios de las páginas electrónicas que ya se han encargado del nuevo aeropuerto, puedo recoger esta válida inquietud; la impresión de quienes se han interesado en la obra es que sería un terminal caracterizado por su pequeñez.

Un terminal aéreo es una forma de promoción de la ciudad; es en cierto modo un ícono y trata de convertirse en un monumento emblemático para la urbe a la que presta sus servicios. Sabido es que, así como las ciudades están empeñadas en promocionar a sus aeropuertos, éstos deben servir para estimular el desarrollo, turismo y crecimiento económico de las ciudades a las que pertenecen. Esto es muy importante, además de su función primordial: la de servir de instrumento de recepción y distribución de pasajeros y carga, con agilidad, eficiencia y seguridad; elementos cuya ausencia satisfactoria es justamente el motivo que ha impulsado el proyecto de construcción del nuevo aeropuerto capitalino.

A pesar de las evidentes falencias del actual terminal del aeropuerto de Quito, producidas por su ubicación y las limitaciones de su espacio, éste tiene ya casi 30.000 metros cuadrados de extensión y atiende en la actualidad a cuatro millones y medio de pasajeros anuales. El nuevo terminal tendría una extensión de 38.000 metros y está proyectado para una capacidad de solo cinco millones de pasajeros. Si hemos de coincidir en que el actual terminal no tiene espacio suficiente y que su capacidad es asimismo inadecuada para manejar un número casi idéntico de pasajeros, no podemos sino concluir que la proyectada construcción va a resultar como una más de todas esas obras que emprendemos sin tomar en cuenta ni el crecimiento de la ciudad ni sus futuras necesidades.

Otro asunto que no ha sido considerado debidamente es la construcción de áreas cubiertas para estacionamiento. Ésta es una necesidad indispensable en un terminal moderno, no solo para ofrecer comodidad y versatilidad a los usuarios; sino porque su carencia generaría problemas conflictivos de agilidad en el tránsito vehicular en la zona adyacente al terminal, asunto que se quiere justamente evitar con la construcción de un nuevo edificio terminal. Es incomprensible e inadmisible que no se hayan considerado estos aspectos cuando se trató de las características mínimas de comodidad que debía poseer el nuevo aeropuerto, las mismas que para procurar su funcionalidad son exigidas en la construcción de los nuevos terminales en el mundo moderno.

Por ello que no podemos tener sino escepticismo cuando se habla de “tecnología de punta” al hablar de los conceptos de diseño y funcionalidad del aeropuerto a estrenarse, que -como se anticipa- empezaría a operar hacia fines del próximo año. Lamentablemente es ya muy tarde para cambiar el concepto fundamental si la obra civil (su estructura física) está ya por concluirse. Mi preocupación no apunta a criticar lo que pudo haberse hecho en mejor forma -en algunos casos ya no hay nada que pueda hacerse-, solo intenta ofrecer una óptica más realista para que no se produzca una lamentable desilusión; y para que, de ser el caso, se propicien los correctivos que lo tornarían en más adecuado y eficiente.

He dejado para el último la inquietud que todavía rodea a la construcción del aeropuerto de Quito: la carencia de una vía de acceso que convierta al factor de movilización, y por lo mismo a la transportación, en una ventaja y no en un lamentable inconveniente. Es de interés general que el concepto de esta obra complementaria y esencial no se caracterice por idéntica tónica; y encontremos que la cicatería de ideas y de espacios habría convertido al nuevo aeropuerto en un servicio alejado de las ansiadas características que exige la modernidad.

Es de esperar que la longitud de pista no se convierta en una restricción para los proyectos de desplazamiento hacia destinos alejados; y que el más serio defecto que el terminal tiene (la ausencia de suficientes puentes de embarque), sea un asunto que pueda ser todavía revisado y pueda ser corregido con oportunidad.

Sydney, 14 de noviembre de 2011
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