03 marzo 2014

Eso de estar en las nubes

El título, arriba presentado, nada tiene que ver con quienes ganaron las elecciones pasadas, aunque ellos vayan a estar en las nubes por algún tiempo... La verdad sea dicha, ni ellos mismos se lo imaginaron! Sigo pensando que esos afortunados individuos contaron con una cierta ventaja: la de que hubo una imagen, que se había utilizado como muletilla, que se tornó omnipresente. Dicen los que saben, que el pueblo -que es en extremo intuitivo- sabe rechazar ciertos métodos y desplantes.

De entrada, aquello habría inspirado en los electores una incómoda desconfianza; más tarde, cuando esa presencia se convirtió ya en obsesiva, todo ello habría de provocarles una abierta antipatía. Y finalmente, cuando ya era evidente que los resultados serían negativos para el oficialismo, cuando ya era claro que la tortilla se viraría y cuando se despreciaron incluso las recomendaciones de las autoridades electorales correspondientes, esa percepción se trastocó ya en una abierta y rebelde negativa. Cosas, más que de la política, de la psicología de la masa, de esa actitud de contrapunteo que con tanta frecuencia se subestima en las reacciones de la gente…

Esa frase, aquella de "estar en las nubes", fue una expresión que yo habría de escuchar de niño en forma harto frecuente. Bastaba que yo estuviese intentando recordar algo olvidado, o simplemente que estuviese repasando mentalmente una importante lección para cumplir con mis obligaciones en la escuela, cuando ya, iban y venían con aquello de "ya estás en las nubes"... Es decir, había que tener cuidado con aquello de demostrar que uno pudiese exhibir un talante concentrado o un tanto meditativo! Automáticamente ello provocaba la sospecha de que se estaba poniendo la mente en algo improductivo e inconveniente, que se estaba distraído!

Hoy, ya pasado el tiempo, me pregunto si es posible la ponderación si no se dedica tiempo a la reflexión; es decir, si no se da esa apariencia de que se está por un momento "en las nubes", si no se piensa dos veces antes de tomar una resolución o de inclinarse por una decisión, aunque los demás quieran juzgarlo de abstraído...

Los aviadores sabemos que esto de "estar en las nubes" no es ni un lapso en el que prima la ausencia de concentración, ni una forma gratuita de matar el tiempo. Que tampoco constituye esa otra sensación que nos embriaga cuando meditamos en la desdeñosa vecina a la que acompañábamos a tomar el bus en nuestros años de colegio... Estar en las nubes es cosa muy seria muchas veces y nada tiene que ver con un esporádico triunfo electoral o con alguna ocasional ensoñación. De hecho, mientras más grande y más oscura es la nube, más fuerte es el sacudón y el ajetreo, mayor es la turbulencia, y mayor ha ser -por lo mismo- nuestra aplicación y empeño.

Debo comentar, sin querer derivar hacia una explicación demasiado técnica, que lo que los radares realmente detectan en las nubes no es otra cosa que agua. Y, en la medida que las nubes contengan una mayor cantidad de ese líquido, la imagen que dibuje el radar en la pantalla será más conspicua y dará mayores indicios de los probables inconvenientes. Cuando el reflejo en el radar deriva del verde al amarillo, los pilotos escrutamos el horizonte y nos acomodamos en el asiento. Cuando aquel "retorno" da paso al rojo encendido, optamos por reajustar nuestros propios cinturones de seguridad y sabemos que es hora de propiciar un desvío y aun de "tomar las de Villadiego"... (barrunto que este último término obedece al apellido de algún piloto "prudente en demasía" que quizá existió ya hace mucho tiempo).

Nada hay de envidiable en eso de "estar en las nubes" y esto sabemos quienes más de una vez nos hemos metido, conscientemente o no, en el corazón de un cúmulo-nimbo… Nada de auspicioso tiene aquello de estar "en" las nubes. Mas, lo que verdaderamente representa estar en la cima del mundo es, más bien, estar "sobre" las nubes. Ello implica el disfrute de un panorama exultante, único e inenarrable; es una experiencia tan gratificante que hace sentir un gran sentido de realización, hace intuir que se ha conquistado -sin armas y con la sola ayuda de un modesto caballito- los cielos y los placeres del mundo. Sólo ahí, cuando el aviador se sitúa sobre las nubes, aprecia su propia finitud y el valor que tienen la eternidad y el infinito. Comprende qué mismo significa aquello de “estar en las nubes” y agradece esa inmerecida bienaventuranza de pilotear un avión que le han encargado por oficio.

A 36.000 pies de altitud, sobre los Alpes suizos.
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