05 julio 2013

Manganzón, adjetivo masculino

Úsase también como sustantivo (u.t.c.s). Y yo diría que, en mi caso, se lo utilizó indistintamente, como adjetivo y como sustantivo; y tanto que, sin que me fuese dando cuenta, poco a poco se convirtió en algo más que en un remoquete, se fue transformando en una especie de nombre intermedio que pudo haber llegado a reemplazar a mi otro nombre, a ese que todos ya saben que no es mi preferido. Alberto-Manganzón-Vizcaíno… ¡Ve, manganzón, anda a comprar el periódico! (adjetivo) ¡Ya está el manganzón molestando a sus hermanos! (sustantivo).

Pero, como no hay mal que dure cien años, desde un buen día dejé de escuchar la mágica palabrita; y esto antes, mucho antes, de que se inventase esa moderna novelería, la del “linchamiento mediático”, que en esos mis púberes años pudo haberse convertido en mi eventual tabla de salvación. Por eso, lejos de acceder a la magnanimidad ajena, o a algún doméstico “habeas corpus”, lo único que logré -sumado a alguna socarrona como cómplice sonrisa- fue irme acostumbrando al apelativo como algo carente de importancia y de consideración…

Hoy que recuerdo el calificativo, advierto que quizá ha entrado en desuso, como esas otras voces que solía escuchar a la abuela, como escudilla, faite, meca, futre o paletó. Y entonces también caigo en cuenta de un cierto pedido que me habría hecho una de mis cuñadas, uno con cariz de voz admonitoria o exhortativa: que ya “le deje descansar en paz a la abuela” (alma bendita); y compruebo que hasta aquí “me he portado bien” y que he procurado no hacerle innecesaria referencia. Empero, hay ocasiones en las que ya no depende de mí, “me vence el cuerpo” y, como hoy, no puedo resistirme cuando -al recordar esa palabra que empieza con m- se me despierta el recuerdo y se me hace imposible contener la evocación.

Ella (la abuela, no mi cuñada) solía utilizar deliciosos insultos y denuestos, unos de castizo cuño, unos que tal vez los había heredado de su adusto padre; voces que bien sé que pertenecían al español ibérico antiguo, como aquellas otras -inolvidables e irremplazables- de cacaseno y de fantoche (a las que antes ya me he referido). Y así fue como en esa tierra fértil de mis travesuras, obcecaciones y desobediencias, cobró vida el singular y muy varonil alfilerazo de “manganzón”.

Todo esto viene a cuento de lo que hoy acaba de sucederme, por culpa de algo que hice anoche -o que dejé de hacer- y todo por gandul y holgazán, en pocas palabras “por manganzón”. Y entonces medito en que de todo nos pasa siempre a los vagos; y por eso me pasa lo que me pasa; y, siempre, sólo por manganzón!

Anoche que llegué muy cansado de mi vuelo, me “apoltroné” en la cama y no fui directamente a tomar una ducha (un “regaderazo” como dicen los mejicanos, como si fuesen arbustos que precisan de irrigación). El resultado fue que me quedé dormido, vestido como estaba, hasta la mañana siguiente cuando me sorprendió la temprana alarma del despertador. Cuando accioné los mandos de la ducha, advertí en medio de mis urgencias, que sólo surgía agua hirviente desde el porfiado surtidor. Ahí reconocí que no hubiera tenido que enfrentarme a estos apuros si hubiera reconocido el desperfecto el día anterior. Es decir, si no me hubiera portado como eso que sabemos: como un soberano y nunca superado manganzón!

No deja de extrañarme que la palabreja tenga un cierto sesgo feminista. Jamás he escuchado pronunciar la versión femenina de zángano o de manganzón. Aunque, debo reconocer que existen voces, como casquivana o pizpireta, con las que -arbitrios de la semántica- tampoco a los hombres se nos hace distinción… 

Medina, julio 5 de 2013
Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario