01 abril 2010

MVP, MVP, MVP!

Tenía yo diecisiete años cuando fuí, por primera vez, a hacerme exámenes médicos para obtener mi licencia de piloto. Entonces, estos estuvieron a cargo de ese gran amigo que llegó a ministro de estado, el Dr. Raúl Maldonado. Luego de largos y minuciosos monitoreos y pruebas, me proporcionaron el veredicto concluyente de que “sí podía volar”. Las primeras frases de ese preliminar diagnóstico, habrían de constituir la característica misma (o, quizas, la carencia) de mis atributos físicos: “Delgado, hombro derecho caído, espátulas aladas”, comenzaba por describir el escueto reporte médico. Diríase que era una manera sofisticada de enunciar: “Flaco, esmirriado, (bonitos ojos) pero feo”.

Lo del “hombro derecho caído” anunciaba mi futura escoliosis (siempre tuve esta tendencia por ladear la cabeza, cuando me tomaban los retratos escolares); en cuanto a eso de las “espátulas aladas”, insinuaba unos omoplatos prominentes, que quizás obedecían a mi magra delgadez. Eran, digo hoy, como unas cortas y atrofiadas alitas, que confirmaban el diagnóstico final, el de que había sido encontrado apto para mis futuras actividades aeronáuticas. Desde ese entonces, tuve que acudir cada seis meses al Centro Medico de Aviación, para refrendar el testimonio de mi aptitud física.

Habrían de pasar cinco o seis años; y, como de costumbre, me había preparado para asistir un dia Lunes a la renovación del clínico rito. Una suerte de “cuidados intensivos” especiales, nos recomendaban a los pilotos prepararnos debidamente para dichos exámenes; y había quienes inclusive llegaban a practicar el ayuno y hasta la abstinencia (había entonces la seguridad de que el ejercicio sexual alteraba el ritmo cardiaco). Unos tomaban vitamina A para mejorar su desempeño en las pruebas de la vista, otros controlaban los últimos días el colesterol y alteraban su dieta.

La víspera del bendito dia, había un partido internacional importante en el Estadio Olímpico. Acudí allá con mi amigo Mariano, quien no dejaba de insistirme en que me tomara una cerveza. Su lógica era vertical y concluyente: “Si no puedes pasar un examen por tomarte una cerveza, es que no estás bien y no merecería que pases el chequeo médico”. Cedí entonces, a la recomendación ajena; y, no recuerdo ahora, si me tomé una, dos o muchísimas cervezas! El asunto es que al dia siguiente, no quiso funcionar la lógica salesiana de mi amigo Mariano y cataplún! … El electrocardiograma exhibió una lectura novedosa, que ya no admitía ninguna clase de justificación ni queja: “Latido irregular en el corazón, probable persistencia de leve murmullo cardíaco”. Elé, mierda! Lo que me faltaba! “murmulle” para mis adentros (así, usando el giro de la interjección en quiteño) Y todo por un partido de fútbol y por ceder a la tentación de unas pocas e insinuantes cervezas!

Vino luego una multitud insospechada de exámenes médicos. Nuevas pruebas fueron necesarias; que electro-cardiogramas, que eco-cardiogramas, que sono-cardiogramas. Todo lo imaginable me fue exigido, a más de inéditas pruebas de esfuerzo. Una serie complicada e impensable de nuevos términos cardiológicos pasaron a enriquecer mi exiguo vocabulario. Que soplo y latido irregular, que miocardiopatía congénita y que leve prolapso en la válvula mitral. Todo esto para concluir que, el tan anunciado “prolapso” era una condición frecuente en un alto porcentaje de personas. Un número elevado de pacientes, quizás un siete por ciento, viven normalmente con esta condición, me explicó el cardiólogo; hacen una vida normal, ejercen todo tipo de actividad, practican deporte y, lo que es más, en muchos casos viven sin haberse enterado de su condición toda la vida!

Como puede adivinarse fui reincorporado inmediatamente a lo que en ámbitos militares llaman la “línea de vuelo”. Nadie se paraba a decir: “Ahí va ese piloto que tiene el soplo, o la miocardiopatía congénita, o el prolapso en el miocardio”. No, había descubierto que tener un soplo, era algo casi normal; no lo típico, pero nunca algo "anormal". Era como tener un “tic” o una alergia; como tener el pelo lacio (tú mismo) o como tener pecas. Así que, otra vez a tus fierros, Alberto! A volar joven, y a olvidarse de los soplos, las arritmias y las miocardiopatías congénitas!

Desde entonces, ocasionalmente se detecta una leve irregularidad en mis pruebas semestrales. Pero… una que otra vez, mi “miocardiopatía” (que es mía, sólo mía) parece inquietar a los médicos examinadores; y me vuelven a pedir nuevas pruebas para confirmar que no es lo que ellos temerían. Es que, parece que además tengo un corazón muy grande (disculparán!) y, como decía la canción de Emanuel: “Es que este terco corazón, no se olvida, no se olvida…”

Mi terco corazón, se olvida en cambio que vivo lejos. Y, de rato en rato, me da nuevos sustos, a más de alarmar temporalmente a los doctores. Es que ellos no se habían enterado previamente que tengo este asunto que en inglés se llama MVP (se pronuncia em-vi-pi) y que es el acrónimo médico utilizado para designar esta caprichosa condición. Eso hace que, de tarde en tarde, tenga que andar por laboratorios, clínicas y hospitales demostrando la razón que existe para justificar el ritmo irregular que parece exhibir mi inquieto corazón.

Al principio no había intuido a qué se refería, esto de MVP. Y sólo más tarde comprendí, que quería decir: “Mitral valve prolapse”. Pues había pensado inicialmente que habían descubierto mis verdaderas y secretas iniciales (Mariano Vizcaíno, piloto); e inclusive mis otras habilidades con este órgano travieso llamado corazón; y que ahora el público proclamaba sin reparo “MVP, MVP, MVP”, que en lengua inglesa quiere decir “Most Valuable Player”, o Jugador Más Valioso (algo así como “campeón, campeón, campeón”).

Pero, nó! Había sido simplemente que tengo “MVP”! Es que... este terco corazón!

Shanghai, 2 de Abril de 2010
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