15 junio 2013

¡Los vientos, ya llegan los vientos!

Con este título no pretendo parodiar aquella comedia americana que habríamos visto alguna vez en el cine cuando todavía éramos adolescentes: “Ya llegan los rusos, ya llegan los rusos”. Pero, la llegada de los vientos de verano y su efecto en la recién inaugurada pista del nuevo aeropuerto quiteño ha sido tratada con una óptica que pudiera producir hilaridad. Lejos está de constituir una comedia.

Para empezar, no muchas personas saben realmente en qué consiste ese factor atmosférico o, si se prefiere, ese fenómeno meteorológico que llamamos “viento”. Por definición este no es otra cosa que simple “aire en movimiento”. Ahora bien, ¿por qué se mueve el aire? Simplemente porque este tiende a desplazarse hacia zonas de distinta presión o temperatura; y cuando se presentan tales diferencias, estas determinan la mayor o menor intensidad del viento.

El asunto no es tan sencillo, sin embargo. La irregularidad en el relieve de las diversas áreas que existen en la tierra, la diferencia de temperatura en dichas zonas y las condiciones del clima, producen una serie de interrupciones en el flujo regular del aire y alteran su tranquilo desplazamiento. Esto influye no solo en la velocidad del viento sino también en su regularidad y produce esos incrementos ocasionales de velocidad (las ráfagas); esos incrementos producen los zigzagueos de dirección; y ocasionan, a su vez, cambios abruptos que generan zonas diminutas de turbulencia: son las llamadas “cortantes de viento”.

Este fenómeno es más común durante nuestro verano cuando se intensifica con mayor fuerza la velocidad del viento. La alteración en su desplazamiento es más evidente cuando el aire debe deslizarse sobre colinas y quebradas, ocasionando corrientes que chocan y se contraponen, produciendo inestabilidad y creando un tipo de turbulencia que es imposible de predecir –y por lo mismo de evitar- y que es el que genera tanta incomodidad y malestar en los pasajeros aéreos.

Esta forma de inestabilidad se agrava sobre la cordillera y sobre los valles de la serranía; primero, porque el efecto se amplifica sobre los cerros (es la llamada “onda de montaña”); y segundo, porque el aire se arremolina al subir y, especialmente, al bajar cuando sigue el relieve natural de las colinas y collados (lo que en meteorología se conoce como “sotavento” y “barlovento”). Es en estas condiciones que el aire forma ondas y torbellinos que producen perturbación y alteran la quietud y estabilidad del vuelo. Aunque no impliquen peligrosidad.

Los vientos de verano en nuestra serranía no son tan intensos ni dramáticos como se comenta en la prensa que leemos. Estos nada tienen que ver con los que afectan a otras zonas insulares en el mundo, por ejemplo, donde la configuración de los acantilados, sumada a las temperaturas de los mares, produce vientos de enorme intensidad agravados por cortantes que se alteran en forma brusca y que afectan en modo muy severo a las operaciones de vuelo. Quienes han volado y han aproximado a pistas ubicadas en ciertas islas en medio del océano, saben de lo fuertes -y dificultosos de controlar- que suelen ser estos inusitados vientos.

Lo propio sucede en aquellas áreas que son afectadas por tormentas tropicales, huracanes o tifones, en cuya proximidad la operación aeronáutica llega a ser suspendida e incluso cancelada. Esos vientos son capaces de afectar la seguridad de los más modernos y gigantescos aviones. En cuanto a nuestros incómodos y desagradables vientos de verano: no hay nada que se pueda hacer, a excepción de preferir horas de menor temperatura cuando escogemos nuestros vuelos.

Hong Kong, 14 de junio de 2013
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1 comentario:

  1. Muy explicativo y de una manera sencilla, para los lectores en general!!!

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