30 junio 2013

El misterio del Pájaro Blanco

He leído en estos días una reseña en el International Herald Tribune, según la cual un entusiasta investigador septuagenario, llamado Bernard Decré, estaría empeñado en demostrar que unos aviadores franceses se habrían adelantado, en mayo de 1927 -en algo así como con diez días-, a la hazaña de haber cruzado por primera vez el Atlántico, que hizo famoso a ese individuo desgarbado que logró realizarlo por primera vez: el legendario Charles -El Águila Solitaria- Lindbergh.

En efecto, el rotativo La Presse se habría anticipado en informar de la increíble epopeya proclamando el triunfo de la aviación francesa, llegando inclusive a detallar el amarizaje del aparato frente a las costas del puerto de Nueva York y la ruidosa aclamación de los maravillados testigos. Pero, aquellos titulares jamás pudieron confirmarse ya que el avioncito, un monomotor biplano construido con lienzo y madera, y bautizado como “L’Oiseau Blanc” -El Pájaro Blanco-, realmente nunca más fue encontrado y, por lo mismo, nunca llegó a su esperado destino.

El biplano había salido desde Le Bourget, en sentido inverso a la travesía que realizó Lindbergh, capitaneado por otro Charles, un aristócrata de apellido Nungesser, un aviador loco y temerario -¡como debería ser!-, y un “as” de la aviación francesa, quien se había hecho acompañar por su navegante, un antiguo marinero tuerto y ex hombre de infantería, un tal Francois Coli. Por motivos de peso, ellos se habrían deshecho del tren de aterrizaje luego del despegue, e incluso habrían llegado a prescindir de un equipo de radio. Todos sabemos el inaudito peso que esos equipos tenían hasta hace, tan solo, unos pocos años…

Nungesser y Coli iban en pos del premio Orteig, instaurado por un millonario hotelero francés, radicado en Nueva York, que había ofrecido la fabulosa suma de veinticinco mil dólares a quien fuese el primero en conseguir la inédita hazaña. Al parecer lo lograron, o casi, ya que habrían existido testigos que escucharon, y otros que inclusive “vieron” como una mañana un tanto nublada el Pájaro Blanco se estrellaba frente a las costas de Saint-Pierre, una diminuta isla perteneciente a Francia que está ubicada unas diez millas al sur de la isla de Newfounland.

De acuerdo a la información de la que dispondría el ávido investigador, existirían récords de archivo que sugerirían que el avión habría sido abatido por el servicio de guardacostas norteamericano, habiéndoselo confundido con una misión irregular de contrabando. Eran, esos, años de la posguerra y de la “prohibición” (1920-1933), cuando la elaboración y comercialización de alcohol habían sido restringidas por el estado. Y que, como sucede con tales esfuerzos, lo único que consiguen es la proliferación de la hipocresía y el rápido auge del fraude fiscal.

Tres meses después del supuesto accidente, y de acuerdo a la información de otros supuestos archivos, una de las alas habría sido encontrada flotando frente a las costas de Virginia; por lo que se conjetura que la misma debió haber sido rescatada y quizá fue a parar en algún hangar o bodega de muelle; mas, desde entonces, nadie sabe de su paradero ni se la ha vuelto a encontrar… El empeño de Mr. Decré es dar con el destino de los demás restos, los que él sugiere que se encuentran frente a Saint-Pierre, para así probar la anterioridad de la proeza.

Olvida el septuagenario (uno tiende a olvidar los asuntos a nuestra edad) que en este tipo de epopeyas el “casi” no cuenta para propósitos de escribir la historia. Sabido es que esas gestas heroicas sirven de preámbulo para otras -aquellas con las que el destino premia a sus escogidos-. Mas… aun en el caso, no comprobado, de que los aviadores franceses hubieran caído frente a Saint-Pierre, ellos jamás completaron su misión, ni nunca lograron arribar a su destino; y la historia no se escribe ni con figurados barruntos, ni con empresas inconclusas.

Arabia, 30 de junio de 2013
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