27 marzo 2014

Como humo de discoteca

En los últimos años he practicado en el simulador de vuelo una de las emergencias más dramáticas que pudiera enfrentar un aviador: la presencia de humo a bordo. Claro que estos entrenamientos, para control y remoción de humo, se los realiza con un tipo de humo ficticio, sin olor, que ni siquiera produce irritación en los ojos, un humo "de a mentira", inocuo, similar al que se utiliza en algunas discotecas…

Si existe una emergencia que nunca quisiera enfrentar es, precisamente, la de un incendio en vuelo, ya sea que se trate de un fuego en la cabina de mando como en la de pasajeros (en suma, cualquier tipo de fuego). Especialmente cuando, por la natural necesidad de controlar el avión y su navegación, los pilotos debemos dejar en otras manos el combate y las consecuencias de un probable flagelo. Nunca lo he querido ni siquiera imaginar! La presencia de humo a bordo, especialmente en la cabina de mando, entraña circunstancias parecidas. Una de las condiciones más fastidiosas, limitantes -y aun paralizantes- que puede tener el humo es, justamente, el franco deterioro que este produce en la visibilidad que requieren los pilotos.

Ni bien el humo ha sido detectado, cuando este ya ha alcanzado un grado de acumulación rápido, invasivo, ciertamente omnipresente. Los pilotos acuden entonces al uso de máscaras de oxígeno y de lentes protectores para la visión. Estos últimos son sumamente incómodos, particularmente para quienes utilizan anteojos correctivos, y dado su diseño convexo producen una enorme distorsión. Sólo con el uso ocasional, el piloto advierte que debe situar la cabeza en una posición inclinada para poder visualizar -leer las listas de chequeo, por ejemplo- con menor dificultad.

En el simulador de vuelo, sin embargo, los pilotos tenemos -a más de la naturaleza aparente y puramente artificial de la experiencia- la enorme ventaja del tiempo. Sabemos de antemano que una vez concluido el procedimiento y satisfecha la maniobra (hablemos de unos veinte minutos) toda la emergencia ha de concluir con un aterrizaje en una pista que, como por arte de birlibirloque, siempre asoma a disposición de la tripulación. Terminada la experiencia y efectuado el perentorio aterrizaje, lo único que resta a los pilotos es considerar si la acumulación de humo ha de hacer necesaria la posibilidad de comandar una eventual evacuación.

Hay, además, una característica traumatizante en la gestión de control de humo en la cabina de mando. Se trata de un inevitable "divorcio" entre lo que hace cada uno de los dos pilotos. Así, mientras uno asume el control del avión y se encarga de la navegación, el otro (normalmente el primer oficial) se hace cargo del largo y tedioso proceso de cumplir con las listas de chequeo. Este proceso tiene que ver con una infinidad de pasos y requisitos para localizar la fuente que produce el humo, aislarlo y, eventualmente, propiciar y satisfacer su inmediata evacuación.

Este divorcio se alimenta en parte de la ansiosa naturaleza de la experiencia y en parte, también, de la característica asfixiante, cegadora y lacrimógena que tiene el humo. Esto hace que ninguno de los pilotos pueda monitorear de forma satisfactoria lo que está tratando de cumplir su otro compañero, quien deja de ser por largos trechos un "miembro de la tripulación" para convertirse en una aislada e individual entidad. Así, desaparecen la redundancia y el hábito de comprobación compartida que es tan natural a las acciones propias del pilotaje aeronáutico.

Lamentablemente, cuando estas emergencias se producen en un escenario real, no siempre existe disponible lo que las listas de chequeo llaman el "aeropuerto cercano más apropiado posible". Tal expresión, en medio del océano, o lejos de una pista que satisfaga los parámetros necesarios, no siempre es un recurso que pueda utilizarse. Si el avión se encuentra justamente alejado de una pista de carácter "apropiado", los pilotos no cuentan ni con la capacidad de comunicación, ni con la urgente asistencia que puede ayudarles a solventar su precaria como perentoria condición. En tales circunstancias, no es difícil que se omitan pasos indispensables, se cometan errores y se confundan ciertos procedimientos. Parecería no existir todavía entrenamiento suficiente que sirva para enfrentar esta tan angustiosa, aunque remota, situación.

Quito

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