27 julio 2012

Un Bolívar aindiado…

Hace pocos días, con motivo de un nuevo aniversario del natalicio del Libertador, se develó en su ciudad natal, una imagen computarizada y en tercera dimensión, del rostro que se pretende que habría tenido en la realidad nuestro héroe de la independencia americana, cuyo nombre completo había sido Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios Ponte y Blanco -vaya nombrecito para aristocrático!-. A este ilustre venezolano el mundo habría de conocer para la posteridad, con el sencillo y familiar nombre de Simón Bolívar.

Aquella novedosa y sugestiva imagen, que no puede ser sino aproximada y artificial, parecería obedecer al cumplimiento de un no muy claro objetivo: el de presentar un rostro americanizado, un tanto guajiro y aindiado del héroe de la independencia. Entonces, la pregunta que tenemos que hacernos surge espontánea: ¿qué se obtiene con esta burda e innecesaria falsificación? ¿Cuál es el problema de presentar a Bolívar como lo que realmente fue, como un hombre acomodado y descendiente directo, por ambas vías, de encumbradas familias de raigambre española, que inclusive habían reclamado títulos de nobleza, títulos que habrían sido negociados mucho antes de su nacimiento?

Esta flamante descripción retratada de Bolívar, poseedor de pómulos abultados, boca prominente, nariz gruesa, cabello hirsuto y mirada estrábica, no guarda relación con la poseedora de una frente alta y progresiva, cuencas profundas y de ojos hundidos, nariz de corte aguileño, mentón fino y prominente; y tampoco con aquel semblante altivo y mirada impávida, que en nuestros textos escolares, y aun en el papel moneda que alguna vez tuvimos, exhibía su rostro europeo. ¿Para qué entonces presentar un Simón Bolívar adulterado, con una apostura rústica y amerindia, ajena a la auténtica figura que, en vida, con seguridad le caracterizó?

Bolívar provenía de una familia de ascendencia vasca, que probablemente escribía su apellido con dos be labiales (Bolíbar viene del vascuence “bolu”, que quiere decir molino; y de “ibar”, que significa valle: “Valle del molino”). Y podría decirse que su linaje pertenecía a una rama aristocrática que, llegada a América, había sido favorecida con la posesión de tierras y la asignación de encomiendas. El importante peculio de los Bolívar habría sido apuntalado con la explotación de extensas plantaciones azucareras y de prominentes industrias mineras. No debe olvidarse que durante la colonia, todas esas actividades estuvieron sustentadas en la mano de obra no remunerada y en la todavía vigente esclavitud…

El cuestionable esfuerzo por presentar a Bolívar con una imagen autóctona no es sino un contrasentido; en cierto modo, resta valor a las virtudes del caraqueño que justamente deriva su mérito de que luchó por la independencia, a pesar de su acomodada y privilegiada condición. Dada la circunstancia de su prematura orfandad, Bolívar había tenido preceptores, nada menos que de la talla de un Simón Rodríguez o de un Andrés Bello; y muy temprano había ido a educarse en el Viejo Continente. Claramente era un miembro de la aristocracia criolla; y además un representante de una sociedad pródiga en toda clase de recursos.

Cuando Bolívar regresa de Europa, ya es un joven convencido de la necesidad de luchar por la pronta autodeterminación de los pueblos americanos. Sin embargo, esas luchas que él se animó a propiciar no eran lo que hoy se cree: unas guerras entre unos rebeldes nativos y unos explotadores españoles. La realidad es que esas batallas se dieron entre españoles, o entre descendientes de españoles, que tan solo se identificaban con diversas facciones. No hubo en esas contiendas un contenido de carácter racial. Por ello, decir que Bolívar era un mulato o que tenía facciones indígenas sería una innecesaria deformación de la realidad histórica.

El Libertador habría tenido entre treinta y dos y cuarenta y tres años mientras ejerció su liderazgo militar y político. Era un joven que se jactaba de tener “El espíritu de las leyes” de Montesquieu en su cabecera. Su temprana incursión en las logias de la francmasonería era también una costumbre que se daba en las familias de encopetada prosapia europea, como sucedió en los casos de George Washington, José de San Martín o de un Bernardo O’Higgins. Claramente no tenía rasgos aindiados o amerindios. No entendemos qué de vergonzante puede tener el que se reconozcan en él su verdadero semblante y real fisonomía como lo que fueron: los de un hombre poseedor de una catadura con claro talante ibérico.

Neu-Isenburg, 28 de julio de 2012
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