Esta no es una hipótesis descabellada; todo lo contrario, es una de las posibilidades más factibles que puedan insinuarse. En cierto modo, coincide con mi apreciación de que la nave no estuvo sujeta a ningún tipo de acción maliciosa; sino que simplemente, tuvo que enfrentarse a una condición poco frecuente y de difícil gestión en su fatídico vuelo aquella noche. Lamentablemente, las circunstancias políticas globales, el perjuicio religioso, la paranoia respecto al terrorismo y, sobre todo, la ignorancia respecto a los temas aeronáuticos, se han encargado de hilvanar teorías conspirativas, saturadas de fantasía y no exentas de ridículo.
Como reconocemos en los cursos de gestión de recursos de cabina, los pilotos hemos ido aprendiendo que si hay algo importante en el estudio de los incidentes y accidentes aéreos -y este es un axioma en la investigación de estos lamentables eventos-, es que no es tan importante averiguar qué fue lo que pasó, sino por qué es que ocurrió un determinado episodio. Estos hechos nunca ocurren por un motivo o causa únicos; siempre está presente una cadena de eventos, similares a eslabones que interactúan y se afectan mutuamente.
Es sorprendente como siempre que sucede un accidente aeronáutico, se descuida esta sencilla norma y se empieza por dar preferencia a conjeturas que estarían identificadas más bien con la ciencia ficción y con los escenarios de los cuentos fantásticos. En parte, esto se debe a que los medios de comunicación están inscritos en una cultura que favorece la especulación y en que no dedican sus mejores esfuerzos a consultar el criterio profesional de aviadores experimentados. Surgen entonces suposiciones que confunden y más bien desinforman; y así, se convierte en esotérico lo que tiene una explicación de carácter técnico o científico.
Como, además, siempre ha de buscarse un chivo expiatorio y el factor humano siempre está presente en los accidentes aeronáuticos, son los pilotos los que tienen que cargar con la culpabilidad, tengan o no que ver con las razones primarias por las que estas desgracias suceden. Hoy mismo, se insinúa que los pilotos pudiesen estar involucrados en una intención criminal, y es hacia allá hacia donde han empezado a apuntar las flechas de la sospecha y del prejuicio. Sin considerar que esos aviadores son también seres humanos; y sin tomar en cuenta -con injusta insensibilidad- el dolor, ansiedad y angustia de sus desesperados seres queridos. Esto resulta absurdo y nadie tiene derecho a tales sospechas!
Hay, de otra parte, una lamentable distorsión de orden geopolítico: se trata de la óptica que tienen los medios de comunicación y que incide en la interpretación de las causas y en el estudio explicativo de los desastres aéreos. A menudo se aplica un criterio antojadizo, como si las mismas ayudas y facilidades de navegación de las que gozan los países industrializados estarían también presentes en los países no desarrollados, especialmente en áreas que no están pobladas o que se encuentran alejadas del espacio continental.
En este mismo episodio, por ejemplo, la investigación ha subestimado que existen áreas en las cuales, debido a su distancia con los centros de control, las aeronaves no están protegidas por la cobertura de radar. Y esto no quiere decir que se hayan apagado "en forma deliberada" los equipos de comunicación en vuelo, sino simplemente que los aviones a veces operan en sectores donde no existe monitoreo y donde si enfrentan una emergencia de naturaleza catastrófica, no pueden echar mano de ningún tipo de asistencia o de soporte. Ese fue justamente el escenario en el que sucedió el, hasta hoy, hipotético accidente aéreo.
Quito

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