22 junio 2013

Romance de nuestro destino

Mantengo, ¿cómo decirlo?... una especie de blog privado al que yo tengo acceso exclusivo. Consiste en un archivo que se encuentra clasificado dentro del menú de mi correo electrónico. Está bautizado como “Vizcasa”, que no es sino el mismo nombre de una línea aérea imaginaria que alguna vez soñé con crear cuando yo todavía era niño. Con el tiempo se fue convirtiendo en una entidad etérea que englobaba a los asuntos de mi casa, especialmente aquellos  que involucraban a mis hijos. Hoy el término ya casi tiene una personalidad jurídica propia y a dicho archivo van a parar sus cartas, sus mensajes; aquellas notas y comentarios que tienen que ver con sus inquietudes y pasatiempos favoritos…

Y ellos me escriben. Y no solo porque saben que me encuentro en un país lejano, sino porque ellos también han tenido que irse a vivir muy lejos… Esa constituye la circunstancia reversa con la que nos ha castigado el caprichoso designio del destino. Y, si acaso usted no sabe, amigo lector, qué significado tiene aquella voz, la de “lejanía”, hoy le voy a contar en qué consiste aquello de sentirse lejos:

Bernardo es el primero de mis hijos. Vive en Sydney, una ciudad de novela, una urbe que representa una de las más distendidas expresiones que la humanidad pudiera disfrutar sobre la tierra. Está casado con una mujer asiática maravillosa que es su exacto complemento. A ellos les tengo encargados unos dos “chinitos” fascinantes de los que vivo enamorado; se trata de mis nietos, mis inolvidables y nunca bien consentidos “majaderos”. Bernardo también está signado con una cuota de idéntico destino: vive en Australia, pero debe ocasionalmente desplazarse por su trabajo al Golfo Pérsico; así, él también está muchas veces alejado de quienes más quiere, que se obligan a adaptarse y a soportar aquello de saberle lejos…

Sebastián no quiso quedarse en otras partes, vive en la ciudad donde nació, ejerce su actividad con dedicación y empeño. Él es, por hoy, el único radicado en Quito. Y ¿cómo les digo?… está instalado en un rincón “alejado” de la plaza Foch, detrás de un colorido rótulo que reza “Brau Platz”, donde se anuncia Pilsener, Corona, Heineken, Stella Artois y otros brebajes para sedientos insatisfechos! Allí, el “pobre” Sebas, vende cerveza y salchichas que da contento! Ahí, entre el tiempo que le permite su negocio y las cláusulas de holganza que le consienten sus propios motivos, me escribe de su vida y de sus planes, y me regala algo de su mejor virtud: ser amigo inalterable y leal. Amigo, así, simplemente amigo!

Felipe (Felipao, como lo llaman sus amigos) trabaja en distintos lugares de este mundo. Sus funciones lo desplazan por lugares envidiables y también por otros sitios ubicados en el patio de atrás de la geografía. Hoy puede estar en unas islas de ultramar, mañana en un lugar arrimado a la cordillera o, incluso en una tierra que alguna vez regentaron los zares con sus extravagantes caprichos. Sus viajes no dejan de ser continuos y son muchas veces imprevistos. Él es, como muchos saben, un inquieto deportista y amigo pertinaz de los sociales compromisos; vive para alegrar la vida de los demás, porque ser solidario es su pasatiempo preferido; nadie sabe de dónde heredó aquél espíritu empresarial que lo distinguió desde que era un crío. Me escribe y me cuanta de por dónde anda: me comenta de sus planes y me habla de esas apasionantes aficiones; esas que, los dos, todavía compartimos!

Y al final, pero no por menos, está el más espiritual y blando de corazón, el más resignado de mis hijos. Agustín aporta con sus mensajes concretos y sus reportes sucintos. Estos, breves como son, nunca desmerecen de su natural bondadoso y saben estar impregnados de un esperanzador positivismo. Las circunstancias de su trabajo lo han desplazado a vivir en otro lugar alejado de las cartas de viaje; uno situado hacia el sur del África Occidental, Ghana, en donde siente que Dios le ha regalado la oportunidad evangélica de multiplicar los peces… y de reeditar, a su manera, la más humana de las metáforas, la parábola bíblica de los talentos…

Así, ellos y yo, podemos estar en los cinco continentes a un mismo tiempo... Eso nos recuerda que debemos mantenernos en contacto para no sentirnos lejos. A fin de cuentas, la lejanía nunca está en la distancia, sino en lo incomunicados que podamos estar de quienes más queremos. Porque, solo eso y de verdad, es lo único que merecería ser llamado con esa triste expresión: la de “sentirse lejos”!

Arabia, junio 22 de 2013
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