20 junio 2013

Una paradójica semblanza

No es una reseña para enorgullecer a nadie, ni tampoco para prestigiar a ningún gobierno. Es, más bien, una crónica vergonzante. Releo, una vez más, la revista “The Economist” y advierto que, casi sin quererlo, he empezado a subrayar la semblanza de este líder “moderno” y controversial.

Menciona que es el más importante paladín de su país, luego de quien fuera -en el siglo pasado- su más venerado caudillo. Goza el mandatario de una enorme popularidad, pero esa inconformidad -que poco a poco ha ido desatando- corre el riesgo de esparcirse como un incendio de verano. Su nombre empieza con R y su gobierno ha empezado a cosechar resentimientos debido a la naturaleza de sus contradictorios proyectos. El problema radica en la desdeñosa ausencia de consultas y acuerdos; el detonante está en el estilo que ostenta, en el modo autoritario que ha querido imprimir a su régimen. La real lección de lo que despierta está contenida en su autoritarismo. Su pueblo no está preparado para aceptar que un demócrata de clase media se comporte como un sultán otomano.

En muchas áreas pudiera decirse que el líder lo ha hecho bastante bien. El GDP (producto interno bruto) se ha mantenido relativamente alto desde que su partido asumiera el mando. Hay muchas aspectos en los que el país muestra mejora y crecimiento; esto explica las tres importantes victorias electorales que ha conseguido su movimiento. Él permanece popular, especialmente entre los propietarios de pequeños negocios y en el campesinado conservador, quienes se relacionan con los millones de migrantes que se han incorporado a las grandes ciudades. Enfrentado a una oposición inútil, bien podría triunfar una nueva vez.

Pero desde hace mucho tiempo hay preocupación: el gobernante ha declarado que la democracia es un tren del que hay que apearse cuando se llega a la estación. Él ha despreciado a la burguesía citadina; su partido, cual si se tratase de una institución moralista, ha restringido inclusive la venta de licores. Y por la curiosa idea que el partido tiene de la democracia, el concepto de esta puede haberse convertido en una contradicción. Muchos, que antes lo habían auspiciado -e incluso acompañado-, desaprueban su estilo y encuentran como muy estrecha su interpretación personal de lo que deber ser la democracia.

El tema es que el adalid tiene un noción “mayoritaria” de lo que es la política; si ha ganado una elección, está persuadido que tiene derecho a hacer lo que le dicte su voluntad hasta que venga el siguiente gobernante. A veces, como cuando debilita a los militares -tradicionalmente adictos a la sedición-, ha usado el poder con efectividad. Sin embargo, con el paso del tiempo, la fiscalización sobre su tarea se ha esfumado; y es que el partido nombra los jueces y es quien maneja los gobiernos regionales, y los amigos ganan los contratos. El gobernante ha intimidado a la prensa, forzándole al rincón de la auto censura. Ahora, los canales de televisión prefieren presentar espacios de cocina y exhibir a pingüinos en su programación.

En su propio partido la gente tiene temor a enfrentársele. Su autoestima hace mucho que se inflamó para convertirse ya en evidente intolerancia. Su conservadurismo social se ha deformado en ingeniería social. El riesgo es que ahora quiera aferrarse al poder con mayor codicia: bajo las reglas actuales no se podría volver a reelegir, este sería su último mandato. Pero podría estar tentado a cambiar la constitución o a seguir mandando detrás de bastidores (colocando en el mando a algún incondicional); o, simplemente, a cambiar o a interpretar la ley para enquistarse en el poder de modo indefinido.

Su nombre es Recep Tayyip Erdogan. Corre el riesgo de tirar por la borda sus esfuerzos, sus logros y su legado. La gente se ha empezado a cansar de su estilo y Recep va a empezar a sentir que su pueblo es ingobernable. No debe olvidar que tiene que empezar a cuidar por esas consecuciones que todavía son frágiles y que de golpe se pudiesen desintegrar. Los turcos han encontrado un vigoroso sentido de unidad, uno que a la vez puede promover una nueva, genuina y pluralista democracia. A menos, claro, que el sultán estuviese todavía dispuesto a escuchar...

Todo esto dice la revista… Cualquier parecido es pura coincidencia!

Jeddah, 20 de junio de 2013
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