06 junio 2013

Lo que ahora pienso…

Me parece que no debemos tratar siempre de pontificar; es decir, de tener la razón y tratar de tener siempre la última palabra. Y digo también esto, muy a sabiendas de que pudiese estar equivocado… El punto que quiero subrayar es que en muchas cosas de la vida, sobre todo frente a las que antes creía que tenía un concepto claro y definido, yo también he tenido que ir cambiando de opinión, he ido derivando hacia una postura, si no opuesta, por lo menos diferente a aquella con la que antes me había identificado. Esto debo reconocerlo. Y no puedo quedarme callado!

Hoy se ha puesto de moda el tratamiento, y el reconocimiento legal, frente a las aspiraciones de ciertas minorías. Asunto que, independientemente de lo que pensemos, me parece que no ha sido debidamente tratado ni encausado. Uno de los temas que está en la palestra es el referente a la unión civil de las personas del mismo sexo (nótese que, con intención, no uso términos como ‘matrimonio’, ni tampoco ‘gay’, palabra anglosajona que vendría a su vez de una voz occitana -provenzal- que quiere decir ‘alegre’ o ‘gozoso’; y que al igual que la castiza ‘gayo’ vendría también del latín ‘gaudium’, gozo).

Creo en primer lugar que, si una insidiosa contrapartida conlleva la democracia moderna es la de que, a pretexto de la voluntad de la mayoría, se desconocen las aspiraciones y los derechos de quienes pudiendo tener la razón, no tienen el respaldo de quienes controlan el voto. Esto pasa no solo en las decisiones de la colectividad; sucede en las reuniones de padres de familia o en las asambleas de vecinos. Hay un grave riesgo cuando el elemento cualitativo cede ante la tiranía del número, ante el aporte cuantitativo de la mayoría. Pero, así es la democracia!

La otra falencia que tiene dicho sistema es que quienes adquieren tal potestad -la de tomar decisiones que afectan a las minorías- representan una clase de gente que no siempre está debidamente preparada para cumplir con esa delicada función o que, en el mejor de los casos, se encuentra ya influenciada por ciertos prejuicios. ¿Qué puede esperarse si, como sucede hoy en día, se toma en cuenta para que se nos legisle a ciudadanos que, como muestra de ejemplo, se han destacado en el deporte pero no han terminado ni siquiera el sexto grado de escuela?

Pienso que, cuando se intenta legislar acerca de estas situaciones, hay dos aspectos que no pueden dejar de tomarse en cuenta: el concepto íntimo y personalísimo que tiene la felicidad individual y la aceptación, sin prejuicios ni reticencias, de que hay condiciones que aunque nos son ‘típicas’ en la naturaleza (me resisto a llamarlas ‘normales’), están sin embargo ahí… Ellas son ‘naturales’!

Hubo un tiempo que yo no aceptaba del todo a quienes eran ‘diferentes’. Lo hice por un doble motivo: uno, porque al esconder y disimular su condición muchas veces se convertía en causa de la infelicidad ajena; y dos, porque me producía la ocasional impresión que, cuando se los aceptaba, unos pocos trataban de obtener ventaja y de alardear de su condición. Mas, como lo he indicado ya más arriba, la vida me ha ido enseñando que no todo es blanco y negro, y que para tratar de entender la situación ajena, la de nuestro prójimo, debemos tratar de ponernos en sus zapatos y de entender (sí, sé que es muy difícil) su ‘diferente’ condición.

Tal vez nadie pueda entender esa realidad debidamente si no imagina que en ella puede verse involucrado un ser querido. Es más fácil entender esta circunstancia cuando imaginamos comprometido en ella a alguien cercano; a un hermano o a un hijo, por ejemplo. Entonces lo que primero surge, como no puede ser de otro modo, es un sentimiento de apertura y de simpatía. Vamos a coincidir, por muy diferentes que sean nuestras creencias y valores morales -en sí, un subproducto de los tiempos, la costumbre y la cultura- que esos seres queridos tienen también derecho a vivir en paz y a buscar su seguridad, a vivir con alegría y a ser felices.

En lo que podría coincidir es en que debería buscarse un término diferente. Soy del parecer que ‘matrimonio’ no es la palabra adecuada. Quizá ‘unión civil’. En fin… como dije al principio: uno debe aprender que no siempre tiene todas las respuestas y, sobre todo, que no siempre tiene ni la mejor, ni la última palabra.

Jeddah, 6 de junio de 2013
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