30 abril 2010

De rimas, “ancorajes” y paisajes

No sé porque me recuerda tanto a Riobamba esta ciudad americana! Quizás sea algo que tenga que ver con el paisaje o con el trazo cuadriculado de sus poco transitadas calles. Anchorage es una ciudad plana, rodeada de hermosos y blancos nevados. Se ha convertido ya en una estación utilizada con preferencia por los operadores aéreos intercontinentales como centro de operación logística; tanto para el abastecimiento de combustible, como para el reemplazo de las tripulaciones. Por este motivo, llego con frecuencia a esta pequeña ciudad; no siempre para disfrutar de su cambiante y caprichoso clima, pero siempre para sorprenderme con su privilegiado y acogedor paisaje.

Existen muy pocos edificios altos en esta ciudad que se creería que es la capital política de Alaska (la capital oficial es Juneau, ubicada al meridión). Este es un estado cuyo inmenso territorio fue comprado hace ciento cincuenta años a Rusia por algo más de siete millones de dólares. Monto que representaría el irrisorio equivalente a algo así como dos centavos de dólar por acre; o, lo que es lo mismo, cinco centavos de dólar por hectárea! Alaska tiene un nombre poético; querría decir algo así como “tierra hacia donde se dirige la corriente del mar”, en el idioma de los habitantes de esas islas vecinas que separan al Mar de Bering del Océano Pacífico y que prolongan la silueta de esta enorme península americana. Son los territorios volcánicos conocidos como Islas Aleutianas.

Menciono que existen sólo unos pocos edificios altos en esta “Ancoraje”, que, como el término implica, no quiere decir otra cosa que “anclaje”. Esto de la renuncia, y renuencia, a construir estructuras elevadas, probablemente sea una medida precautelar frente a la posibilidad de un nuevo y devastador terremoto como el ocurrido un Viernes Santo, hace sólo cincuenta años. Según los entendidos, ese sería el tercer terremoto más grave de los registrados en el mundo desde que se hace medición de este tipo de desgracias naturales. La gente mayor no olvida todavía los cinco minutos interminables de esa experiencia traumatizante. La gran ironía es que me alojo aquí en un cómodo y bien ubicado hotel, donde en forma invariable me ofrecen siempre una habitación en los pisos superiores…

De modo que, aunque Ancoraje rime con paisaje; es preferible estar prevenido para enfrentar el riesgo de esa intimidante posibilidad, la de los sacudones telúricos o geológicos. Por lo que siempre tengo en cuenta y recomiendo que:

Cuando el temblor y el pánico en maridaje,
Confundan la mente y debiliten el coraje,
Tengan calma, bajen, olviden su equipaje,
Que es hora de partir y de irse ya de viaje!

La ciudad esta ubicada hacia el norte del paralelo sesenta; es decir, constituye uno de los centros poblados importantes más cercanos al polo. Esto determina dos circunstancias especiales: el clima y la duración de la claridad del día, de acuerdo con la época del año. Aquí, veranos agradables y benignos contrastan con inviernos rigurosos y muy fríos, que lastiman con sus continuas nevadas y sus vientos gélidos y pertinaces, durante toda esta última estación climática.

Del mismo modo, la inclinación relativa de la tierra con respecto al sol, determina aquí días muy cortos o muy largos, de acuerdo al mes del calendario. De manera que, así como en algunos meses oscurece antes de las cuatro de la tarde; también se puede disfrutar, en el solsticio de verano, de la claridad natural del día bien pasadas las diez de la noche. Pero no recomiendo el trasnocharse, bajo ese cautivante cielo de color azul cobalto, pues se hace otra vez de día, también muy temprano: más de tres horas antes de lo que pasaría en nuestras madrugadas tropicales.

Hay noches que una estela luminosa va difuminando su brillo cual sinfonía de colores con sus tenues desplazamientos relampagueantes. Parece un extraño y multicolor manto de novia que se va agitando con su resplandor lúdico y trashumante. Es la aurora boreal: un juego de luces, electricidad, magnetismo y juguetona inquietud producido por los vientos solares. Llaman a este cambiante arco iris, The Northern Lights. Más de una vez he podido presenciar en vuelo este espectáculo irrepetible y fascinante. Es como si el sol hubiera decidido reaparecer, de pronto y en medio de la noche, por donde no había estado previsto. De golpe, una cortina de colores ondulantes parece rendir su danza reverencial a Aurora, la diosa tutelar de las madrugadas. Estas traviesas y admirables “luces del norte” constituyen la más sorprendente manifestación que pueda tener la naturaleza en las semanas cercanas a los equinoccios estacionales.

Mi lugar de alojamiento tiene vista, según la ubicación de la habitación que el azar me otorgue, a los cuatro puntos cardinales. Compiten en belleza de paisaje, las praderas, las montañas y el resplandor de espejo que emiten las tranquilas aguas de la bahía de Anchorage. Cuando la fortuna me es esquiva, me asignan una recámara que está ubicada frente al cementerio. Es un camposanto sencillo, sin lapidas llamativas ni cargados monumentos funerarios. Los mausoleos han cedido paso a la humildad de los sepulcros modestos y callados.

Cuando me despido, aprecio una vez más el peregrino paisaje; disfruto de este cielo límpido que expande la mente y el espíritu. Me preparo otra vez para tomar uno de mis vuelos rutinarios. Miro hacia abajo, hacia el desolado cementerio y no dejo de preguntarme si la frase final de Pueblo Blanco, la canción de Serrat, estará también tomada de los nostálgicos versos de Antonio Machado. Algo me dice que ahí no encaja un pronombre; y entonces, luego de corregirlo y de averiguarme si son los muertos o somos nosotros los que estamos en cautiverio, opto por tararear la frase postrera y resuelvo que:

…“Los muertos están en cautiverio, porque no los dejan salir del cementerio.”

Anchorage, 29 de Abril de 2010
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