20 marzo 2014

Una aguja en el pajar

Por fin me he topado con una hipótesis coherente y, claro, la ha sugerido un piloto. Sostiene el autor, en un artículo publicado en la revista Wired, que el avión pudo haber enfrentado un catastrófico e incontrolable fuego de carácter eléctrico; y que los pilotos, al tratar de controlar su infernal emergencia, habrían tenido que apagar los equipos de comunicación y que habrían tratado de regresar a aterrizar en una pista larga como Langkawi, pero que les habría faltado tiempo...

Esta no es una hipótesis descabellada; todo lo contrario, es una de las posibilidades más factibles que puedan insinuarse. En cierto modo, coincide con mi apreciación de que la nave no estuvo sujeta a ningún tipo de acción maliciosa; sino que simplemente, tuvo que enfrentarse a una condición poco frecuente y de difícil gestión en su fatídico vuelo aquella noche. Lamentablemente, las circunstancias políticas globales, el perjuicio religioso, la paranoia respecto al terrorismo y, sobre todo, la ignorancia respecto a los temas aeronáuticos, se han encargado de hilvanar teorías conspirativas, saturadas de fantasía y no exentas de ridículo.

Como reconocemos en los cursos de gestión de recursos de cabina, los pilotos hemos ido aprendiendo que si hay algo importante en el estudio de los incidentes y accidentes aéreos -y este es un axioma en la investigación de estos lamentables eventos-, es que no es tan importante averiguar qué fue lo que pasó, sino por qué es que ocurrió un determinado episodio. Estos hechos nunca ocurren por un motivo o causa únicos; siempre está presente una cadena de eventos, similares a eslabones que interactúan y se afectan mutuamente.

Es sorprendente como siempre que sucede un accidente aeronáutico, se descuida esta sencilla norma y se empieza por dar preferencia a conjeturas que estarían identificadas más bien con la ciencia ficción y con los escenarios de los cuentos fantásticos. En parte, esto se debe a que los medios de comunicación están inscritos en una cultura que favorece la especulación y en que no dedican sus mejores esfuerzos a consultar el criterio profesional de aviadores experimentados. Surgen entonces suposiciones que confunden y más bien desinforman; y así, se convierte en esotérico lo que tiene una explicación de carácter técnico o científico.

Como, además, siempre ha de buscarse un chivo expiatorio y el factor humano siempre está presente en los accidentes aeronáuticos, son los pilotos los que tienen que cargar con la culpabilidad, tengan o no que ver con las razones primarias por las que estas desgracias suceden. Hoy mismo, se insinúa que los pilotos pudiesen estar involucrados en una intención criminal, y es hacia allá hacia donde han empezado a apuntar las flechas de la sospecha y del prejuicio. Sin considerar que esos aviadores son también seres humanos; y sin tomar en cuenta -con injusta insensibilidad- el dolor, ansiedad y angustia de sus desesperados seres queridos. Esto resulta absurdo y nadie tiene derecho a tales sospechas!

Hay, de otra parte, una lamentable distorsión de orden geopolítico: se trata de la óptica que tienen los medios de comunicación y que incide en la interpretación de las causas y en el estudio explicativo de los desastres aéreos. A menudo se aplica un criterio antojadizo, como si las mismas ayudas y facilidades de navegación de las que gozan los países industrializados estarían también presentes en los países no desarrollados, especialmente en áreas que no están pobladas o que se encuentran alejadas del espacio continental.

En este mismo episodio, por ejemplo, la investigación ha subestimado que existen áreas en las cuales, debido a su distancia con los centros de control, las aeronaves no están protegidas por la cobertura de radar. Y esto no quiere decir que se hayan apagado "en forma deliberada" los equipos de comunicación en vuelo, sino simplemente que los aviones a veces operan en sectores donde no existe monitoreo y donde si enfrentan una emergencia de naturaleza catastrófica, no pueden echar mano de ningún tipo de asistencia o de soporte. Ese fue justamente el escenario en el que sucedió el, hasta hoy, hipotético accidente aéreo.

Quito
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