07 marzo 2014

Los tiranos y su delirio *

* Por Mohammed Fahad Al-Harthi
 Tomado de Arab News (reeditado con mi traducción).


"La imagen del depuesto presidente ucraniano Viktor Yanukovych, escapando de su país en helicóptero, luego del levantamiento popular en su tierra, es una severa advertencia de como los tiranos creen que nunca van a dejar el poder, a pesar de toda evidencia en contrario. Hasta que ya es muy tarde, por supuesto.

El ex hombre fuerte de Túnez dijo alguna vez: "Ahora les entiendo", como si hubiese necesitado 25 años en el poder para finalmente tener empatía con su pueblo. Mientras escapaba buscando refugio, todavía seguía sin comprender qué había pasado y sin interpretar completamente la situación. El rasgo común de la personalidad de todos estos líderes es su delirio patológico, que siempre provoca idénticos resultados.

El desaparecido líder libio Muammar Qaddafi, que había gobernado por cuatro décadas, preguntaba a su gente durante la rebelión: "¿Quiénes son ustedes?". Él vivía en un mundo de fantasía donde creía que todos lo idolatraban y admiraban, y deseaban que fuera su único líder. El problema con los tiranos es que empiezan a creerse su propia propaganda que los adula y glorifica. Se agarran con las uñas a la ficción de su talento especial, incluso cuando la gente enfurecida golpea sus puertas y sus naciones se ven ya envueltas en llamas.

Si no fuera porque es tan trágico, no sería tan cómico. Cuando a un dictador preguntan que cuándo se piensa retirar, la respuesta inevitable es que quiere dejar el poder e irse a descansar, pero que “su conciencia y el amor a su gente no lo permiten”. El delirio de grandeza supera todo sentido racional. Parte del problema es que los déspotas ignoran la historia. Han sido testigos del final de otros líderes, pero están persuadidos que eso a ellos no les tiene porqué suceder. Piensan que su gente es diferente y que ha de luchar para mantenerlos en el poder.

En 1989, cuando el dictador rumano Nicolae Ceausescu fue preguntado si le preocupaba la caída de su gobierno -lo que había sucedido a otros regímenes de Europa Oriental-, expresó: "No conocen a la gente rumana y a su sabio liderazgo". Cuatro días más tarde, luego de que lo habían juzgado en Bucarest, los soldados de oposición lo ejecutaban a él acompañado de su esposa.

Eventos similares acontecieron en Egipto, con sus líderes convencidos de que lo que había sucedido en Túnez no iba a afectar a su pueblo. El propio canciller, respondiendo a una pregunta, declaró que aquello “era ilógico”. Pocos días después el presidente anunciaba que dimitía, en medio de una revolución que asombraba al mundo por su organización y estilo no violento. El derrocado presidente ucraniano cometió errores parecidos. Se había dejado inducir a un falso sentido de seguridad debido al apoyo ruso y a su supuesto control de los partidos de oposición y de los medios.

Uno a veces se pregunta por qué es que estos líderes arriesgan sus vidas al insistir en desafiar al derecho de su gente a disfrutar de un sistema justo y democrático. La respuesta simple es que el poder los ha cegado y los ha llenado de soberbia. En su creencia de que son legítimos e importantes, aplastan cualquier oposición con el pretexto de que se trata de agentes extranjeros. Al final, son derrocados convirtiendo al mundo en un lugar más seguro y feliz.

En Siria, el autócrata Bashar Assad, continúa aferrado al poder, habiendo provocado la muerte de más de cien mil personas, mientras ha desplazado a millones de sus hogares y destruido la economía y la infraestructura de su país. ¿Puede esto realmente justificarse en nombre de conservar el poder? ¿Cómo pueden él y sus esbirros, declarar de buena fe que están haciendo lo correcto, al convertir a su tierra en un campo de batalla entre extremistas y grupos paramilitares?

La verdadera tragedia de tener este tipo de líderes es que miles de inocentes pierden la vida o su oportunidad a vivir con dignidad. Estos opresores no pueden, no van a aprender nunca las lecciones del pasado. Están destinados a terminar en el basurero de la historia, que es el lugar al que realmente pertenecen!".

Miami. USA
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