27 marzo 2013

La profecía que mira hacia atrás

La anterior es una frase que usó Flaubert para definir a la historia; la recuerda Vincent Cronin en su biografía de Napoleón Bonaparte. La lectura de ese relato me ha llevado a un recuerdo de niñez, cuando alguien me había obsequiado una pequeña colección de libros diminutos: se trataba de las semblanzas abreviadas de los grandes hombres de la historia. Una era, justamente, la de ese militar y estadista extraordinario, a quien no siempre el tiempo ha hecho justicia. Por qué? Quizá porque supo recortar los privilegios de unos pocos; o, quién sabe, si por la mezquindad ajena o por ese su confesado agnosticismo; o por aquello que todos ya conocemos: la historia casi siempre la escriben los triunfadores.

Es probable que ninguna personalidad histórica haya estado envuelta, como él, en el centro de sentimientos tan contradictorios y antagónicos; Napoleón, como toda figura fatídica, habría suscitado admiración y rechazo. Por ello ha de ser que Austerlitz -la victoria militar más formidable de la modernidad- y Waterloo -la derrota más inobjetable-, representen los epítomes del triunfo y del fracaso.

Napoleón había demostrado desde muy niño su energía y curiosidad; parece que desde temprano ya expresaba su espíritu pugnaz y se distinguía por su sentido del orden e impaciencia: era un perfeccionista. Como corso, provenía de una distinguida familia italiana, aunque los “Buonaparte” carecían de riquezas y de canonjías. En su personalidad estuvieron siempre impregnados los aspectos del carácter corso: el sentido del honor y de justicia, el coraje y el heroísmo.

Siempre fue precoz. Muy pronto tuvo que decidirse entre la vida religiosa y la milicia. Había dejado su casa a los nueve años para cursar sus estudios; y a los catorce fue admitido en la escuela militar. A los veinticuatro llegó a brigadier; a los veintiséis era ya general; y a los treinta lograba ser nombrado como director, en su afán de promover una nueva constitución para Francia. Luego, se coronó -él mismo- emperador a los treinta y cinco. El suyo era ya un imperio con una extensión que no se había conocido desde el de Roma: cubría media Europa.

Fue también un extraordinario estadista: el influjo de su código perdura hasta nuestros días. De sus intensas lecturas habría concluido que algo andaba mal en Francia: "campeaban la injusticia, la pobreza y la corrupción". Eran tiempos de un poder monárquico excesivo: era la época del “despotismo ilustrado”. Quiso propender a una forma de monarquía constitucional, basada en el pensamiento de Mirabeau, que favoreciese al pueblo: (“la monarquía limitada por la ley y la ley garantizada por la monarquía”); convencido de que “solo la moral consigue la libertad” y, también, que “es la ambición la que pervierte al patriotismo”.

Napoleón era más bien pequeño (medía un metro sesenta y seis centímetros); tenía las piernas gruesas, el pecho ancho y el mentón prominente. Se dice que su cuerpo carecía de proporciones y que sufría de hemorroides. Aunque frugal y de buena memoria, era impulsivo y exhibía una voluntad inflexible. Cuentan que dormía muy poco y que demostraba poseer un gran ojo para la topografía. Sin embargo, su gran pasión militar dedicó siempre a la artillería. Estaba persuadido que “la moderación es la base de la moral”. Como buen soldado francés, mostraba una gran aptitud física y un profundo horror a la vergüenza.

¿Cómo consiguió sus victorias como militar? Con disciplina, prohibiendo a sus hombres el saqueo, ascendiendo a los más valientes, cuidando de la unidad de mando; demostraba también un gran sentido de sorpresa para desmoralizar al enemigo. Cómo lo consiguió como político? Con un sentido de equidad y de justicia, que lo consagró en su Código Civil, y siempre haciéndose dos preguntas simples: primero, ¿es justo?; y, segundo ¿es útil? Esto no le impidió convertir a la república en una nueva monarquía al declararse emperador, con la venia de los franceses.

Padeció de un cáncer al estómago, igual que su padre, lo que le persuadió que ese era un mal hereditario. Murió solo, en una isla diminuta, repleta de ratas, a donde tuvo que ir a vivir los cinco últimos años de su vida: Santa Elena, una isla ubicada en medio de la nada, a 1700 kilómetros de África; ya olvidado, sin ilusión de vivir y sin descendencia. También falleció temprano: tenía solo cincuenta y dos años!

Riyadh, 27 de marzo de 2013
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25 marzo 2013

El objeto del sujeto

Con el sugestivo título de “¿Para quién escribo?”, Iván Sandoval del diario El Universo escribe un muy interesante artículo en días pasados. Iván es médico siquiatra por formación (desconozco si todavía ejerce esa profesión, la misma que siempre me pareció una de las manifestaciones más nobles que puede tener el altruismo); puedo decir que él pertenece a mi generación (era parte de una promoción dos años menor a la mía, mientras estuvimos en el colegio). Además, sospecho como posible que ambos pudimos haber recibido similares influencias. Siempre lo conocí, en esos años, como inteligente y poseedor de un alto sentido de dignidad personal; y, sobre todo, como un brillante estudiante.

Sandoval, refiriéndose a ciertos comentarios o críticas que habría recibido, dice que es imposible ser “objetivo”. Expresa que “ello solo es posible en las ciencias lógico-formales (las matemáticas) y a veces en las investigaciones de las ciencias fáctico-naturales”. Sin embargo, en el ánimo de entender los comentarios que habría recibido, sería importante primero entender el concepto o la definición de términos como objeto, objetivo y objetividad; y cotejar, además, con el uso que quiere dar al término nuestro uso coloquial, pues se me antoja que lo que la gente quiere expresar, cuando usa el calificativo de “objetivo”, es el claro sentido de “neutral”, de quien procura no dejarse influenciar por las ideas y propias preconcepciones que pudiesen ser, estas sí, tendenciosas y subjetivas.

Por eso debe ser justamente que el diccionario define “objetivo” como aquello que es: “perteneciente o relativo al objeto en sí mismo, con independencia de la propia manera de pensar o de sentir”; y también (y aquí está lo más interesante), como algo “desinteresado o desapasionado”.

¿Es posible, por lo mismo, ser “objetivo” cuando se habla o escribe? Es tal cosa realmente posible o, al menos, probable? De la primera de las definiciones se podría decir que no, que es muy difícil aislarse de las maneras propias de pensar y de sentir; en suma, de la propia formación y de nuestras propias e individuales influencias (y, por lo mismo, de lo que pasa a convertirse en el conjunto de nuestras preferencias). El mismo editorialista advierte, cuando comenta desde dónde escribe: (lo hago) dice, “desde mi condición de sujeto. Es decir, desde mi historia, conciencia de clase, posición sexuada, experiencia amorosa, profesión, ideología, saber, aficiones, intereses, creencias, síntomas neuróticos, traumas infantiles, frustraciones, satisfacciones, angustias, expectativas, etcétera”…

A esto habría que añadir la situación específica y actual del hombre como sujeto; de “sus circunstancias” a las que se refería Ortega y Gasset; a algo que, como la piel, es imposible de que el hombre pueda desprenderse. Pero, por otra parte, y aunque esto demande una enorme dosis de honestidad, siempre es factible no encerrarse en las tendencias, las convicciones, las ideas y -sobre todo- los prejuicios personales para así procurar no dejarse arrastrar por la pasión y el interés. A esto creo que se refiere la gente cuando dice que alguien es, o trata de ser, “objetivo”.

En términos ideales, la verdad (aquello que llamamos “verdad”) es una sola. Sin embargo, esta clasificación es solo una utopía, porque cada quien tiene su propia verdad (“cada cual es cada cual”, como dicen en la tierra). Y esto porque, como lo reconoce el propio Sandoval, tendemos a “leer el mundo desde nuestra propia subjetividad sin responsabilizarnos por ella, nos resulta más cómodo clasificar la realidad de manera dicotómica: bueno o malo, amigo o enemigo…”

Esta es quizá la parte más difícil del ejercicio de la escritura: la responsabilidad. Solo así podremos aspirar, asimismo, a que la lectura se convierta también en un ejercicio de la propia honestidad y madurez, en una opción por ser responsable. Este será el desafío, y la única manera de evitar que no se nos “objete”, o que nos convirtamos en el “objetivo” de cuestionamientos innecesarios. Y esto, a pesar de que justamente para eso se escribe, para expresar la propia individualidad…

Dubai, marzo 24 de 2013
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22 marzo 2013

Para volverse loco…

Leo en USA TODAY, el periódico americano, acerca del alarmante escalamiento que súbitamente ha cobrado la atroz enfermedad de Alzheimer y otras formas de demencia similares. El estudio advierte que la cantidad de afectados casi habrá de triplicarse hasta mediados del siglo y que hoy en día, solo en Estados Unidos, uno de cada tres ancianos muere “con” alguna forma de demencia. He entrecomillado “con”, pues es importante aclarar que todos esos fallecimientos no necesariamente se produjeron por causa “de” la espantosa enfermedad.

Produce alarma y estremecimiento conocer que en tan solo diez años la pavorosa enfermedad ha aumentado un 68 %, de acuerdo a uno de los grupos de defensa, encargados de mantener activa la conciencia respecto al Alzheimer. Esto es preocupante, sobre todo porque el progreso de otras formas de enfermedad -como el infarto, el ataque cerebral y el HIV/SIDA- en cambio se ha reducido notablemente. Hoy se considera que la demencia senil es el segundo factor contribuyente de mortandad, luego de las enfermedades coronarias.

La demencia es una enfermedad muy cruel y triste. Lo más grave es que consiste en una forma de padecimiento progresivo. Hasta aquí la ciencia no ha logrado detener su avance y, mucho menos, reconocer sus causas. No existe todavía, en la ciencia médica, ningún método para prevenir, detener o desacelerar los síntomas de la dolencia. Es más, y de acuerdo con el interesante estudio, una vez que estos síntomas se presentan es ya demasiado tarde. Las perturbaciones incluyen la alteración y pérdida de la memoria, la inhabilidad para planificar o para resolver problemas y el deterioro de la racionalidad. Más preocupante aún, si se entiende que las manifestaciones se presentan hasta veinte años antes de su diagnóstico.

Los resultados son sorprendentes y generan pánico. Y aunque el Alzheimer es todavía la sexta enfermedad con incidencia fatal en ese país norteamericano, es la única, hasta aquí, que no ha encontrado una vía o mecanismo efectivo para poder luchar contra su incidencia y propagación.

¿Siempre hubo demencia? Es probable que sí; pero solo en forma reciente se ha empezado a crear conciencia de la incidencia de la enfermedad. Es parecido a lo que sucedía hasta hace pocas décadas con el cáncer, cuando otros achaques incurables se los endilgaba finalmente a esa enfermedad. Además, se crea una enorme distorsión con el hecho de que muchos ancianos registran otros motivos como causa de muerte, cuando ya padecían indicios de la otra enfermedad.

A menudo se piensa que la demencia senil debe considerarse como una forma de locura, lo cual no es realmente exacto. Puede decirse que las locuras y otros trastornos mentales son formas de demencia, pero no precisamente que este tipo de demencia consista en una manifestación esquizofrénica. De todos modos, es lamentable ese carácter peyorativo con que se mira a esta forma de demencia, sin considerar que la temible dolencia nos espera a un gran porcentaje de los que hoy no percibimos sus efectos; o que, sin imaginárnoslo, ya la padecemos…

Va a hacer falta una vigorosa y continua campaña para enfrentarse con el Alzheimer y para insistir en las investigaciones que requiere la enfermedad. Lamentablemente, los estudios que se demandan exigen ingentes gastos y enormes procesos de financiamiento. Por ahora, las proyecciones no son alentadoras. Realmente, es para volverse loco!

Hong Kong, marzo 22 de 2013
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20 marzo 2013

La lista de los sueños

En días pasados hice una entrada un tanto atípica; ella se alejaba un tanto del formato que, hasta aquí, he tratado de mantener -era bastante larga y no estaba separada en párrafos independientes-. Se trataba de una lista de lugares, vistas, experiencias y circunstancias que, yo me imagino, el autor trataba de compendiar como imágenes que él más tarde ha de extrañar, cuando cruce aquél umbral que constituye el retiro definitivo como piloto. Luego de considerar la posibilidad de reeditarlo, decidí conservar y mantener su unidad. Me pareció sorprendente que gran parte de ese inventario, parecía un catálogo de las que habían sido mis propias experiencias en el ejercicio de este formidable oficio…

Ese es un balance que debo efectuar sin antes armarme de la más sincera de las modestias. Creo interpretar que el autor, que es anónimo, se debe haber iniciado como piloto militar y haber sido parte, él mismo, de una de las más reconocidas aerolíneas asiáticas que efectúan vuelos transoceánicos. Tengo que reconocer una curiosidad: el repertorio me recuerda una película americana protagonizada por Jack Nicholson y Morgan Freeman que, con el título de “The bucket list”, hace relación al catálogo de experiencias que se proponen en cumplir un par de amigos desahuciados antes de “estirar la pata” (en inglés, “to kick the bucket”).

Fue así como, aun a riesgo de que ese enorme padrón se convierta en la minuta de un exhaustivo testamento, decidí traducir y transmitir aquella nota. Como en cualquier actividad que tengamos, o cualquier situación que hayamos vivido en nuestra propia existencia, siempre habrá un listado de recuerdos preferenciales o de esos asuntos que creemos que todavía la vida nos ha de dar la oportunidad de probar, cuando llegue el momento…

“Kick the bucket” (patear el balde)… Qué expresión tan simple y, a la vez, cuán elocuente! No siempre caemos en cuenta que, la mayoría de veces, esas listas de asuntos, viajes y satisfacciones que queremos cumplir, las ponemos en un inventario que termina descartado en el balde de la basura, sea porque ya nos hemos olvidado de soñar o porque nos hemos dejado vencer por esa dama complaciente llamada “procrastinación”. Si bien se ve, procrastinar es un verbo difícil de conjugar, pero también es muy arduo sustraerse a su pernicioso influjo: dejarlo para mañana!

Pero… qué hacer si, como yo mismo indico, todo eso ya lo hemos visto, conocido o experimentado? Hacer una nueva lista, sugiero yo. Y ¿no es eso acaso pecar de inconforme o correr el riego de ser visto como alguien imposible de satisfacer o como poseedor de un exceso de ambición? Creo, por el contrario, que no; creo que solo se vive con plenitud la vida, en la medida que sepamos renovar y replantear, en forma cotidiana, nuevas y cada vez más frescas ilusiones. Entonces, solo ahí, mezclando esos sueños con las nuevas memorias que al cumplirlos se generan, es que estaremos en condición de dejarnos llevar por esa sensación tan exultante de realización que otros llaman “felicidad”.

Hubo un tiempo en que mis proyectos, y los garabatos de mis ensoñaciones y planes, fueron a dar en forma indefectible en el tacho de lo inservible, en el balde de la basura. ¿Quiero decir con esto, que ahora ya soy feliz? No, de ninguna manera! Sólo insinúo que produce una enorme satisfacción eso de proponerse y luego conseguir una meta. No importa si estamos convencidos que la felicidad es esquiva o que no existe. Siempre he de estar persuadido que bien valió la pena “hacer aquella lista personal” y tratar...

La vida, bien vale la pena de ser vivida!

Neu - Isenburg, Alemania, marzo 20 de 2013
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19 marzo 2013

Entre rumanos y autopistas

Llego a Brujas, la capital flamenca, con los estertores de la noche. No puedo dejar de pensar en ese capricho antojadizo que traduce, en forma arbitraria, el nombre de las ciudades. Así se convierte a Brugge, no sin cierta travesura, en un término hechicero aunque ominoso. Hemos concluido un largo viaje a través de la noche; el vuelo se inició en Houston, Texas, y luego de sobrevolar gran parte de América del Norte; y, también de dejar atrás a Gander, en el Labrador, hemos utilizado una de las rutas asignadas para el cruce vespertino del Atlántico Norte. No se ha cumplido el pronóstico de ráfagas ventosas y el cielo ha estado tan despejado que hemos identificado el aeropuerto aun antes de haber volado sobre Londres.

Afuera del terminal me espera una cómoda limosina que ha dispuesto la empresa para mi transporte posterior a Frankfurt. Sospecho que ha de convertirse en un viaje prolongado, sobre todo por la congestión que inevitablemente se produce en “el anillo circular” de las afueras de Bruselas. El conductor es un rumano que se ha hecho acompañar por un colega y que trata de espabilarse en la madrugada a base de esa bebida que contiene altas dosis de cafeína y que laman “Red Bull”.

Mientras iniciamos con lentitud el nuevo viaje, no hago sino cavilar en esa suerte de poder omnímodo e irrebatible que en las aerolíneas poseen aquellas personas encargadas de programar las rotaciones y los itinerarios de los pilotos. Es que no logro entender la razón que tengo para ir a tomar un vuelo como pasajero, hasta Arabia -que saldrá luego de dos días-, cuando podía haber continuado como supernumerario en el mismo que entregué en el anterior aeropuerto de llegada… Acepto, sin embargo, la disposición con buen talante; sé que será un recorrido por vía terrestre que todavía no he tenido oportunidad de realizar por Europa.

La impresión del paisaje inicial es la de una planicie feraz e interminable. Pronto pasamos hacia el sur de Aquisgrán (otro capricho que rebautiza a Aachen). Más tarde, y desde la autopista, puede apreciarse la sugerente y definida silueta de la sorprendente Köln (Colonia). Es cuando, mientras observo esas nubes artificiales asombrosas que van creando los reactores nucleares, que me pongo a meditar en un reciente editorial periodístico que insinúa que la gran obra que todavía puede emprender el gobierno nacional, es la de una autopista entre Quito y Guayaquil, que satisfaga, a la vez, los sueños de integración de García Moreno y Eloy Alfaro.

Sin entrar a considerar los altos costos que estarían involucrados en esta obra tan trascendente como monumental, no parece necesario recabar en la bondad evidente de sus consecuentes beneficios y en su indiscutible conveniencia. En el aspecto de las consideraciones físicas, la vía consistiría en un viaducto de alta velocidad que podría tener una distancia aproximada de trescientos kilómetros. En términos de tiempo, querría decir que podrían comunicarse por tierra, ambas ciudades, en un increíble como abreviado tiempo, nunca superior a tres horas!

De vuelta a mi viaje, hacia la mitad, el paisaje cambia. Ahora la nieve ha dejado su impronta en los parajes. Poco a poco la campiña se hace más ondulada y sinuosa. De súbito, la inmensidad de los sembríos anteriores, ha dado paso a renovados bosques de abetos y abedules que abarcan el horizonte. El panorama boscoso se interrumpe con formidables conjuntos fabriles; pero sobre todo, con pequeños pueblos pintorescos y con ciudades nada insignificantes que coronan su perfil con primorosos castillos o con soberbias iglesias que dan identidad a su imagen.

Seis horas después de haber salido de Brujas, llegamos a Frankfurt. Los rumanos no han dejado de parlotear en forma incansable. Han hablado, en su inagotable palique, en una lengua que se supone latina. Mas, con la excepción de todas esas palabras que -por virtud de la globalización y la tecnología- se han convertido ya en internacionales, no logro identificar a ninguna de sus voces. Escucho, eso sí, términos como internet y telefon; y aun palabras como autobús y tractor. Intuyo que son voces que también se utilizan en su idioma. Entonces escucho una que se ha ganado uso universal; es una voz dulce y seductora: la palabra chocolate…

Neu - Isenburg, Alemania, 19 de marzo de 2013
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18 marzo 2013

La patria y el león

Mi hotel en Bruselas está ubicado a pocos pasos de la Plaza de los Mártires. Me he enterado que antes de la independencia -es decir a principios del siglo XIX- se conocía al lugar como Plaza de San Miguel. Nada hay de espectacular en el sitio; es más bien una placita sencilla que tiene un carácter importante para los belgas, pues allí se destaca un monumento que se yergue sobre un mausoleo donde se encuentran enterrados los mártires del mencionado acontecimiento cívico.

En estos mismos días la plaza se encuentra muy poco transitada. Los adoquines del piso han sido levantados y todo el entorno luce como cualquier lugar cuando está sujeto a tareas de restauración. El viajero, sin embargo, tiene todavía acceso al pretil que rodea a la sugestiva estatua. Consiste, su conjunto, en la figura pétrea de una mujer -simboliza a la Patria- que viste la túnica tradicional y que porta un documento en el que se ha inscrito el año de aquella gesta libertaria; completa la composición un dócil león que, con gesto manso y sumiso, protege a la dama, como que no haría ningún esfuerzo en escoltarla.

Pero hay dos cosas que el observador avisado encuentra como que no calzan: la primera es una breve leyenda –realmente una sola palabra- que han colocado en una lápida en la parte frontal del monumento, con la inscripción de “Patria”; y la segunda es que el tamaño de la mujer, comparado con la figura del león, no tiene la proporción adecuada. Es comprensible que, para destacar la alegoría de la imagen, se haya representado a la mujer con unas dimensiones exageradas; pero sorprende que el título impreso en la placa no se haya inscrito ni en francés, ni en flamenco. La palabra es latina e idéntica a la castellana; y eso proclama: Patria.

Lo acontecido en un país vecino en los últimos días me ha hecho meditar con frecuencia en el sentido de la palabra “Patria” que, como bien se ve, ya no parece representar el significado que originalmente tuvo -la tierra paterna o el lugar de los antepasados, donde se encuentran nuestro origen y nuestras raíces-, sino como algo excluyente, algo que solo pertenece a unos pocos, algo susceptible de reclamación para ser aprovechado y lucrado por los que antes no lo habían disfrutado… En nuestro mismo país el lema tiene un sentido contradictorio: si bien la proclama decreta que “la Patria ya es de todos”, lo que realmente implica es que “la Patria ya es solo de los que ahora gobiernan, y ya no de los otros”…

Lo que sucede es que quienes están llamados a escoltar a esa sagrada entelequia, han creído interpretar que están allí para medrar de ella y no ya para custodiarla. Si bien se mira, no es suficiente el simbolismo de representar a la patria como una mujer más grande de lo que es en la realidad. Es tan grande la voracidad de algunos que fungen como sus custodios, que sin importar el tamaño de cómo se la represente, este nunca bastaría para expresar su majestad e importancia. Los “leones” que se han dispuesto a protegerla, solo están ahí para asegurarse que nadie les dispute aquellas prebendas que ellos interpretan que supone la mal comprendida tarea de servirla con dignidad, celo, desinterés y prestancia.

Qué refrescante es oír aquella tonada de Rubén Blades, que expresa que la Patria es un sentimiento, cuando responde a la sencilla pregunta de “qué es Patria”:

Son las paredes de un barrio; es su esperanza morena;
es lo que lleva en el alma todo aquel cuando se aleja;
son los mártires que gritan: bandera, bandera, bandera, bandera!


Sí, porque como dice la misma canción: Patria… son tantas cosas bellas!

Brujas, marzo 18 de 2013
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17 marzo 2013

Qué bestial es ser piloto! *

Mi amigo, el F, de quien ya les he hablado, me ha enviado una nota, referente al mundo de los aviadores. Me he permitido traducirla, para compartirla con mis lectores. No indica autor. La nota está escrita en inglés; responde a un título que bien pudiera traducirse como “Qué bestial es ser piloto”; y continúa con el subtítulo de: “No he cumplido con todo, pero lo suficiente como para apreciar la sensación”. Ahí les va:

“En cierto modo, todo ese jet-lag y los demás problemas tienen su balance compensatorio!

Los amaneceres que vemos desde las grandes alturas que ponen nuestro corazón a flotar.
La cobija de retazos de las grandes planicies de Kansas, desde 37.000 pies en un día que se puede mirar hasta el infinito.
Volar apenas unos metros sobre esa capa de nubes que parece una lisa mesa de billar, a Mach .86, con la quijada sobre el panel de instrumentos y el rostro apegado al parabrisas, tanto como sea posible.
Saber que se tiene que aterrizar un caza en una pista de siete mil pies, cubierta con nieve compacta y dura, y arrastrar un paracaídas.
Rotar a VR y sentir esas 800.000 libras de peso cobrar vida cuando se despega.
Los hilos delicados del fuego de San Elmo danzando en el parabrisas en la noche.
El titileo de las luces de la flota de los barcos pesqueros japoneses, allá abajo, una noche mientras se cruza sobre el Pacífico Norte.
Esas formaciones de nubes tan hermosas que desbordan toda descripción.
La neblina helada en Anchorage en un mañana fría de invierno.
Ver aparecer las luces intermitentes de la pista, a través de la neblina, en una aproximación cero-cero, que se tiene que completar “a la fuerza”, porque no hay otro lugar a donde ir.
Ver formaciones geológicas que ningún otro terrícola jamás ha de ver.
El caótico, no interrumpido balbuceo de las transmisiones radiales en O’Hare durante las horas pico de la tarde.
El silencio en la frecuencia en la noche durante un “vuelo transcontinental”… o sobre el Amazonas a cualquier hora del día.
Observar el fuego de San Elmo sobre todo el parabrisas en las noches de invierno sobre Alaska.
Aterrizar en la noche en una plataforma oscura luego de completar una misión.
La luz de bienvenida de las luces de aproximación, que asoman tras la niebla, justo cuando se va llegando a mínimos.
Tormentas de truenos sobre el Midwest.
Escoger una línea entre enormes tormentas que parecen no acabar entre Chicago y Nueva Orleans.
El brillo delicado del panel de instrumentos en la cabina oscura.
Las cortinas danzantes de la Aurora Boreal una noche mientras se cruza el Atlántico Norte.
Cruzar 30 Oeste.
Los nombres de las calles de rodaje en O’Hare antes de ser rebautizadas: “El Puente”, “El Paseo del Lago”, “ El Camino Escénico”, “El Exterior”, “El Bypass”, “El Interior”, “El Cargo”, El Sur-Norte”, “El Zaguán del Hangar”!
El majestuoso panorama de toda una cordillera extendida más allá del horizonte.
Nubes lenticulares sobre las Sierras.
El breve, aunque tentador, destello de las luces de la pista, justo luego de haber decidido la aproximación frustrada.
Los Alpes en invierno.
El mar Meridional de la China, tan tranquilo que se deja olas cuando se lo sobrevuela a pocos metros.
Las luces de Londres o de París cuando se las sobrevuela desde 35.000 pies.
Líneas de presagio de tormenta que asoman hasta tan lejos como uno alcanza a ver.
Tierras exóticas con comida exótica.
Ver las luces nocturnas de Tokyo extendiéndose de un lado al otro del horizonte.
Maniobrar el avión a través de cañones luminosos entre las torres de los cúmulos.
El profundo azul acerado del cielo a 43.000 pies de altitud.
El ritmo y bullicio del puerto de Hong Kong.
La suavidad del aterrizaje en una pista cubierta por la nieve.
Escuchar el roce de la rueda de nariz al entrar en su hornacina luego del despegue. Un sonido maravilloso que anuncia que se ha emprendido el viaje!
El viejo Chinatown de Singapur antes de ser demolido, modernizado y esterilizado.
Mirar el show de los truenos mientras se cruzan los monzones.
Los botes de colas largas acelerando en los “klongs” de Tailandia.
Los tranquilos ventiladores de vaivén en el Raffles de Singapur.
El toreo a los manchones rojos y amarillos en la pantalla del radar en la noche.
El sonido de los acentos extranjeros en la radio.
Los hoteles de lujo.
Para parafrasear al elocuente escritor aeronáutico Ernie Gann: “El embrujo del corte en la falda de las muchachas chinas”.
Ocasos de todo color imaginable.
El tranquilizador brillo de las luces de la pista justo al salir de nubes en final corto.
El valle de Yosemite desde arriba.
El brillo blanco y cegador de las torres de cúmulos en formación.
Una fría San Miguel en Los Ángeles luego de un largo día de vuelo.
El “Herradura de Diamante”  en Itazuke.
Cruces oceánicos y abastecimientos en el aire.
El centinela de la calle de rodaje (con su bandera y metralla) en el viejo aeropuerto del centro de Taipei.
Tormentas de setenta mil pies de altura en los trópicos.
Las carretas chinas en el muelle de Aberdeen.
El olor del “kimchee” en invierno en Corea.
Mirar como la latitud se acerca a cero en el INS y como cambia de “N” a “S” cuando se cruza el ecuador.
Wake Island en el amanecer.
El puerto de Oslo en la penumbra del atardecer.
Los icebergs en el Atlántico Norte.
La estela de los aviones.
El puerto de Pago, incendiado por cúmulos algodonosos en el atardecer.
La camaradería de una buena tripulación.
Las carreras de los ferrys en la marina de Sydney.
Vivir la letra de la vieja tonada de Jo Stafford:
"Ver las pirámides a lo largo del Nilo.
Ver el amanecer en una isla tropical.
Ver el mercado en el viejo Argel.
Mandar a casa fotos y recuerdos.
Volar sobre el océano en un aeroplano de plata.
Ver la selva cuando está húmeda por la lluvia”
Las blancas balaustradas de Auckland.
Los vientos alisios.
Las playas de arena blanca ornadas por palmeras ondulantes.
El blanco interminable en un cruce sobre el polo.
El “Star Ferry” en Hong Kong.
Bangkok después de una lluvia tropical.
El lago Mono y la escarpada muralla del macizo de la Sierra Nevada, cuando se llega desde oriente.
El recorrido del transporte a Stanley… en el asiento delantero desde el piso superior de un bus de dos pisos.
El “Long Bar” en el Raffles.
Despegues pesados desde la pista del “desfiladero” en Guam.
Aterrizajes en el B-767 cuando la única manera de saber que se ha tocado ruedas es cuando se mueve la manija de los “spoilers”.
La cocina de Jimmy.
El sonido ensordecedor de las lluvias tropicales estrellándose contra el parabrisas, con el apresurado “slap, slap, slap” de las plumas, mientras se aterriza en un aguacero torrencial en Manila.
Constantes ondulaciones en las dunas de arena en la infinitud del desierto del Sahara.
El Miller’s Pub en Chicago.
La cerveza alemana. El Oktoberfest.
La música de Oom-pa-pa en el Meyer Gustels en Frankfurt!
Los fiordos de Noruega.
El compás indeciso, que no sabe a dónde apuntar, cuando uno se acerca al cenit del mundo, en el cruce del polo.
La vieja aproximación NDB Charlie-Charlie en Kai Tak.
Maletines repletos de cartas de aproximación de lugares exóticos.
El tranvía que lleva al “Pico” en Hong Kong.
Rompiendo nubes en la aproximación IGS en la pista 13 de Kai Tak, y observando cómo el parabrisas se llena con la vista del “checkerboard”.
Un despegue sin peso en el B-757.
El bullicio de Nathan Road en un día de verano.
Resbalarse sobre el reservorio de Crystal Springs en la aproximación y aterrizaje a la 1R en San Francisco.
El olor de las floraciones tropicales al bajar del avión en Fiji.
El silencio de la cabina del DC-10.
El vértigo de un descenso con full speed-brakes al límite en el B-727.
Volar como supernumerario en primera clase.
El Canarsie Approach en JFK.
La torre Eiffel.
Despegues con pesos máximos.
Aterrizajes con vientos cruzados de 29 nudos a 90 grados en Lajes.
Buenos copilotos. Mejores ingenieros de vuelo.
Pedales de timón tamaño gigante, tan grandes como bandejas.
Refregarse los ojos lacrimosos luego de un largo vuelo nocturno.
Y, como de manera tan delicada un amigo lo expresó: “el día de pago”.
Además, ahí estuvo Venus, surgiendo antes que el sol en el cielo de levante, entregando al horizonte su show inimitable.

Hemos experimentado muchos de estos milagros de la Providencia, o sus variaciones. Hemos sido muy afortunados! Ninguno de nosotros lo ha visto todo, pero… me propongo de voluntario para hacerlo otra vez. Alguien más? Que levante la mano!”

Houston, 17 de marzo de 2013
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15 marzo 2013

De plañideros y regaños *

Teherán, Associated Press:
“Ahmadinejad amonestado por abrazar a la madre de Chávez”.

Importantes clérigos iraníes han reprendido al presidente Mahmoud Ahmadinejad, por consolar a la madre del desaparecido Hugo Chávez con un abrazo. La reprimenda es consecuencia de la ampliamente publicitada fotografía que muestra a Ahmadinejad dando un abrazo a la madre de Chávez, en el funeral del difunto presidente venezolano, lo cual se ha visto como un comportamiento inadecuado que profana un tabú religioso en Irán.

Periódicos iraníes citaron ayer a clérigos del centro religioso de Qom, quienes describen el apretón como “haram” (prohibido), o como un comportamiento inapropiado y como un intento de “pasarse de payaso”. Eso de “tocar a una mujer ajena está prohibido bajo cualquier circunstancia, sea dando la mano o rozando la mejilla”, dice uno de los eclesiásticos, Mohammad Taqi Rahbar, añadiendo que tal forma de contacto, inclusive con “una mujer anciana no es permitido… y es contrario a la dignidad que representa un presidente de la República Islámica de Irán”.

El ayatolá Mohammad Yazdi, anterior jefe judiciario y líder religioso de Qom, ha expresado que Ahmadinejad ha estado “dándose de payaso” y que sus apretones demuestran que ha fallado en “proteger la dignidad de su nación y la de su investidura”.

Los clérigos se encuentran también indignados por la carta de condolencia de Ahmadinejad a los venezolanos y al líder interino Nicolás Maduro, porque el presidente iraní ha descrito a Chávez como un “mártir”. “Su conocimiento de temas religiosos es limitado y no debe intervenir en asuntos de esta naturaleza”, ha dicho Yazdi, dirigiéndose a Ahmadinejad directamente.

El alboroto que ha rodeado al mentado pechugón ha otorgado a los oponentes conservadores de Ahmadinejad forraje para criticarlo, tres meses antes de las elecciones presidenciales que están programadas para junio. Ahmadinejad no puede participar en las elecciones debido a límites en la constitución iraní, pero está intentando poner a un protegido en la contienda. Por su parte, otros reformistas iraníes han ridiculizado a Ahmadinejad por lloriquear en el funeral de Chávez.

“Me maté de la risa cuando lo vi del brazo de la madre de Chávez, dijo Abbas Abdi, un activista y columnista de la página web independiente Aftabnews.ir. “Si le hacía falta ponerse a llorar, debía haberlo hecho por sus compatriotas que murieron” en choques con las fuerzas de seguridad durante las protestas en masa que siguieron a la discutida reelección de Ahmadinejad, dijo Abdi.

* Nota: mi traducción de un artículo de prensa árabe.

Bruselas, marzo 15 de 2013
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14 marzo 2013

Annuntio vobis gaudium

Estoy en Bruselas -un lugar donde no es fácil encontrar “coles de Bruselas”- que es quizá la ciudad europea que más se ha transformado en la última década. Este cambio se debe, principalmente, a dos factores fundamentales: la presencia de los principales organismos de gestión de la comunidad europea; y la invasión, jamás antes imaginada, de migrantes (en especial africanos del norte y europeos del este) que se han tomado literalmente la ciudad, convirtiendo barrios enteros de la urbe -antes tranquilos y apacibles- en irreconocibles y marginados guetos.

Pero voy a recordar este viaje a Europa por tres razones principales: primero, porque nunca antes -en los centenares de veces que he visitado el continente- había visto tanta nieve acumulada; de hecho, ayer la temperatura era de cero grados centígrados (“ni frío, ni calor”, como con un humor no exento de cierta filosofía hubiera comentado uno de mis cuñados). Segundo, porque no hicimos un aterrizaje que pudiese llamarse “suave” (en un avión tan noble como el Boeing 747, esto es casi imposible conseguirlo); en el criterio de mi copiloto, la culpa había que echarle a la pista, porque estaba helado el concreto… Y, tercero, porque estando en esta -ahora cosmopolita- ciudad belga, he podido presenciar el resultado del cónclave que ha elegido al flamante papa Francisco.

Dicen los que saben (y no sé porqué lo saben, si los cónclaves se supone que son secretos) que el -ya actual- papa Bergoglio ya había quedado “vicecampeón” en la elección pasada, en la que eligieron al renunciante papa Benedicto XVI (hoy ya convertido en “papa emérito”). Pero esta vez sí se dio para el cardenal argentino, ya que “a la segunda, va la vencida”, como dice la llamada sabiduría popular. Esto porque, lograr tan solo el “vice-campeonato”, con frecuencia no sirve para nada, como bien lo saben los propios argentinos, que en la guerra de las Malvinas tuvieron que contentarse con un segundo puesto… Vaya forma de consuelo!

Los italianos, acostumbrados a la alta posibilidad de que uno de sus coterráneos sea elegido como “Vicario de Cristo”, también han tenido que consolarse con que el nuevo papa tuviera, por lo menos, un apellido italiano. Esto no deja de tener una cierta ironía pues es conocido el más clásico de los chistes endilgados a los argentinos: aquel del porteño que al hojear un directorio telefónico en Roma se sorprende y exclama “pero mirá, ché, qué cantidad de apellidos argentinos!”…

Este es, para mi, el séptimo papa del que tengo memoria. No puedo dejar de recordar que, siendo yo todavía un niño -tenía a la sazón solo once años-, me encontraba haciendo “cola” en la vieja clínica del Seguro Social, ubicada frente a la iglesita de Santa Bárbara (justo donde la García Moreno empieza su acenso al infinito) con el objeto de conseguir un turno médico. En eso, llegó con prisa a tomarme la posta mi tía Anita; ahí descubrí, en su gesto de pesadumbre, que el inusitado repiqueteo de campanas, que alborotaba la conventual y callada Quito, se debía a la inesperada noticia de que el papa Giuseppe Roncalli (Juan XXIII), que solo cuatro años atrás había reemplazado a Pío XII, también había fallecido.

Este es un momento crucial para la iglesia católica. Bergoglio talvez no tenga ni la inigualable sonrisa ni el inimitable carisma del papa polaco Karol Wojtyla, Juan Pablo II. Pero, los feligreses no pueden menos que esperar un sumo pontífice sabio, renovador y enérgico. Se me antoja que temas como el celibato eclesiástico; la ordenación de las mujeres (como ya sucedió en los primeros siglos); la misma postura de la iglesia frente a las -cada vez más expuestas- preferencias sexuales, son asuntos que deben ser revisados con urgencia. Estoy persuadido que si la iglesia busca abrirse al mundo y trata de propender al ecumenismo, debe revisar incluso el dogma de la infalibilidad. Al fin y al cabo, las revisiones empiezan por un humilde reconocimiento: aquél que admite la posibilidad de que podamos equivocarnos…

Bruselas, 14 de marzo de 2013
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12 marzo 2013

El decano de los centenarios

Estuve a punto de deshacerme de la edición inglesa del Arab News esta mañana, cuando una breve noticia de última página, e insignificante en apariencia, atrajo de golpe mi atención. Se trataba del fallecimiento de Mohammed bin Zarei, un anciano tan anciano que parece que el resto del mundo ya se había olvidado que existía. Zarei habría muerto “de viejo”, en el hospital de un pequeño pueblito del sur del Reino Saudita, dejando atrás a ciento ochenta hijos, nietos y bisnietos. El viejo había tenido diez esposas y hace cuatro años había comentado que se hallaba buscando una nueva, ya que las que tuvo habían fallecido…

Empero, la noticia de que el “edecán de los centenarios” había pasado a mejor vida (nunca mejor dicho) a la edad de ciento cincuenta y cuatro años, la hubiera pasado por alto, si no fuese porque -asimismo- hace tan solo pocos días, habría también leído, en algún otro medio, acerca del récord establecido por otro anciano centenario, en este caso un japonés, que había cumplido la increíble cifra de ciento quince años… Esta ultima noticia, comparada con la del obituario del casi dos veces octogenario abuelo saudí, resultaba la de “un niño en pañales” (de nuevo, nunca mejor dicho) pues este bin Zarei ya hubiera sido un hombre de cuarenta cuando el japonés se hubiera encontrado ensayando sus primeros pasos.

No contento pues con la veracidad de la última información, he tratado de cerciorarme de su contenido en base a datos que pudiesen ser más fehacientes. Así es como he encontrado que hacia fines del año pasado Jiroemon Kimura, de ciento quince años de edad, había pasado a convertirse en el longevo varón más viejo que jamás hubiese existido -desde cuando existen estos registros-; ya que se reconoce que la persona más vieja habría sido una señora francesa que murió hace solo tres lustros a la inaguantable edad de ciento veintidós!

Kimura-san, que según informaciones de prensa es todavía un hombre sano, se encuentra aún “vivito”, aunque ya no “coleando”. Él es conocido como un hombre serio y muy disciplinado, sus padres habrían sido agricultores; y hay quienes sugieren que su longevidad se deriva, en parte, de su sencilla dieta, de la que no están exentos los productos marinos que regalan las aguas del mar del Japón.

Con un poco de paciencia podemos encontrar que entre los más conspicuos longevos de la historia también consta un “crédito nacional”; se trata de la ecuatoriana María Esther de Capovilla, una abuela nacida en 1889 y fallecida en el 2006 a la edad de 116 añitos! Probablemente haya sido una residente de Vilcabamba, una comarca lojana famosa por sus ancianos centenarios. Esto, sin embargo, no significaría nada comparado con Matusalén, el personaje bíblico, que de acuerdo con las escrituras habría muerto una semana antes del diluvio y llegado a la dudosa como cuestionable edad de 969 años! (quizá equivocaron un decimal).

A veces me pregunto si la seducción que sentimos por estos insólitos guarismos es solo parte de nuestro prurito por encontrar hechos y datos superlativos que se pudiesen considerar sorprendentes; o si, además, puede ser parte de esa curiosa vena que tienen los regionalismos y nacionalismos, la misma que nos invita a vanagloriarnos de lo que nuestros vecinos o coterráneos poseen…

Es importante advertir que esto de la edad -la verdadera- debe ser una cifra susceptible de poder verificarse; no puede ser un dato antojadizo ni caprichoso. Es válida la aclaración pues con frecuencia se encuentran personas que deciden aumentarse en forma “oficial” los años por conveniencia o para acomodar una determinada situación. Claro que de lo opuesto también se encuentra… yo mismo conozco de un colega que un buen día asomó con un nuevo documento de identidad, el mismo que “probaba” que era cinco años más joven! Resulta que ahora tenía cuarenta y ocho, cuando sólo tres años atrás nos había invitado a su fiesta de medio centenario! Cosas que se hacen con tal de prolongar la edad de retiro…

Riyadh, 12 de marzo de 2013
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11 marzo 2013

Del linaje de mi parroquia

Me han contado por ahí (“he oído”, como diría con ánimo socarrón uno de mis “primos”) que era tan alto el índice de mortalidad infantil en la antigua Roma, que a los recién nacidos no se los bautizaba hasta llegado el llamado “día de la purificación”, el mismo que no sucedía hasta diez días después de haber nacido. Sólo ahí se les asignaba una “bula” o amuleto protector y, junto con sus nombres escogidos, se les otorgaba una especie de apodo o nombre familiar que era conocido como “prenombre”. Dicho de otro modo, si el niño no había cumplido con esta fase, todavía era como si jamás hubiese existido…

Estos prenombres eran escogidos entre un número reducido de opciones; entre ellos estaban nombres como Agrippa, Tiberius, Lucius, Octavius o Titus. Uno de ellos fue Gaius o Caius que la traducción castellana habría de conservar para la posteridad como Cayo. Fue justamente ese nombre que habría sido utilizado por los romanos, cuando llegaron a la península ibérica, para denominar a una sierra de nieves perennes que se destacaba como uno de los montes más prominentes, ubicado en la parte occidental de Aragón. Así llamaron al cerro “Mons Caius” o, lo que es lo mismo, Moncayo, que es así como se lo conoce en la actualidad.

Habría que averiguar los motivos para que se hubiese optado por tal bautizo; mi intuición me hace barruntar que la selección de la mencionada denominación no obedeció a un deseo de honrar a uno de los Cayos insignes que se destacaron en la república y posterior imperio romanos. Recuérdese que Cayo fue también un ilustre historiador (Tácito); Cayo fue César Augusto y aun el mismo Julio César; Cayo fue uno de los más reconocidos juristas; y, entre otros, Cayo fue también el niño más malo y terrible de los emperadores romanos, uno cuyo apodo significaba “pequeños botines”, el infame Calígula, cuyo nombre completo había sido Cayo Julio César Augusto Germánico (todos ellos habrían sido bautizados después que el cerro ibérico). A menos, por supuesto, que con tal designación se haya querido -en forma probable- encomiar las hazañas de algún Cayo que se destacó con anterioridad.

El Moncayo, o la Sierra del Moncayo, queda a medio camino entre Zaragoza (Aragón) y Soria (Castilla y León); sin embargo, cuando busco en el Internet por la frecuencia del apellido en tales provincias, no encuentro dicho nombre entre los más repetidos. Donde aparece con más frecuencia -como es lógico- es en las ciudades de mayor población y, cosa curiosa, en las provincias andaluzas. Esto ha de explicar en buena manera la actual presencia de los Moncayo en América.

Como creo que ya he comentado, mi abuelo materno (otro Moncayo) era un individuo afable, muy querido y piadoso; un hombre que dedicaba sus mejores habilidades literarias a un casi místico fervor mariano. Aún se encuentran por ahí fragmentos de sus acrósticos y apologías, todos ellos constituyen testimonio de su bondad y escrúpulo religioso. El fue en su Riobamba natal una suerte de porta estandarte de una piedad que no se basaba en la apariencia, sino -como todavía se vivía en esa época- en la práctica sincera de las virtudes teologales. Imagino que gran parte de sus ratos de ocio, debe haberlos dedicado a preparar sus loas y panegíricos; y a asistir a aquellas convocatorias donde pudo compartir con otros ilustres coterráneos su condición de “Caballero de la Dolorosa”.

Todo esto pasaba en una época en la que todavía se confundían religión y política, y cuando -en forma lamentable- todavía se creía que ser liberal era una forma de impiedad y no una filosofía de respeto a las más íntimas libertades. Debe haber sido por ello que nunca se quiso relacionar a la familia con otros insignes Moncayo que se destacaron en la política del Ecuador, pero con el “pecado” de haber representado un pensamiento renovador de las proclamas liberales. Quizá por ello se comentaba, en las pláticas de familia, que nuestros Moncayo habían llegado a través de Colombia… De idéntica forma quizá a la escogida por otros, cuyos retoños habrían de distinguirse como liberales!

Lo cierto es que quienes deben su nombre a esa nívea sierra de la actual España, el soberbio y magnífico Monte Cayo, optaron por un tiempo por afincarse a la vera del imponente Chimborazo. Tal parece que el frío es una forma de querencia…

Jeddah, marzo 11 de 2013
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08 marzo 2013

Sombras en la hierba

Desde que ocurrió aquella hazaña pedestre, propiciada por un soldado griego, llamado Filípides (con ese nombre corre cualquiera!); gesta acaecida unos cinco siglos antes de nuestra era, el hombre ha inventado una carrera olímpica de cuarenta y dos kilómetros, denominada “maratón”, para rememorar la proeza. Mas, como a menudo sucede con las principales epopeyas, mucho de la historia se distorsiona y termina por convertirse en leyenda, y aun por transformarse en mito. Heródoto no contó la hazaña de Filípides pero sí la carrera del ejército ateniense que, luego de vencer en Maratón a los persas, tuvo que raudo regresar para proteger Atenas, evitando así que sus enemigos dieran la vuelta a la península ática en sus navíos y tomaran la ciudad desguarnecida.

En aviación también cumplimos ocasionalmente con gestas de este jaez. La única diferencia es que no siempre las relacionamos con referencia a la distancia que recorremos, sino en atención al tiempo que dedicamos a nuestros extraños e itinerantes desplazamientos, a nuestros programados vagabundeos… Y así, hay veces que ellos se cuentan -protocolos legales y reglamentos mediante- en horas interminables que, no es improbable, pueden llegar a similar guarismo: cuarenta y dos horas, tratando de cumplir viajes que… “no pueden cancelarse”!

Así es como salgo de mi sesión noctámbula (duró toda la noche) de chequeo de competencia semestral en el simulador, para ser trasladado en la madrugada -y en forma inmediata- al aeropuerto de Jeddah, para viajar en calidad de pasajero hacia Riyadh; para, una vez ahí, tomar mi descanso mínimo, antes de cumplir con un itinerario tan novedoso como sugerente: Riyadh – Lagos (Nigeria) – Nairobi (Kenia). Como era de esperarse, llego al hotel casi a mediodía y cuando trato de dormir por unas pocas horas, parte de ese agitado ambiente que impera en las sesiones de aquella caja sorprendente y mágica, que es el simulador, se me ha quedado como un rezago nervioso y ya me resulta imposible conciliar el sueño…

Me levanto entonces. Tengo que salir a buscar algo de comer, antes de que sea la hora vespertina del “salat” y la rigurosidad ajena convierta mi insomnio en un ayuno forzado por una piedad regimentada que poco entiendo… Y, lo que tenía que suceder, sucede: pocos segundos luego de que me sirven a la mesa, un grácil y atento dependiente se excusa, me solicita que me apresure y me recuerda que en pocos minutos el local debe cerrar para atender la cláusula de la oración…

Es, mientras medito en esta circunstancia de estar obligado a comer y dormir con prisa (“al apuro”, como decimos en América), que un sonido telúrico y gutural empieza a repartirse desde los parlantes y megáfonos de los miles de mezquitas que existen en la capital saudita. Ya está allí; es un quejido de tono funeral que insta a la contrita reverencia. Cual gemido sostenido, recuerda aquel nombre de tres letras que la fe musulmana inventara para adorar a su dios omnipresente.

Porque, a nada se procede en el mundo islámico sin antes satisfacer al requisito de la plegaria. En los mismos vuelos comerciales, un registro de sonido, grave y estentóreo -emitido aun antes de recordar los procedimientos de evacuación y emergencia- recuerda a los impasibles pasajeros aquel “Aiseih e mussafirim” (damas y caballeros): “el texto que están a punto de escuchar, es una súplica que solía efectuar el profeta Mahoma cuando salía de viaje”… Es una voz recóndita, ronca, cual un susurro, nasal y desafinada. La plegaria es emulada con devoción; implica la promesa del Paraíso, aun a expensas de los cinturones de seguridad…

Mi vuelo se conduce a lo largo de la noche oscura y silenciosa. Es un zigzagueo a través de la garganta del África; el dócil aparato sobrevuela tierras de Sudán, Chad y Nigeria -en el vuelo de ida-; de Camerún, Congo, Zaire y Uganda -antes de ingresar, en el tramo de regreso, al territorio keniano- previo al aterrizaje en el ventoso aeropuerto. No puedo dejar de reconocer que he estado expuesto a cuarenta y dos horas de vigilia; que me he privado de satisfacer la necesidad biológica del sueño por dos noches consecutivas…El paisaje consiste en una enorme e infructuosa pradera. Hacia meridión, unos alejados promontorios presagian la soberbia de la corona del continente, la del paradojal Kilimanjaro!

Nairobi, 8 de marzo de 2013


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05 marzo 2013

Todos llevan algo…

Comento con frecuencia algo que alguna vez aprendí en esos periplos hacia tierras incógnitas en que se convierten nuestras lecturas erráticas; me refiero a la distinta percepción que del pasado tenían los antiguos griegos, aquello de que el pretérito no estaba a nuestras espaldas, sino que -por el contrario- era algo que quedaba frente a nosotros, porque estábamos en capacidad de contemplarlo y poderlo revisar; al contrario del futuro, que realmente quedaba a nuestras espaldas porque siendo desconocido todavía, no lo podíamos aún observar…

Cuando soñamos por las noches, a menudo nos sorprende cómo el capricho de nuestra imaginación va mezclando personajes y acontecimientos que nada tienen que ver, los unos con los otros, en la vida real. Sin embargo, esa precisamente parece ser la característica antojadiza y voluntariosa que tiene el destino que va combinando en nuestra vida una serie de episodios que nunca imaginamos que pudieran realizarse en la realidad (con perdón del pleonasmo).

Pero este capricho, que yo llamo antojadizo, no solamente sucede en nuestros involuntarios episodios nocturnos. Con frecuencia caigo en cuenta que, por mucho que pongamos cuidado en lo que queremos decir, a veces terminamos por decir cosas, o por pronunciar expresiones, que no son exactamente las que hubiésemos preferido. Me ha sucedido lo que comento hace pocos días, cuando accedí a conceder una entrevista personal; y, al meditar en las respuestas que dí en forma bastante espontánea, he pensado -más que en lo que hubiese querido responder- en lo que creo que realmente quise decir de verdad…

Lo insólito de todo esto no está en que cada cual interprete lo que escucha a su manera, sino en los inesperados meandros y vericuetos en los que nos mete nuestra propia lengua, animada como está por ese susurrador permanente y nunca invitado que es nuestra propia memoria. El resultado es impredecible y desborda la imaginación. Como en la milonga interpretada por Osvaldo Pugliese, y ahora popularizada por Otros Aires, apellidada “Un baile a beneficio”, o mejor conocida como “La podrida”, en la vida… todos terminan llevándose algo!

“Pronto se armó la podrida: piñas, trompadas, tortazos...

Santillán tiró un balazo con un chumbo que traía.

Toda la gente corría, quedó la casa pelada;

pa’ terminar la velada yo me chorié un bandoneón,

un piloto Pantaleón, y el Loco la jeta hinchada.”

Nótese que se usa “piloto” en el sentido de impermeable o gabardina. A ese respecto, es bueno recordar la acepción adicional que nos regala el diccionario de la palabra “piloto”, un sentido proveniente del germánico: “Ladrón que va delante de otros, guiándolos para hacer el hurto”…

Como quedó dicho antes, nunca se sabe lo que a uno le espera a la vuelta de la esquina; o, como dicen por ahí, que “por dónde menos se espera salta la liebre”. O si no, como sentencia la letra de la misma milonga, que nunca se sabe si uno ha de llevar también “la jeta hinchada”.

Justo como en nuestros desordenados sueños; digo yo…

Jeddah, 4 de marzo de 2013
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02 marzo 2013

Encuentro con “mi otro yo”

Estaba yo a punto de salir del hotel; reconozco que me encontraba un tanto apresurado. En eso, me pareció ver mi figura como si estuviera reflejada en el azogue o, quién sabe, difuminada en uno de los cristalinos ventanales del lugar. De pronto, pude advertir que algo estaba incompleto en mi imagen, o que ella no se ajustaba a la realidad; era como si la vestimenta no hubiese sido la misma, o como si algo hubiese estado ausente en aquella faz que ahora me observaba como compartiendo mi asombro disimulado con aquella mirada de curiosidad…

No tardé en darme cuenta de que se trataba de otra persona, aunque algo en su apostura y talante me habían llevado a la impresión de que se trataba de mi propia imagen y no de esa persona desconocida que se había acercado ensayando una mueca, o quizá una improvisada sonrisa, como reciprocando mi asombro, como tratando de atenuar mi incómoda incredulidad. Pude advertir que me reflejaba en su rostro cual si se tratase de un retrato; sus facciones eran casi idénticas, solo hacía falta en su aspecto ese hirsuto bigote que me ayuda a ocultar ese labio superior tan delgado que debo de haberlo heredado de la catadura de papá.

El hombre estaba encargado de conducir el transporte regular desde el hotel hacia el aeropuerto; pronto se puso a mi disposición y se manifestó en forma solícita para ayudarme con mi equipaje. Algo en su inquisitiva mirada me hizo comprender que compartía una recíproca curiosidad. Ya sentado en el vehículo, y mientras me conducía hacia mi destino, pude advertir que de rato en rato me miraba por el espejo retrovisor, como procurando confirmar esta inusitada e inesperada identidad. Sí, él también sentía la misma intriga: había descubierto a su “otro yo”, a su imprevisto “alter ego”, a un candidato a futuro impostor, a un intruso vicario que pudiera suplantar su hasta ahora exclusiva identidad…

Es probable que en la vida uno se encuentre con “almas gemelas”, gente con una diferente apariencia y fisonomía, que tiene la virtud de persuadirnos que con nosotros comparte unos gustos y unos valores, que coincide con nuestras ideas y opiniones; por lo que uno enseguida advierte esa mutua, recíproca y espontánea aquiescencia que nos relaciona como personas y que nos regala identidad. Pero… cuando alguien aparece de pronto, con facciones y rasgos que solo puede otorgar la relación de parentesco, y en un lugar alejado e imprevisto de la geografía, uno sospecha que ha de tratarse de un proceso conspirativo, de una broma macabra inspirada en el afán de sorprender y fastidiar. No resulta fácil comprender de golpe que, a partir de ahora, ya nunca será exclusiva la íntima individualidad!

Nunca se me ocurrió que pudiera tratare de un “pariente pobre”, o de un familiar escondido e incógnito, suelto en algún recóndito rincón del mundo, a la espera de un familiar acucioso dispuesto a reclamar una improbable consanguinidad… Sin embargo, el parecido estaba allí, como una fehaciente prueba, con la fuerza de un testimonio que no requiere de evidencias para poderse demostrar.

Terminado el recorrido, nos despedimos como si nos hubiésemos conocido desde siempre, como si ya supiéramos nuestros nombres y apellidos, como si compartiésemos un subrepticio e indescifrable secreto, como si los dos antes ya hubiésemos sido advertidos de aquél velado desdoblamiento, de nuestra oculta, enigmática y misteriosa identidad. Su sonrisa quedó ahí, colgada como una advertencia, como un sarcasmo del destino, como un anuncio y una revelación, como la diabólica certeza de que ya nunca nos íbamos a volver a encontrar…

New York, 28 de febrero de 2013

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