04 julio 2012

A ritmo de barbero

Hay un verbo que usan mucho los de habla inglesa y que viene de una palabra latina: quiere decir posponer, diferir, retrasar o aplazar. Lo que no me explico es porqué, siendo el castellano una lengua latina, nosotros no lo utilizamos con la misma asiduidad; me refiero al verbo “procrastinar”. La verdad que, no solo que no se lo usa -ni como verbo, ni como sustantivo-, sino que muchas personas no lo han oído nunca o sugieren que ni siquiera es una palabra reconocida en nuestro idioma. Mas, la verdad sea dicha, en inglés se la utiliza con frecuencia cuando se trata de “dejar para mañana lo que podríamos haber hecho hoy”.

Yo mismo, que quizá fui educado con una mentalidad escolástica, con visos de puritana, no pude abstraerme siendo niño a aquello de “cuidado con dejar los deberes y asuntos importantes para el final”. Sospecho que aquello que yo llamo mis tendencias “obsesivas-compulsivas” no es sino un rezago y herencia de esa formación que me impedía dedicarme a las cosas que podían producirme placer inmediato, para más bien satisfacer con prioridad el cumplimiento de mis tareas y asignaturas. De ahí que no pude esconder mi incrédula sonrisa cuando un día descubrí el moto del más amigable barbero que conocí entre los artesanos de Asia: “Aquí hacemos nuestro trabajo con rapidez, sin importar el tiempo que nos tome” (“We do our job fast, no matter how long it takes”).

En un oficio como el mío, en el que los asuntos anormales o no rutinarios que no son oportunamente atendidos pueden degenerar en gravísimas emergencias, uno aprende que no solo debe reconocer y discriminar la prelación en las tareas, sino que existen muchas circunstancias que ameritan una inmediata reacción. Aquí no valen las dilaciones o postergaciones, se trata de reconocer los riesgos y peligros, y actuar con eficiencia y celeridad. No está permitido dejar la atención de los asuntos críticos para más tarde; no nos está permitido procrastinar.

Pero la vida no es una continua emergencia, no es una permanente decisión crítica o un fuego inminente que se tiene que apagar. La vida normal es algo muy diferente a la evacuación inmediata que se tiene que comandar o ejecutar. En la práctica, hay muchos asuntos de la vida que obtienen un mucho mejor resultado si nos tomamos un tiempo para estudiar una estrategia y tomar una resolución. Cómo no hubiéramos querido, cuando cometemos un costoso error, habernos podido tomar todo el tiempo del mundo para optar por una alternativa con la que hubiéramos acertado, y no lamentar luego que nos tuvimos que atolondrar.

Sin embargo, algo de esa educación que recibimos se interpone para hacernos ruborizar cuando debemos reconocer que hemos aplazado la resolución de los asuntos y el cumplimiento oportuno de nuestras tareas; y nos negamos a reconocer que al igual que esos tenistas que esperan hasta el último segundo para responder con un golpe genial, o el del delantero que define con maestría sin tenerse que apurar, nuestras mejores realizaciones también las conseguimos cuando no dejamos que nadie caiga en cuenta que nos tuvimos que apresurar.

Sí, porque no hay nada que asome más “fresco” y profesional a los ojos de los demás que el hacer lo que más importancia tiene, sin que nadie se percate que le asignábamos una importante dosis de celeridad y urgencia; cuando nos decimos a nosotros mismos “despacio, que estoy apurado”. O, lo que definía la noble labor de mi olvidado barbero: saber escoger primero las cosas importantes; y tomada esa decisión suprema, hacerlo con conciencia, y sin apresurarse hasta el final.

Gatwick, 4 de julio de 2012
Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario