15 enero 2013

Parodiando a un ‘libro azul’ *

… el estuario engalana sus aguas con sus derroches de plata mientras diminutas olas se van formando con la persistencia del céfiro hombres de todas las edades han venido a aprovechar esta inusual porfía y es esa incesante intransigencia la que hace que las aguas luzcan hoy como un manto irregular inestable e inquieto

… en la visitada bahía cual si formaran parte de un bordado movedizo se alinean los deportivos veleros sin aparente ni previsto concierto todos se dejan llevar por el capricho de la brisa sobre aquel húmedo lienzo sus conductores saben que navegar así es como un incesante deambular donde se es empujado por la brisa igual que en la vida piensan ellos que consiste en dejarse llevar por el tiempo

… de pronto el hombre se deja caer de la tabla con una rápida e imperceptible maniobra que descoloca la vela de su perfil con sotavento hay algo torpe en su artimaña que denuncia la rémora de algún impedimento luego con ostensible esfuerzo arrastra su martingala hacia el borde cenagoso del estero maneja con astucia la vela para lograr que el pescante convertido en palanca conduzca su mínima nave con ahorro de brío y sin desperdicio energético brilla a intervalos su traje en la cláusula final de su trajín marinero

… luce cansado el hombre puede verse que es un viejo lesionado a pesar de sus juveniles arrestos cuando sale del agua exhibe una evidente cojera que define su desplazamiento le dirijo una venia amigable y me responde con una sonrisa que encierra una reservada confidencia o quizás un convenido acuerdo su gesto me permite iniciar un diálogo fugaz para hablar de la condición del agua o de la bondad del tiempo no importa la frialdad del agua se decide a contestar pues lo que realmente importa es el fuelle perseverante que quiera procurar el céfiro

… su padecimiento no es escollo ni atadura son más de diez años desde que los médicos diagnosticaron su defecto que tiene dos cirugías mayores me dice como si me confiara un callado secreto que tiene un reemplazo de cadera y que sufre de una condición de la que se desconoce su origen concreto la llaman neuropatía idiopática me susurra en voz baja como si se tratase de la membresía subrepticia que le integra a una cofradía furtiva o a algún consorcio enigmático y esotérico

… a unos deja de funcionarles los riñones el hígado o el corazón a mi se me han ido atrofiando los nervios es una enfermedad idiota ironiza y la llaman idiopática porque nadie conoce a qué se debe o cómo nos contagiamos o la contraemos

… me llamo Leopold Bloom me dice cuando me extiende esa mano que no está ocupada con el cayado que le sirve de sustento no podría subirme a la tabla me comenta si al colgarme del pescante no me ayudaría el impulso que me proveería el viento entonces caigo en cuenta del paralelo brutal que tiene el anciano el suyo es el mismo nombre del héroe que Joyce bautizó para escribir esa su obra cenital aquella que por siempre ha de subrayar un hito en el tiempo

… pero si es el nombre sé lo que está pensando me espeta todos somos héroes en cierto modo en mi caso nada conseguiría si no me dejaría ayudar por el viento…

Nota: he querido basarme en el último capítulo del ‘Ulises’ de James Joyce. He sucumbido a la travesura de una tentación. He querido usar ocho largas frases sin puntuación, imitando la genialidad de Joyce en su épica novela.

Dublín, madrugada del 5 de junio de 1904…
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