07 junio 2013

Recordando a Teté...

No puedo dormir. Tengo una gripe de Angora y la tos me ha despertado en medio de la noche. Para colmo, el antitusígeno me ha reestimulado el reflujo gástrico y he tenido que acudir a un nuevo medicamento. Estoy convertido, por lo mismo, y sin saber leer ni escribir, en un verdadero “señor de los remedios”…

Entonces me pongo a meditar en el Pojque, el perrito de mi amigo (para los que no han aprendido, como yo, el sueco, la jota se pronuncia como i griega y ya está! Yo aprendí sueco en un curso intensivo que realicé en una empresa ecuatoriana donde serví por más de tres lustros y donde, desde que entré, me dí cuenta que había que “hacerse el sueco”; salí porque no logré el éxito requerido…). Pero, estoy haciendo una digresión innecesaria. Pensando en el Pojque me he dado cuenta de cómo los hijos se parecen a sus padres; y, de cómo ellos, los padres, tratan de parecerse (en las barbas y las greñas) también a sus propios hijos…

Él, el padre del cachorro, es mi gran y cercano amigo; una suerte de “alter ego”. Nos conocemos ya por más de cuarenta años; o sea casi la misma edad que la que nos conocen nuestras mujeres; y muchos, muchos años más que el tiempo que nos han conocido nuestros hijos. Nos relacionamos después del colegio, en una universidad distinta que tiene la profesión y la vida, en una facultad de primores ecológicos, cuyas aulas obedecían a nombres cantarines y sugestivos: Curaray, Pañacocha, Tivacuno o Pavacachi. Ahí, en uno de aquellos corredores, cada uno oyó del otro, hicimos un primer contacto, nos “dimos un comprendido” y así fue como nos conocimos y nos hicimos amigos.

Hemos hecho desde entonces, juntos, el camino de la aviación y de la vida, en ese sendero nos hemos llenado de ilusiones, hemos luchado contra las ausencias y la soledad, hemos enfrentado a las realidades de la pérdida familiar, la enfermedad y el dolor. Hemos hecho nuestras mojigatas travesuras. Tratando de compartir nuestras concupiscencias de hombres nos hemos hecho más y mejores amigos.

La Providencia nos regala unos hermanos que nos dan su ternura y se convierten en más que amigos; y nos favorece también con unos amigos que viven atentos a nosotros, que saben que no somos perfectos, que nos toleran y acompañan, y se convierten así, y desde el primer día, en nuestros hermanos especialísimos. Esos son pocos, se cuentan con los dedos de la mano, son nuestros verdaderos amigos.

Odia los remoquetes y sobrenombres. De hecho, está persuadido que nunca los ha tenido; aunque, como siempre pasa, hay veces que nos referimos a él con uno de aquellos con que su propia apariencia ha hecho compromiso… Hoy le ha dado a él por enemistarse con el barbero; y no estamos muy seguros si lo hace para parecerse un poco más a ese hijo que ya parece nieto o lo hace para confundir a los gendarmes municipales y obtener la lenidad en su tratamiento. Hay quienes creen que con su pelaje profuso evita que le confundan con algún personaje de tira cómica quien ha hecho de un turgente bigote su emblema característico…

Él es una especie de Quijote: sólo vive para sus planes: sus proyectos redivivos. Vive encariñado con los sabores y con los olores; el futuro es su entretenimiento favorito. Su escudo es la solidaridad, sus lanzas el chiste oportuno, la insinuación irreverente, el valor humano que siempre sabe hallar en lo divino. Un día inoculó en mí la vacuna formidable contra la impaciencia y la apatía (sus dosis vienen en unas ampollitas de dieciocho hoyos); es un tipo de deporte que con frecuencia compartimos y que nos permite simular que somos adversarios de ocasión y que nos signa con esa rara condición que tienen los “íntimos” enemigos.

Así es como juntos hemos aprendido a perder y a ganar. A veces ganamos como jugadores, pero nunca perdemos como amigos. En cuanto a las otras “tarjetas”, a las de nuestras otras travesuras… yo no fui, fue Teté. Y eso, es todo lo que digo…

Jeddah, 7 de junio de 2013
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