29 julio 2012

Alianzagedón?

"... el Estado de Derecho… conlleva la existencia de ciertos preceptos básicos como la seguridad jurídica, la separación de los poderes, la independencia judicial, el principio de legalidad, las garantías del debido proceso, la tipicidad penal, la irretroactividad de las leyes”. Orlando Alcívar, El Universo, 27 julio de 2012.

Cuando leo titulares que encierran preocupaciones como las contenidas en las anteriores frases, me dejo influenciar por el recelo, si no por la suspicacia, de que quizá asistimos a un oscuro proceso que tarde o temprano va a llevarnos a una situación conflictiva y profundamente antagónica y controversial. Resulta difícil hacer un análisis de la realidad nacional y no dejarse influir por una espina de desconfianza. A veces me pregunto si esas -en apariencia- locas y premeditadas iniciativas, no responden a un libreto preconcebido que nos llevará a un grave enfrentamiento provocado por la necedad de los poseedores de la única verdad…

Armagedón es una palabra hebrea que, de acuerdo con el libro del Apocalipsis, en la Biblia, consiste en el lugar de la batalla que se dará en el fin del mundo. Dice la Wikipedia, que “el término puede ser considerado con un sentido simbólico o literal”; y que “es también usado en sentido genérico para referirse al fin del los tiempos”. La alocución contiene entonces un sentido premonitorio; a más de un claro carácter ominoso y envuelto en destrucción, tribulaciones y catástrofes de todo tipo. Ahí, en Armagedón, “la bestia (Satanás) será arrojada al lago de fuego y condenada a la profundidad de los abismos, por los siglos de los siglos”.

No pretendo hacer aquí una exposición basada en la escatología (el estudio de las probables últimas realidades); es decir una relación de asuntos emparentados con los convencimientos y creencias que todos podamos tener -o no- respecto a asuntos como el más allá, la vida después de la muerte, el cielo o el infierno. Lo importante es que Armagedón (o Armagedon) sería un campo de batalla donde tendrían que enfrentarse las fuerzas antagónicas del bien y del mal. En la paleta de colores relatada por el libro bíblico, la batalla se daría en un dualismo entre el bien contra el mal: una dicotomía cromática entre blanco contra negro. En esencia, se trataría de un enfrentamiento excluyente, definitivo y maniqueo.

Yo mismo he estado más de una vez en el hipotético Armagedón -está ubicado en una campiña cercana al mar de Galilea, llamada Megido-, y me cuesta imaginar que ese hermoso lugar, donde florecen generosos los naranjos y abundan los olivares, se ha de convertir un día en escenario apocalíptico. Por eso, cuando regreso a ver a la distancia a mi querido país, también se me hace difícil dejar de vislumbrar como “los buenos” y “los malos” puedan estarse preparando para una batalla definitiva, alejada de acuerdos y compromisos. Una necia batalla signada por la obsesión parroquiana, animada por el más sórdido y prosaico sectarismo.

La madurez nos va enseñando que no todo es blanco y negro en la vida, que no todo es inexorablemente malo o indefectiblemente bueno. Hay ahí un hermoso y amplio arco iris de diversos colores, donde casi siempre los menos atractivos son el blanco y el negro… La verdadera “participación ciudadana” se ha de concretar cuando reconozcamos que hace falta el respeto hacia la deseada diversidad, para poder aspirar a esa plenitud política en que consiste el “estado de derecho”. Ver la realidad política con una visión sesgada no solo es absurdo y ridículo, sino sobre todo improductivo. Y esa es justamente la responsable tarea y el reto que les corresponde a nuestros líderes: comprender, e invitarnos a creer, que todavía son posibles los acuerdos y que todavía son factibles los compromisos.

De esto ha de depender que convirtamos a Armagedón en un escenario expuesto a la destrucción y a la desgracia; o en que lo imaginemos como uno destinado para que podamos contemplar una tierra pródiga en realizaciones, generosa en la cosecha, y abierta a la posibilidad de nuevos y más auspiciosos cultivos… ¿Será que podemos todavía soñar con la diversidad, o que ya no hay regreso en aquella pendiente vertiginosa y pronunciada que identifica al tobogán del sectarismo?

Neu-Isenburg, julio 28 de 2012
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