21 julio 2012

Falacias de la globalización

Se supone que el mundo se ha hecho cada vez más fácil de conocerse y que las naciones se han hecho más expeditas para que los hombres logren comunicarse. En la práctica, esto no siempre resulta cierto; basta observar las interminables filas que todavía pueden hallarse en las embajadas y consulados alrededor del mundo, basta comprobar el tortuoso trámite que deben satisfacer los pasajeros en las dependencias de inmigración y aduana de los aeropuertos internacionales, para comprobar cómo la discriminación y el trato que no se compadece con la dignidad de las personas, prevalecen aún en muchos países, donde parecería que el concepto de la globalización solo tiene relación con los asuntos comerciales, pero jamás con el tratamiento que deben merecer los seres humanos.

Quién no ha sido testigo de los dramas íntimos que a menudo se exhiben en esas instancias y dependencias internacionales? Quién ha podido abstraerse a la actitud discriminatoria, e incluso vejatoria, que se observa en muchas partes? Y esto para no mencionar todas aquellas situaciones personales que se observan, que se sabe que afectan no solo el bienestar y a la seguridad de las personas, sino que inciden en asuntos como la salud de los seres queridos, las tragedias familiares, los factores relacionados con la estabilidad laboral y económica, el sentido familiar y hasta los asuntos afectivos de la gente. Cuán triste es observar en embajadas y consulados el sentido de frustración, la sensación de impotencia, la desesperación que sienten los viajeros frente a lo inesperado e incierto.

Y todo, esto sin contar con los procedimientos prohibitivos, los trámites lentos y absurdos, los requisitos innecesarios e interminables. Hoy, que se supone que el mundo se ha globalizado y tecnificado, parecería que la burocracia insiste en encontrar nuevas formas de proscripción para hacer cada vez más dificultosos los procedimientos. Es esta una suerte de “revancha de Montezuma”, con la que los funcionarios tratan de desquitarse de los ordenadores que han venido quizá a simplificar, pero también a afectar la estabilidad de su trabajo. De esta manera una ilusión familiar se convierte en vía crucis; la posibilidad de acceder a una oferta de empleo en el exterior o de acceder a tratamiento médico especial, se convierten en tareas ahítas de complicaciones e inconvenientes inobjetables.

Hoy por hoy, las reglas internacionales hacen imposible acceder a visados para terceros países si el solicitante no se encuentra en su país de residencia. Si una persona se encuentra en Inglaterra, por ejemplo, y desea movilizarse a otro país de la comunidad europea, tiene que volverse a América para procesar su visado por medio de la oficina diplomática del estado en el cual se encuentra el primer puerto de arribo. No importan los atenuantes; ni nadie quiere saber nada acerca de las circunstancias emergentes o especiales; y menos aún de situaciones de calamidad doméstica o de fuerza mayor. No importan los dramas personales. Lo que parece preponderante es el cumplimiento descarnado de la regulación.

Es cuando se reflexiona en esa irrazonable entelequia en que se han convertido conceptos como frontera, nación y estado; y se hace inevitable averiguar a cuenta de qué se han creado estas incomprensibles barreras en las relaciones libres que quieren tener los hombres. Para añadir insulto a la herida, las oficinas consulares han subcontratado sus servicios de distribución de citas. Con ello, a más de haber alargado y complicado el proceso, han impuesto una odiosa cortina entre los usuarios y los funcionarios encargados. Este paso genera enormes limitaciones para los solicitantes de visado de bajos recursos o para quienes no cuentan con un ordenador o impresora cuando se ven obligados a utilizar tales servicios.

No deja de llamar la atención, la grosera falta de reciprocidad que se observa entre los países de niveles culturales y económicos distintos; pues los que provienen de los llamados “en vías de desarrollo”, o con un menor nivel de bienestar económico, no reciben en las dependencias de los países extranjeros aquellas mismas atenciones y trato preferencial que sus propios países otorgan a los ciudadanos de esas otras nacionalidades. Es preciso que, por medio de nuevos y más coherentes acuerdos internacionales, se vayan encontrando formas menos restrictivas y más eficientes, para así conseguir que todos los individuos puedan satisfacer el responsable ejercicio de sus libertades de viaje.

Quito, 12 de julio de 2012

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