03 enero 2013

Ensayo de la fullería

Me urge ponerme “adefesioso”, “detalloso” o “anchetoso” por un momento. Todo para dejar en claro -para los demás y para mí mismo- lo que con probabilidad me quisieron insinuar, alguna vez, cuando me endilgaron el afrentoso dardo de que en mi juventud había sido “hasta un poco inteligente”, aunque “un tanto fulero”…

Para empezar, me he visto obligado a entrecomillar los tres primeros adjetivos de esta melindrosa entrada, muy a pesar de mi inconformidad con las voces que están registradas o aceptadas por la Academia, que sí reconoce palabras como “detalle, adefesio o ancheta”, pero que insiste en desconocer otras como las que arriba presento. ¿Lo hace la Academia por el simple prurito de cuidar los detalles (en definitiva, de parecer “detallosa” o detallista)?... Lo desconozco; y me rindo ante la extravagancia de esos autoritarios caprichos que nunca entiendo…

Tengo, de otra parte, la íntima sospecha que el habla coloquial ha terminado por confundir dos términos parecidos, porque representan conceptos similares y quizás parejos: “fulero” -propiamente dicho- y el casi análogo de “fullero”. Si lo que queremos expresar es que alguien es petulante y fatuo (yo mismo); o “lleno de presunción o vanidad infundada y ridícula”, lo adecuado sería utilizar la voz fullero; que no la otra que se habría hecho más popular y más frecuente en el uso coloquial. En efecto, esta última (fulero) debe utilizarse más bien para referirse a la persona “falsa, embustera, o simplemente charlatana y sin seso”; adjetivo coloquial que es correspondiente a “poco útil, inaceptable y chapucero” (DRAE).

Fullero, en cambio, es -por concepto- todo aquel que hace o comete “fullerías”; y fullería por definición es la “astucia, cautela y arte con que se pretende engañar”, o la “trampa y engaño que se comete en el juego” (DRAE, otra vez). Es evidente que la intención popular sería referirse no a quien utiliza en nuestro detrimento el embuste, con ánimo chapucero; sino simplemente a quien trata de aparentar con afectación algo que no es exacto o que podría resultar en no ser tan cierto. Ese es justamente el sentido de “detalloso” o detallista: quien se caracteriza por ser “amante del detalle, minucioso, meticuloso” y con extremo empeño…

Me temo, por lo mismo, que cuando usamos la voz fulero, lo que queremos es insinuar la condición de “detalloso’’, como se la usa en parte de nuestra serranía; similar al sentido de “adefesioso”, que se escucha en la costa, y semejante al de “anchetoso” que es utilizado en ciertos estratos sociales y culturales nuestros. Al sentido de estas voces ya nos hemos referido en otra entrega (“De epístolas y adefesios”, 05-11-2011). La Academia define como “adefesio” a los siguientes conceptos coloquiales: 1. “Despropósito, disparate, extravagancia”; 2. “Traje, prenda de vestir o adorno ridículo y extravagante”; y 3. “Persona o cosa ridícula, extravagante o muy fea”. En cuanto al significado de la voz “ancheta”, el término -de acuerdo con la misma RAE- se habría utilizado en el pasado para referirse a aquella “pacotilla de venta que se llevaba a América en tiempo de la dominación española”; y que por extensión terminó significando “cosa inoportuna o sin importancia, o que revelaba desfachatez o descaro”. Por ello es que en forma ocasional se lo utilizó para significar “negocio o bicoca, en sentido irónico”…

De modo que esto es lo que debí entender cuando ayer me tildaron de fulero: mi probable falta de sencillez y naturalidad; mi “extravagancia presumida en la manera de ser, de hablar, de actuar, de escribir”; mi melindrosa afectación y mi probable actitud presuntuosa… Todo, a un mismo tiempo! Lo que con propiedad se conoce como afectación, que no es otra cosa que la disposición para tratar de aparecer como fino, elegante y distinguido. La extravagancia, por su parte, consiste en el hablar, vestir o proceder ridículo; o, en el actuar “raro, extraño, excesivamente peculiar u original, desacostumbrado”. La RAE define al melindre como aquella “delicadeza afectada y excesiva en palabras, acciones y ademanes”.

Por todo ello, hoy me apena haber dejado en el pasado una estela de vanidad y presunción; y me pregunto si todavía sigo emanando esa imagen de vaciedad y falsa apariencia. Y me prometo no tratar de manifestar una catadura en la que predomine la presunción de plenitud; sobre todo cuando experimente por dentro una ocasional sensación de vacío… Así reconozco que aquello de actuar como un “fullero” resulta algo un tanto inelegante; y, también, algo muy poco inteligente…

Chatswood, NSW, 4 de enero de 2013
Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario