17 marzo 2014

Un homenaje a la nostalgia

Se llamaba Onofre. Nunca supe de su suerte y jamás lo volví a ver. Era mi "load master", el estibador y responsable de la carga en el Twin Otter que volé en el Oriente. Con el tiempo dejó de ser mi empleado y subalterno, pasó a ser mi edecán y compañero, mi asistente y copiloto, el testigo de mis errores, el hombre humilde que se fue convirtiendo en un sabio confidente y en mi amigo fiel. Era un serrano blanco de ojos claros, de su talante jamás estuvo ausente la sonrisa, era uno de esos hombres pobres y sencillos de toda la vida, el amor a su familia reflejándose en el brillo de sus ojos, en la cadencia de sus pasos, brotándole como un humor a flor de piel...
No puedo olvidar aquella mañana cuando volvíamos de descargar combustible en ese campamento de nombre impronunciable al oriente del Curaray. Él venía ubicado en el asiento del copiloto, compartiendo mi inquietud porque el mal tiempo, como nunca, se había tornado borrascoso y agitado. De pronto la turbulencia fue tan inesperada y severa que no nos dio tiempo ni siquiera para abrocharnos los arneses que poseía el aparato.
Eran ya tan intensos los bruscos sacudones que casi dejó de importarme si mi continuo maniobrar iba a lograr amenguar aquellos groseros estragos. Ahora mi única preocupación era que las alas resistiesen y no se separasen del avioncito. Una secuencia ensordecedora hizo entonces su presencia, con la cegadora llamarada de sus relámpagos. Onofre había perdido el habla; y yo, como él, creo que también me habré puesto pálido y demacrado. Me había dado cuenta que era imposible controlar los caprichosos cambios de altura que afectaban al confiable y esforzado TAO 012, el noble De Havilland, el inolvidable "Murialdo".
Mientras yo seguía empeñado en mis cambios de potencia y concentrado en conservar por lo menos una actitud que garantizase la precaria sustentación, trataba de mirarlo de reojo o intentaba buscar el reflejo de su ansiedad en el cristal del compás magnético. No alcanzaba a encontrarme con un semblante preocupado o temeroso. Su catadura era la de un hombre que había convertido la confianza en su joven comandante en toda una declaración de fe.
Creo que los dos quedamos un tanto "lesionados" luego del sin par acontecimiento. Mas, tanto mi limitada pericia y juventud, por un lado, así como su dedicación al trabajo y su vocación de servicio, por otro, hicieron del episodio un engranaje más de esa cadena que los que nos enseñaron el oficio llamaban “experiencia”. Así fuimos comprendiendo que esos turbulentos y borrascosos capítulos fueron los que nos concedieron más tarde la templanza para enfrentar los imprevistos del traicionero clima y "darle al mal tiempo buena cara"...
Jamás lo volví a ver. Nunca lo volví a encontrar. El recuerdo de su afable sencillez, de su inalterable y bondadosa actitud de disponibilidad han de marcar esos mis primeros años de profesión para siempre. Me han de recordar también que la aviación -como instrumento de servicio- no solo se debe al aporte de los altivos, gallardos o temerarios aviadores. El oficio aeronáutico no podría ejercerse sin la participación sacrificada e invisible, humilde y callada, de todos esos hombres simples que hicieron posible nuestros vanidosos derroches.
Hojeando un semanario he encontrado una frase que me ha cautivado. La he recogido para adaptarla a mi vida, a los episodios de mi trabajo y a las circunstancias que rodearon a mi irrepetible profesión. Así, emulando esas palabras, aunque ello suene a vicaria falsificación, me he animado a enunciar: "volar no es realmente una carrera, volar es tan solo una sucesión de experiencias!". Esas experiencias sólo fueron posibles gracias a gente que, como Onofre, supo darnos la lealtad de su asistencia, sin que jamás mediasen réditos ni condiciones!
Quito

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