13 noviembre 2011

Vientos zigzagueantes (1)

Hace unas pocas semanas, y en forma casual, tuve oportunidad de conocer al alcalde de Quito. Mientras coincidíamos en nuestra visita a la Ciudad Prohibida de los emperadores chinos en Beijing, la conversación convergió hacia una encrucijada inevitable: el progreso de la construcción del nuevo aeropuerto capitalino. El personero municipal respondió a mis inquietudes con gentileza y generosidad; y al caer en cuenta de mi interés en el estado de las obras y sus implicaciones, me inquirió acerca de mi criterio técnico…

Son dieciséis años desde que dejé de volar en el Ecuador como piloto de una aerolínea nacional, función que había desempeñado por un lapso acumulado de veinte años antes de salir del país; le mencioné al alcalde que por el momento carecía de elementos de juicio para darle una opinión con conocimiento de causa, pero que me interesaría acceder a cierta información que me permitiera darle un punto de vista objetivo y útil para que él, a su vez, pudiera respaldar las características del importante proyecto. Le comenté de mi preocupación porque se habría manejado el tema con una tónica de carácter más bien político.

Si hay un problema que se ha mantenido desde siempre en la aviación nacional ha sido justamente ese como secretismo, no exento de mezquindad y prejuicios, que se ha utilizado cuando se han manejado los temas técnicos, relacionados con las obras de infraestructura y con los factores operacionales en que estaba interesada e involucrada la autoridad aeronáutica. En los veinticinco años que trabajé en el país como aviador civil, no recuerdo de una sola instancia en que la Dirección de Aviación Civil hubiera solicitado la participación de algún piloto profesional, sea para revisar un determinado procedimiento, o para recomendar cambios y mejoras, o para sugerir alternativas en los asuntos operacionales.

Es probable que tal forma de subestimación o desdén profesional haya resultado improductiva y contraproducente para los propios objetivos de la autoridad, pero ello fue siempre comprensible; tanto porque los pilotos militares, que fungieron como sus personeros, menospreciaron la capacidad y experiencia de su contraparte civil, cuanto porque desde afuera siempre nos dio la impresión que los responsables en desempeñar funciones en esa entidad, estaban persuadidos de no tener necesidad de consultar a los estamentos profesionales. Insisto: nunca tuve conocimiento, ni como piloto ni como dirigente gremial, que la DAC hubiera propiciado una consulta o animado un encuentro profesional a efecto de respaldar sus decisiones con el criterio de los pilotos de aerolínea.

Esta insólita e improductiva forma de comportamiento tiene, en cierto modo, caracteres generales en las instituciones nacionales. Existe una forma de prurito por prescindir de opiniones que pudieran ser distintas; además hay una actitud obcecada por continuar con los planes originales que se habrían previsto, para luego ir buscando justificaciones para satisfacer los cuestionamientos. Así, las buenas intenciones terminan resultando más costosas y las obras que se realizan, o las enmiendas que se implementan, terminan por no cumplir las esperadas expectativas. De este modo, las obras que se construyen resultan insuficientes, castigadas por presupuestos exagerados y bastante inadecuadas…

Esto es lo que creo que ha sucedido nuevamente con respecto a la construcción del aeropuerto capitalino. La única diferencia es que habría cambiado el nombre de la institución que debía responsabilizarse de la obra y en lugar de la DAC ha pasado a encargarse de su construcción y administración al Cabildo de la ciudad. Como, además era una decisión que debía implementarse con carácter político, lo que primó fue la voluntad de llevar adelante el proyecto, sin analizarse en forma exhaustiva, ni sus reales necesidades ni las opciones más convenientes.

Treinta años atrás, la construcción del nuevo aeropuerto en la planicie ubicada al norte de Puembo era ya una decisión tomada; lo único que parecía entonces importar era encontrar argumentos de respaldo para apuntalar dicha decisión. Pero, asimismo, ya entonces pudo haberse considerado la reorientación de la pista del aeropuerto actual para propiciar su extensión, dentro de un proyecto que habría “sacado a la ciudad del aeropuerto”, en lugar de “sacar al aeropuerto de la ciudad”. Al no haberse procedido en ese sentido, porque la decisión de construir un nuevo aeropuerto estuvo -con anterioridad a los mismos estudios- ya tomada, pasó a sostenerse que se lo debía construir a como de lugar…

Al revisar en forma somera la información técnica que es ya pública, y que está proporcionada tanto por CORPAQ como por QUIPORT, puede comprobarse con mucha pena que lo que se está construyendo es un terminal con características muy limitadas: a duras penas mejora en un veinte por ciento la capacidad del actual terminal del aeropuerto capitalino! Un terminal de ese tamaño con solo seis mangas o puentes de embarque no puede abastecer las necesidades de un terminal internacional de una ciudad con el crecimiento que tiene Quito. No es aceptable que en un terminal internacional se dependa en un setenta y cinco por ciento de plataformas remotas (veinte); y que solo un veinticinco por ciento del tránsito que utiliza el terminal sea abastecido con plataformas conectadas (seis).

Es una pena, pero tengo la desagradable sensación que se está construyendo un terminal que no tiene las características que se reclaman y que se requieren para las reales necesidades de Quito. Lo que se está construyendo es un terminal para un aeropuerto regional; esta obra nada tiene de “internacional”. El apuro nos ha hecho caer nuevamente en la mezquindad. Con la extensión adecuada de la pista de aterrizaje parece que habría sucedido algo parecido… Volveremos con más!

Sydney, 13 de noviembre de 2011
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